miércoles, 9 de febrero de 2011

El gran amor de Fuen.



Descendió del tren de alta velocidad. Eligió el tren porque estaba demasiado nerviosa para conducir.
El motivo de su viaje era acudir a una entrevista de trabajo en una ciudad del sur del país. Había enviado su CV a través de una empresa de mensajería porque alguien le había dicho que las empresas borraban los CV llegados por la red sin leerlos.
Aquella entrevista era importante para ella. Llevaba un tiempo desempleada y su edad estaba peligrosamente cercana a esa etapa en la que ni hombres ni mujeres eran atractivos para los empleadores.
Por si acaso ya tenía preparado un plan B. Estaba capacitada para impartir clases de inglés, de alemán, de contabilidad y de informática. Pero antes debía probar suerte. Era demasiado dura la vida de un trabajador autónomo.
Tenía reservada habitación en un modesto hostal, total apenas llegaría a 24 las horas que permanecería en aquella ciudad.
Antes que nada quería ver qué aspecto tenía el edificio de la empresa, si era grande o pequeña. Si la fachada estaba limpia y despejada o sucia y llena de desconchones. La fachada es la cara de la empresa y ya se sabe que la cara es…
Para eso tomó un taxi a la salida de la estación. No dijo al taxista que parase, podría interpretarlo como parada y cobrarle como dos viajes, no estaba su bolsillo para gastos innecesarios. Lo cierto fue que el aspecto de la empresa le gustó. Emitía buenas vibraciones.
La entrevista tendría lugar el día siguiente a las diez horas.
Estuvo repasando todo cuanto debía tener en cuenta en una entrevista de trabajo: no mires el reloj, no mires a la puerta, no golpees el pie contra el suelo, no hables demasiado, no te pongas un perfume fuerte porque si han habido varias entrevistas antes el ambiente estará muy cargado y el entrevistador apreciará que tu aroma sea fresco o mejor, que no tuvieras aroma alguno. Si te preguntan cuánto quieres cobrar responde que lo previsto en el convenio del sector.
El aspecto también era importante. Ni muy llamativa ni muy pacata. No muy moderna ni muy antigua. Discretamente maquillada.
Cuando llegó a la empresa se sorprendió. En la sala de espera no había nadie. Era la primera o la última. No sabía qué sería mejor.
De repente se abrió la puerta y un hombre entró con los brazos llenos de papeles. Por su aspecto sudoroso se adivinaba que estaba teniendo un día ajetreado.
Se disculpó por haberla hecho esperar y la invitó a entrar en un pequeño despacho.
El contraste era curioso: ella preparada, atusada, sentada con la espalda recta y los pies bien asentados en el suelo y con todo pensado al milímetro. Él, desaliñado, despeinado, sin preocuparle nada su aspecto porque era el jefe. Es más: era el dueño.
Ningún empleado se atrevería a ir al trabajo con aquella pinta.
Él ordenó los papeles sobre la mesa y nuevamente se disculpó.
- Sólo unos momentos –le dijo.
Y desapareció tras una puerta situada a la derecha. Tuvo el tiempo suficiente para ver un lavabo en el frente. Era un aseo.
Cuando salió era otro. Bien peinado el pelo rubio. Sin rastro de sudor y una camisa limpia en el lugar donde antes había estado una burda camiseta. Estaba atractivo. No se fijó en ese detalle cuando entró agobiado. Pero si, aparentaba cuarenta y pocos y era atractivo.
La entrevista comenzó con un cruce de miradas. Él extrajo su CV y la miró a los ojos. Ella mantuvo su mirada y sonrió levemente.
- Dígame, ¿por qué está en paro?
- Por que cerró la empresa en la que trabajaba. La única empresa en la que he trabajado toda mi vida laboral.
- ¿Por qué causa cerró la empresa en la que trabajaba?
- Ocurrió algo terrible. El hijo del dueño murió en un accidente de tráfico.
- ¡Vaya! Lo siento mucho. ¿Y qué influencia tuvo este hecho en el cierre de la empresa?
- Fue la causa del cierre. Al dueño le quedaba poco para la jubilación y el hijo le iba suceder en la dirección de la empresa. Pero lo ocurrido al hijo produjo en el padre una gran depresión y abandonó el trabajo. Tomó las riendas la hija que no tenía interés en la empresa, ella ocupaba un cargo en la administración y su marido también, así que dejó morir la empresa.
- Qué horror. Da miedo oírlo –dijo él impresionado.
Ella pensó que tal vez él creía que exageraba para impresionarle. Creyó que sería bueno decirle el nombre de su antigua empresa para que se informara si lo consideraba conveniente.
- Pues si. Fue una desaparición dolorosa para todos la de "Tejidos Barberá". Tanto para los propietarios como para los trabajadores.
Para hacer un punto y aparte el jefe repasó su CV. Asentía de vez en cuando. Ella tenía la boca amarga. Sería algo horrible si perdiera el trabajo por una supuesta halitosis. Aquello de la entrevista era lo más parecido a una tortura. Cerró la boca y procuró ensalivarla. Por suerte funcionó.
- Entonces ustedes fueron despedidos de forma improcedente, ¿no?
- Si, la empresa recurrió al cese de actividad por falta de pedidos (en realidad si había pedidos, pero la empresa los rechazó. No quiso mencionarlo para que no diera la impresión de que hablaba mal de su jefa. Hay mucho corporativismo en la patronal).
- Y ¿ha salido ya el juicio? Porque supongo que no les dieron indemnización.
- No. Aún no ha salido. No nos dieron ni carta de despido.
- Y por qué busca trabajo. Si se pone a trabajar constará como baja voluntaria y perderá todos sus derechos.
- Y si no trabajo perderé la cabeza –dijo enérgicamente olvidando que estaba en una entrevista de trabajo-. Prefiero un trabajo mediano a una buena indemnización. No estoy hecha para vivir mano sobre mano.
- ¿Cuándo podría empezar?
- Cuando usted lo diga.
- Podría empezar mañana o tiene que volver a su casa para recoger sus cosas.
Ella vaciló. Esta es la típica pregunta trampa. Qué cabrón. "Tengo que responder con lógica, sin peloteo. -Pensando rápidamente-. Qué es lo lógico. Pues según la duración del contrato. Si es larga, tendré que ir a casa. Si es corta, me arreglaré comprando lo imprescindible por aquí. Pero decir que empiezo mañana si él quiere puede sonar a sumisión"
- Dependiendo de la duración del contrato así tendré que hacer.
El sonrió. Había pasado la prueba. Pero aún no había terminado todo.
- ¿No le interesa conocer las condiciones?
- Ya las leí en su anuncio y si, me interesan.
- Entonces váyase a casa y traiga lo que necesite para una temporada larga… si da la talla.
- Comprendo. Daré la talla, no se preocupe.
-Entonces hemos terminado. Enhorabuena –dijo alargándole la mano.
- ¿Cómo? ¿No va a preguntarme si tengo novio ni si pienso quedarme embarazada? –dijo con cierta guasa mientras estrechaba su mano.
- Créame, en esta casa tenemos montones de cosas en qué pensar. En su vida piense usted, por favor. Hasta el día uno a las nueve. Ni un minuto después.
- Aquí estaré. Gracias.
- No me de las gracias, deme la talla.
Y desapareció por la misma puerta por la que entró y con las mismas prisas.
El día uno llegó con 15 minutos de antelación. No es que quisiera impresionar al jefe, era su costumbre adquirida en la otra empresa: llegar antes de la hora, encender los ordenadores, en este caso tres ocupados y uno vacío, (supuso que era el suyo) y abrir las ventanas para ventilar… En esta ocasión se contuvo. No quería extralimitarse. Pero lo que no pudo controlar fue su deseo de subir las persianas.
Se sorprendió doblemente. Una sorpresa fue ver rejas en las entanas. Serían de adorno o por razones de seguridad, se preguntó. La otra sorpresa fue más agradable, las ventanas daban a un pequeño jardín. Le encantó aquel detalle. Las personas que trabajaban allí podrían ver el cielo todo el día, además de unos cuantos árboles, matas con flores y en el perímetro un seto de verde intenso.
Nunca entendió de plantas ni árboles, sólo distinguía las flores por el color. Las moradas eran sus favoritas y en ese jardín había flores moradas. Parecía un buen augurio.
En estos pensamientos estaba cuando entró una chica un poco más joven que ella. Se presentaron. Era Úrsula.
- De modo que tu eres la nueva –dijo Úrsula.
- Pues si, eso parece –respondió Fuencisla, Fuen para los amigos.
- Pues no sabes cuánto me alegro –dijo Úrsula-. Ya era hora de que llegaran los refuerzos.
Entraron dos compañeros más. Otra chica chica, Marga, y un muchacho, Roberto. Se repitieron los saludos y los parabienes por su llegada.
Todos eran más jóvenes que ella.
Cada uno se sentó frente a su ordenador y ella quedó de pie esperando. Esperaba que alguien le confirmara que el ordenador apagado era el suyo o si tendría que trabajar en otra estancia.
Justo entonces llegó el jefe. Intentó hacer las presentaciones pero sus empleados le dijeron que no hacía falta, que ya se conocían. Pero él, en esta ocasión, era ya su jefe y ella no era una aspirante al empleo, era su empleada y como tal debía recibirla.
- Buenos días Fuencisla. Bienvenida a su casa.
Ella se sorprendió. Todo aquello era totalmente atípico: un jefe tan agradable era una "rara ave".
- Muchas gracias señor Esteban, es usted muy amable conmigo.
- Nada de señor ni de usted. Aquí todos somos iguales, formamos un equipo. La diferencia entre jefes y trabajadores es que los trabajadores tienen horario.
Todos se rieron.
- Bueno, pues vamos allá. Éste será tu ordenador, Fuen –dijo Esteban-. Tu trabajo será el siguiente: como tus compañeros están sobrecargados, les vamos a quitar un poco a cada uno. Pero como son malos, estoy seguro de que querrán darte lo peor, por eso seré yo quien te asigne lo que vas a hacer. Pero no pienses que tu estarás desahogada, tendrás que echarme una mano con lo mío. O sea, que vas a ser mitad "admi" y mitad secretaria ¿te parece?
- Claro que si –respondió Fuen-. Lo haré lo mejor que pueda.
- Lo mejor no. Lo vas a hacer muy bien. Es la norma de esta casa –dijo Esteban cambiando de tono en un instante. De "coleguilla" a ogro.
- Pues si… claro, lo haré bien –dijo Fuen un poco azorada. Aquellas palabras le parecieron un aviso: al menor fallo fuera.
Le estaba extrañando tanta flor y tanta puñetera camaradería. Por fuerza tendría que haber un "pero". El jefe atractivo y amable también era desagradable y exigente.
Él depositó varias carpetas sobre la mesa vacía del ordenador y, con un gesto de la mano, la invitó a sentarse.
Cuando conectó el aparato las manos le temblaban un poco. El jefe Había sido simpático y un tanto brusco. Mejor guardar las distancias.
Fuen tomó las carpetas y las examinó para ver por dónde empezaba. Eligió la más abultada que sin duda, era la más atrasada.
El jefe permanecía allí, frete a ella, observándola. Qué hacer, ¿ignorarlo como si fuera invisible? ¿mirarle y sonreírle con sonrisa de anuncio?
Ni lo uno ni lo otro. Optó por una sonrisa a penas esbozada.
- ¿Está bien la máquina? ¿Funciona correctamente –dijo el jefe.
- ¿Eh? Si, va muy bien –dijo Fuencisla.
Así que no estaba vigilándola sino asegurándose de que el ordenador, bastante obsoleto, funcionaba correctamente. ¡Buf, qué alivio ¡
Por fin se marchó. Pero no muy lejos. Abrió las puertas de lo que parecía ser un gran armario y en realidad eran las puertas correderas de un austero despacho. Otro despacho distinto al de la entrevista.
A media mañana, los trabajadores disfrutaban un tiempo libre para descansar. Normalmente acudían a un bar cercano para tomar un café acompañado con algo de comer.
Fue un gran desahogo para ella. Había estado toda la mañana estresada por culpa de las palabras del jefe. De buena gana no volvería pero, necesitaba el trabajo.
- ¡Fuen, Fuen…! -Volvió la cabeza. La llamaba Úrsula-. Ven a tomar algo con nosotros.
Dudó, prefería caminar, hacer ejercicio para liberar la tensión que sentía. Pero no quería hacerles un desprecio, sabía por experiencia que era muy importante estar bien con los compañeros, integrarse en el grupo.
Una vez pedidas las consumiciones era el tiempo para la conversación. Todos habían sido testigos de la escena.
- Te ha dado un susto Esteban, ¿verdad? –dijo Alberto.
- Lo cierto es que si. Hablarme en ese tono tras haber sido tan amable conmigo…
- No te preocupes –dijo Marga-. Es muy buena persona solo que… - Que tiene muchas preocupaciones –dijo Úrsula impidiendo que Marga siguiera hablando- a veces se le va un poco "la olla" pero ya verás, es un tío genial. Olvida lo de esta mañana, él no es así.
- Vale, si vosotros que le conocéis lo decís, por mi olvidado –dijo Fuen con la intención zanjar el asunto.
A la vuelta el despacho de Esteban estaba vacío. Luego comprobó que el jefe apenas paraba por allí, que siempre estaba en las obras o con los clientes.
Por el momento no la había requerido como secretaria, tal vez tuviera intención de no hacerlo nunca.
Le daba igual. Ella trabajaba ágil y rápidamente de forma impecable. Lo mejor sería olvidarse de él.
Un día cualquiera, el jefe entró en la oficina como una tromba. Como el día de la entrevista iba sudoroso pero, otra vez, con cara de estar de muy mal humor.
Fuen se dio cuenta de que, a pesar del buen ambiente que parecía reinar por allí, sus compañeras y compañero se pusieron muy serios y tenían la mirada clavada en el ordenador. Nadie saludó al jefe ni nadie le sonrió.
- Tu. Es verdad que sabes inglés o lo dices sólo para adornar tu curriculum –dijo Esteban señalando bruscamente con un dedo a Fuen.
Se sintió totalmente acobardada. Nunca la habían tratado así.
- Se inglés e italiano. De italiano no tengo título pero de inglés si, puedo mostrárselo si quiere –respondió con sorprendente firmeza y hablándole de usted para marcar distancias intencionadamente.
- Entonces ven a mi despacho… dentro de cinco minutos van a llamar desde Canadá. Tu tienes que hablar con el señor Johansson.
Fuen, con el ceño fruncido, tomó folios y bolígrafos y siguió a Esteban hasta su despacho.
Efectivamente el teléfono sonó inmediatamente. Ella estaba sentada en un extremo de la mesa del jefe y éste en su butaca. Cada uno tenía ante sí un teléfono.
Con un movimiento de cabeza ordenó que descolgara:
- ¡ Hello ¡ –dijo ella a la persona que estaba al otro lado.
Un señor le respondió y se estableció una fluida conversación. Fuen tomaba notas mientras hablaba. El jefe escuchaba por el otro teléfono y observaba a la secretaria. Le llamó la atención la soltura con que Fuen hablaba inglés y la velocidad con la que escribía. Finalizada la conversación Fuen informó a Esteban cuanto le había dicho el interlocutor norteamericano. Él, le indicó que volviera a su mesa.
Había transcurrido unos minutos cuando alguien llamó a la puerta del despacho del jefe.
- Pase –dijo Esteban-. Era Fuen que portaba una carpeta.
- Le traigo la transcripción de la conversación –dijo Fuencisla con expresión de enfado no disimulado.
- ¿Para qué? –respondió él-. Si ya me has explicado lo que ha dicho.
- Por si quería archivarla ya que tiene datos y cifras.
- Vamos a hacer una cosa –dijo Esteban-. La vas a archivar tú. Tú te encargarás de todo lo relativo a este asunto ¿te parece?
- Si, claro. Lo que usted diga –dijo Fuen con aire de tristeza.
- ¿Te ocurre algo. Te encuentras mal? Tienes mala cara…
- No, me encuentro bien. Gracias –dijo Fuen. Se dirigía a la puerta cuando esta se abrió bruscamente.
Entró una chica de unos 20 años con una pinta horrorosa: cara desencajada, pelo largo sucio y, sin duda, enredado, ropa negra… pero lo peor era la estela de mal olor que iba dejando tras sí.
No pudo evitar seguirla con la mirada, por eso vio que Esteban se levantaba de golpe y se dirigía rápido hacia la chica.
- NENA –le dijo colérico dando grandes voces- UN DÍA VAMOS A TENER UN DISGUSTO, PORQUE ME TIENES HASTA LOS MISMÍSIMOS…
Fuen salió y, con cuidado, cerró. No estaba el ambiente allí dentro como para dar portazos. Pero ¿Quién sería esa chica?
Sus compañeros estaban todos de pie. Habían decidido adelantar la hora del descanso. Qué importaban diez minutos antes que después.
Fuen lo entendió. En realidad no querían ser testigos de aquella monumental bronca. Y por lo organizados que estaban los compañeros dedujo que no era la primera vez que ocurría algo así.
Pero esa chica quién sería. Estaba rabiando por preguntar.
En el bar de siempre, entre los compañeros reinaba la tensión. Nadie hablaba y se eludían las miradas. Fuen estaba destrozada. Pensaba que alguien le había echado un "mal de ojo" porque tras el asunto de "Textilex Barberá", que le costó el desempleo, ahora se veía abocada a lo mismo porque no estaba dispuesta a soportar las malas maneras con que el jefe y dueño de la empresa la había tratado.
- Dónde está la sede de CC.OO. –preguntó al circunspecto grupo.
- Para qué –dijo Alberto mirándola por fin-.
- Para hablar con los abogados de mi sindicato.
- ¿Para hablar de Esteban?
Para entonces la alarma había cundido entre los colegas del trabajo.
- No vayas al sindicato, por favor –dijo suplicante Marga, al parecer la más infantil e ingenua-. No le denuncies, si él es muy bueno…
- Te va a pedir perdón –intervino Úrsula que, al contrario de Marga, tenía maneras de líder-, no podemos decirte nada porque es un asunto familiar, pero Esteban tiene un problema que a veces lo trastorna. Lo que te ha pasado a ti, nos ha pasado a todos. Pero no tiene reparo alguno en reconocer que lo ha hecho mal y pedir perdón. Dale un tiempo, de verdad que no es él cuando pierde el control.
- Ya. Es míster Hide. Bueno, voy a hacer unas compras para "el fondo de armario de cocina" –dijo bromeando, tratando de distender el ambiente-. Por cierto, he alquilado un pisito. A ver si una noche os pasáis a cenar en mi casa, tengo muy buena mano para la cocina… hasta luego.
Se marchó sin dar ocasión a que respondieran. Estaba molesta porque no le habían facilitado la dirección de su sindicato pero era igual, lo buscaría por la red. Aquella agresión verbal y psicológica no podía quedar impune aunque le costara el empleo.
Metida en sus pensamientos no se dio cuenta de que alguien la llamaba desde la mesa de una terraza. No podía creerlo, el jefe gruñón y desagradable, la estaba llamando y… ¡cómo estaba el jefe! Bien vestido, bien peinado, gafas de sol ultramodernas que, al ocultar sus ojos, le daba un aire misterioso y un perfume que olía a "tío bueno"… Al final iba a ser cierto del Mr Hide. Pero un Mr Hide en positivo.
Se levantó y retiró una silla para que Fuen se sentara. Todo un caballero. Ella estaba aún más azorada que cuando la señaló con dedo a primera hora de la mañana. Estar sentada con el jefe en un espacio público la hizo pensar en qué ocurriría si algún conocido viera al jefe acompañado de una empleada, al fin y al cabo, la ciudad era pequeña y todos se conocerían.
- Bueno, Fuen. Estoy hecho polvo por mis maneras de esta mañana. Te pido, te ruego que me perdones, es que hay en mi vida cosas que me sacan de quicio. Seguro que ya te habrán contado…
- ¿Contarme? No. Nadie me ha dicho nada –mintió para que sus compañeros no tuvieran problamas.
- Creo que como compensación por mi incalificable actitud, debo contártelo. Yo soy el mayor de seis hermanos. La pequeña es una niña que mis padres tuvieron ya de mayores, ¡qué par de salidos! –dijo Esteban provocando la sonrisa de Fuen-. En esas circunstancias, comprenderás que mi hermana ha sido mal criada por mis padres casi antes de nacer. Nunca permitieron que nosotros, los hermanos, interviniéramos para prevenir lo que ahora está ocurriendo. Verás, mi hermana tiene su propia casa. Tiene una parte en el negocio, que es de todos los hermanos, y como consecuencia tiene dinero porque percibe su parte de los beneficios de la empresa…
- ¿Y cuántos años tiene? –preguntó Fuen interesada en aquella historia.
- Tiene 20 años. Te has cruzado con ella esta mañana.
- Ah si, la chica "heavy".
- Y tan "heavy" que es la chica. Mira, nos tiene amargados, con la vida de toda la familia destrozada. Desaparece durante días sin decir dónde está. Ha tenido varios accidentes de coches y está viva de milagro. Consume drogas y alcohol. La han detenido varias veces. Cuando le impedimos acceder a su cuenta hace la calle y yo tengo que ir buscándola por los antros y por las carreteras para llevármela a casa, a MI casa, para que mis padres no se enteren y, sobre todo, para que no pille el SIDA o cualquier otra enfermedad propia de esos ambientes.
Fuen no salía de su asombro. Un hombre joven, empresario de éxito, con todo a su favor, tenía en su vida un verdadero infierno. Le comprendió. Pero no le perdonó, aquel drama familiar no justificaba lo ocurrido por la mañana.
- Y tu mujer qué dice cuando la llevas a tu casa.
- Buf, se pone hecha una fiera porque dice que es un mal ejemplo para los niños, tengo un niño y una niña. Yo le digo que es al contrario, que así ven nuestros hijos las consecuencias de la mala vida. En el fondo le doy la razón y procuro que mis niños no la vean. Pero qué puedo hacer si mis hermanos no arriman el hombro con el cuento de que soy el mayor, ¿dejarla tirada como un perro, como si no tuviera a nadie? De eso ni hablar. Más por mis padres que por ella, pero mientras yo viva, mi hermana no estará abandonada. Incluso, saltando por encima de su voluntad.
Fuen no parpadeaba. Estaba totalmente conmocionada. Creía estar ante un héroe, un santo, un hombre sobrenatural, por encima del resto. No sabía qué pero, algo debía decirle.
-¿Y un centro de desintoxicación? "Qué pregunta tan estúpida, con el dinero que tienen claro que la habrán internado en centros de desintoxicación" –se dijo Fuen sintiéndose como una tonta-.
- Todos. Dentro y fuera del país. Pero cuando el enfermo no quiere, de nada sirve.
- Pues créeme que te compadezco y te admiro. Otro la hubiera metido en psiquiátrico o en una residencia y la hubiera olvidado.
- Es que verás, te parecerá una tontería tras lo que te he contado pero, no pierdo la esperanza de que se cure, de cambie.
A Fuen se le pusieron los ojos tiernos. Quedó arrobada ante aquel hombre que era… no tenía palabras… que era maravilloso. Nunca había conocido a alguien ni parecido a él.
Él, por su parte, también la miraba de una forma… rara para ella. Se ruborizó.
- Bueno, tengo que irme. Ya ha pasado la hora del descanso –dijo levantándose nerviosa.
- Pero si estas con el jefe. Qué prisa tienes.
- Es que no quiero que se me retrase el trabajo.
- De acuerdo, yo te llevo con el coche y luego voy a hacer unas gestiones. Por cierto, me has dejado asombrado con tu inglés y con tu detalle de archivar la conversación en inglés y en nuestro idioma. A mí no se me hubiera ocurrido. Eres buena Fuen.
- Gracias. Es mi trabajo. No tiene importancia.
- Y además eres modesta, lo tienes todo…
Menos mal que habían llegado porque la tensión se mascaba dentro del coche. Se despidieron con una sonrisa. Ella desde fuera y él desde dentro del coche.
Fuen se dirigió directamente al aseo. Llenó el cuenco de sus manos con agua y se la echó en la cara, ventajas de no maquillarse. Necesitaba despabilarse antes de entrar en la oficina para que sus compañeros no se dieran cuenta del impacto tremendo que aquel hombre extraordinario había causado en ella.
Con el tiempo ocurrió lo que Fuen no deseaba: cada vez era más secretaria de Esteban y menos administrativa. La sintonía entre ambos cada vez era mayor y mejor. Pudo comprobar que sus compañeros tenían razón, que Esteban era un excelente jefe y un gran industrial pero sus problemas familiares, en algunas ocasiones, le convertía en un hombre irascible y casi violento.
Un día cualquiera la causante de los problemas de Esteban volvió por la empresa. Fuen se disponía a salir del despacho del jefe cuando, al mismo tiempo, llegó la problemática hermana.
Tenía mucho mejor aspecto. Mejor vestida y, sobre todo, aseada. A pesar de la vida que llevaba era una chica guapa, realmente.
- Hola –dijo a Fuen-. Tu quien eres. No te conozco. Seguro que eres nueva.
- No soy nueva, pero soy la última en llegar.
- Y cómo te llamas, novata –respondió con voz sensual y provocativa.
- Me llamo Fuencisla. Fuen para los amigos y las amigas –respondió Fuen ofreciéndole la mano.
- ¿Cómo? ¿Fuenqué? De donde diablos has sacado semejante nombre…
- Pues me lo puso mi madre. Y tú. Cómo te llamas.
- Yo me llamo Natalia, Nata para los amigos –dijo entre carcajadas.
-¡Ah, Nata! ¿Nata montada quieres decir? –Fuen siguiéndole la broma.
- Pues si… A Nata la montan mucho… jajajaaj…
- NATALIA –surgió una voz masculina desde el fondo del despacho. Se habían olvidado de él- . Ya vale, no te pases ni un pelo. Y tu Fuen, ¿no tienes nada que hacer?
- Si, perdona –dirigiéndose a Esteban-. Ya me voy. Hasta otra, Natalia. Bonito nombre.
- Adios, Fuencisnosequé. ¿Quedamos para tomar algo?
- Claro que si. Llámame cuando quieras.
Al día siguiente Esteban echaba lumbre por los ojos. Aquella escena entre Fuen y su hermana le había puesto furioso por razones que no acertaba a comprender.
- Eso es lo que le hace falta a mi hermana, que le rían las gracias.
- Bueno, tampoco fue para tanto. Sólo fue una broma. Sabes, Natalia me parece una chica encantadora.
- Eso es si la tratas un rato. Con veinte años soportándola te aseguro que te ganas el cielo.
La conversación fue bruscamente interrumpida por el timbre del teléfono. Era Johansson, el canadiense. Para mejor comunicación habían acordado instalar en ambos ordenadores una cámara. Así era mucho más cercana la relación y comunicación entre ambos empresarios y la intérprete.
La anécdota fue que, al verla en la pantalla, el empresario canadiense se enamoró platónicamente de Fuen y, a partir de entonces, no cesaba de enviarle flores que ella distribuía por todas las estancias de la empresa para disfrute de todos.
Aprobado por Johanson proyecto y presupuesto, propuso que el acto de la firma del contrato tuviera lugar en Montreal quedando pendiente fijar la fecha que él, Johanson, quería que fuese cuanto antes.
- Dice que pongas tú la fecha, pero que no te demores demasiado -dijo Fuen una vez desconectada la cámara.
- ¿Y qué hacemos? –dijo Esteban contrariado-. Este hombre se cree que sólo trabajo para él. Mira que tener que hacer ahora un viaje… Con la de cosas que tengo por hacer aquí. Tú qué dices, Fuen.
- Yo nada, no soy quien.
- Pero si yo te pregunto, tú tienes que darme tu opinión porque se que la tienes. Venga, dime qué harías en mi caso.
- Yo en tu caso Iría –dijo Fuen segura y decidida-. Llevas varios meses tras ese contrato. Si no vas, lo mismo se mosquea y lo manda todo al garete. Quedarás muy mal, tendrán muy mala imagen de ti pero, insisto en ello, tendrías que despedirte del negocio.
- Pero y lo que tengo entre manos…
- Alguno de tus hermanos que se haga cargo. Total serán dos o tres días. Ir, firmar y volver.
- Si. No está mal pensado. Podríamos ir mi hermano Javi, tu y yo – dijo para sí el jefe- y que Juan se ocupe de las cosas de aquí.
- ¿Yo? Por qué tengo que ir yo –dijo Fuen alarmada. Ni por un instante pensó en acompañar al jefe en aquel viaje de negocios.
- Cómo que por qué… qué hago yo al otro lado del mundo sin intérprete.
- Te pueden proporcionar intérprete allí y así te ahorras los pasajes –respondió Fuen esperanzada en que aquel argumento surtiría efecto y se libraría del viaje. No le gustaban los aviones, sólo de pensar en tantas horas metida en aquel cacharro de "hojalata"…
- Pues no. Tú vienes porque eres la intérprete de esta empresa y porque así podré presumir: el español viene con su propia intérprete. Suena bien, ¿verdad?
- Si, suena muy bien.
- Bueno, pues ya puedes ir preparando la maleta.
- ¿Pero ya has fijado la fecha?
- La fijo en un instante, dame el calendario. Hoy es miércoles… El martes que viene salimos y el miércoles allí firmando y el jueves a casa. Ya está resuelto, mándales un fax.
La respuesta llegó de inmediato, parecía que estaba preparada, dispuesta para salir rauda hacia el viejo continente. Según el texto del fax de vuelta, Johanson tenía preparado todo un programa de actos para celebrar la firma del contrato: cenas, recepciones con invitados relacionados con su empresa, compañeros de las asociaciones de empresarios canadienses, etc. etc.
Ambos se quedaron estupefactos. Nada les había dado a entender que su cliente, Johanson, diera tanta importancia a su reciente relación comercial. Francamente, aquello les parecía excesivo o, tal vez, por allí se hacían las cosas así. O puede que el señor Johanson fuese un hombre amigo de las fiestas y del boato. El caso era que la naturaleza del viaje había cambiado totalmente: de ir, firmar y volver, a ser invitados a la boda de una princesa, porque eso era lo que parecía leyendo el programa.
Pero, como se suele decir, donde vayas lo que veas hagas. El viaje era ineludible. No podían anularlo. Sólo era cuestión de adaptarse a las costumbres de su anfitrión.
Así lo decidieron Fuen y Esteban en ausencia de ejecutivos. Esteban no necesitaba parásitos que ganaban millones y luego hundían las empresas –solía decir.
Los preparativos para el viaje coparon la actividad de aquellos días. Esteban no lo había hecho bien al fijar una fecha tan próxima, todo el mundo estaba agobiado empezando por abogados, especialistas de la empresa, etc.
Fuen, además, estaba preocupada. No se trataba de un asunto grave pero si importante y no veía el momento de comentarlo con el jefe. Tanto por el agobio del momento como por la reacción que pudiera tener.
Una noche comprendió que no servía de nada dar largas, al contrario, era mejor dar salida a aquel problema lo antes posible. Sin pensarlo más llamó al móvil de Esteban porque temía que si lo dejaba para el día siguiente ocurriría lo mismo: se intimidaría.
- Perdona que te llame a estas horas. ¿Estás cenando por casualidad?
- No. En esta casa se cena temprano pero tú puedes llamar cuando quieras. Qué pasa.
- Hay algo que quiero decirte pero me da corte.
- No me digas que estás embarazada –dijo Esteban en tono de broma.
- Noo. Déjate de guasa. Verás, yo me visto en tiendas de precio justo y no creo que mi ropa sea la adecuada para el programa de Johanson. El problema es que no tengo dinero para comprar ropa adecuada.
- Bueno, eso correrá por cuenta de la empresa como gastos de representación.
- Podría alquilar algunos vestidos pero aun así son caros –respondió Fuen sintiéndose un poco culpable-. ¿No crees que sería mejor que yo no fuera y así la empresa se ahorraba esos gastos?
Esteban se agitó molesto en la su butaca favorita. Esta insistencia de Fuen por no participar en tan importante viaje ya comenzaba a cansarle.
- Vamos a ver, si no quieres venir no vengas, pero no busques achaques, dilo claramente "no quiero ir", y todos conformes.
- Claro que quiero ir. Me interesa para mi currículo. Me interesan las dietas que vas a pagarme… pero veo que es un engorro…
- Pero muchacha, ese engorro dinerario lo recuperaremos con el nuevo producto ¿no lo comprendes? Mira, vete a la cama y descansa. Mañana seguiremos con el tema. Buenas noches – colgando el teléfono de golpe.
- ¿Quien ha llamado a estas horas? –preguntó la mujer de Esteban.
El remedio había sido peor que la enfermedad para Fuen, porque ahora el jefe estaba enfadado con ella.
A la mañana siguiente entró desde la calle al despacho de Esteban. Cuanto antes mejor.
- Cómo no lo has dicho antes –preguntó él-. Podrías haberte esperado a que estuviéramos subiendo la escalerilla del avión para sacar a la luz el "terrible problema"…
- Bueno, ya te lo dije, me resultaba violento…
- Pues toma, compra todo lo que necesites ya mismo, en cuanto abran las tiendas –dijo Esteban extrayendo una tarjeta de su billetero-.
- ¿Pero me das tu tarjeta personal? ¿No sería mejor una de la empresa?
- La empresa y yo somos una misma cosa.
- Y qué compro, no estoy acostumbrada a comprar ropa de "gran soiré" –dijo Fuen aún acobardada.
- ¿Pero es que me quieres dar la mañana? Señorío, Fuen, señorío. Que lleguemos allí como señores. Que se les caiga la baba mirándonos ¿has entendido?
- Si, he entendido. No te enfades, me voy ya.
Cerca del mediodía regresó Fuen con brazos y manos llenos de bolsas y la mirada radiante. Dejó su mercancía en un sofá y, acelerada y nerviosa, se dispuso a mostrar, a Esteban, que extraordinariamente había pasado la mañana entera en la empresa, cuanto que había comprado.
- Mira… este vestido azul para la cena… mira qué escote… toda la espalda al aire –dijo Fuen mientras se sobreponía el vestido cogido de la percha-. He comprado un conjunto de plata envejecida, porque el oro era muy caro y mejor plata que fantasía. Mira qué bien me queda la gargantilla. Y este vestido gris perla para el acto de la firma… Mira, es liso, sin adornos sólo una rajita en la parte de atrás… bueno, he comprado un cinturón muy estrechito a juego con los zapatos. Y los pendientes tienen piedrecitas azules… Ya verás cuando me lo veas puesto…
- Estoy deseando verlo –dijo de pronto Esteban con voz profunda y mirada intensa.
Fuen le miró sorprendida. El tono y expresión de la cara de Esteban era toda una declaración de intenciones. Increíblemente, Fuen se oyó decir "y yo también".
- Tu también qué –preguntó él.
- Que yo también estoy deseando de que me veas con esta ropa…
Esteban, lentamente, se levantó de su sillón y rodeó la mesa en dirección a Fuen que parecía estar petrificada.
… no me vas a conocer cuando me la ponga… -dijo Fuen en un susurro. Esteban estaba frente a ella con la respiración levemente jadeante…
- Entonces tira esa ropa a la basura… La Fuen que yo quiero no es esa, es ésta, la que tengo ante mí…
Se abrazaron. Se besaron lenta y suavemente.
Les separó el temor a que alguien entrara en el despacho y les sorprendiera. Al separarse Fuen se tambaleó, tuvo que apoyarse en la mesa. Esteban la sujetó por la cintura asustado.
- Qué te pasa, ¿te mareas?
- Un poco.
- Perdóname, yo he tenido la culpa... soy un bruto.
- No. La culpa ha sido mía también. De los dos.
- Siéntate, te traeré un café, lo mismo ha sido una bajada de tensión.
- Es posible. Pero, si no te importa prefiero irme a casa, a colocar las compras en la maleta.
- ¿Pero te encuentras bien? –preguntó inquieto Esteban mientras masajeaba la espalda de ella.
- Si, no te preocupes. Ya se me ha pasado, sólo ha sido un vahído sin importancia.
- ¿Te pido un taxi? Me quedaré más tranquilo.
- Entonces, si te quedas más tranquilo, si. Llama a un taxi… Ah, toma tu tarjeta.
- Quédatela. Me la devuelves cuando regresemos del viaje.
- Como tú quieras –dijo Fuen eludiendo la mirada de Esteban.
- Te quiero –dijo él cuando ella se dirigía hacia la puerta.
Fuen se paró en seco un instante pero no se volvió. Abrió la puerta con mano aún trémula y salió.
Los compañeros la miraron huraños. Desde que Esteban se sinceró con ella y su relación mejoró y, además, Fuen ascendió de simple administrativa a secretaria del jefe, se había establecido la frialdad entre ellos. Posiblemente pensaban que Fuencisla era una trepa y para conseguir sus fines estaba empleando métodos poco… decentes. Fuen lo percibía y por eso, cuando salió del despacho cargada de paquetes sólo les dirigió un apenas audible "adiós".
Fue una suerte que la "expedición" fuese numerosa y le tocara estar sentada junto a Javier, uno de los hermanos de Esteban. Un chico que también era ingeniero pero de carácter más abierto y divertido. Todo el viaje lo pasó riendo con las ocurrencias de su vecino de asiento. Si hubiera sido Esteban quien estuviera a su lado se hubiera sentido cohibida.
Tras largas horas y un enlace llegaron a la ciudad de Montreal cansados y entumecidos.
Los canadienses, como les llamaban familiarmente, estaban esperándolos. Fue un recibimiento estupendo: flores, abrazos, apretones continuados de mano, besos... Después de todo mereció la pena haber sufrido un viaje tan largo.
El problema fue el sueño. La diferencia horaria impedía a Fuen dormir y, cansada de agitarse en la cama, decidió vestirse y salir a la calle. Cualquier cosa mejor que la cama en esos momentos.
Esteban estaba alojado dos puertas más allá de la habitación de ella. Como tampoco conseguía conciliar el sueño oyó como Fuen salía de su habitación. Se asomó al largo pasillo en pijama.
- ¡Fuen. Fuen! –dijo en tono bajito para no molestar al resto de los huéspedes. Fuen le oyó y se volvió.
- A dónde vas –preguntó por señas Esteban-.
- A dar una vuelta –respondió, también por señas, Fuen.
Con las manos le dijo que le esperara y ella le indicó que le esperaba en el vestíbulo.
Allí estaba ella, esperándole de pie en un lado del enorme vestíbulo, con las pulsaciones alteradas.
Comenzaron a caminar sin rumbo fijo. Fuen sugirió pasear por el centro para ver el ambiente nocturno de la ciudad. El dijo que aceptó.
Caminaban uno junto al otro sin mirarse. Nerviosos. Esteban ofreció la mano para que Fuen la tomara y así caminar cogidos de la mano en lugar de hacerlo como dos extraños.
Fuen dudó. No sabía qué debía hacer porque lo último que deseaba era que él se sintiera provocado, como si se lo pusiera fácil.
- Vamos, dame la mano. Aquí no nos conoce nadie.
- Qué va… sólo hay como 10 personas que nos conocen en esta ciudad –dijo Fuen esquiva.
- Fuen, si no confías en mi. Si te sientes mal estando a mi lado, me vuelvo al hotel. No te molestaré nunca más.
Ella vaciló. Puede que Esteban tenga razón. La ocasión es única. Puede que no existiera otra ocasión semejante en toda su vida para quererle y dejarse querer por él. Se rindió. Estaba deseando rendirse.
Alargó la mano helada por la emoción y tomó la cálida de Esteban. Se miraron sonrientes. Comenzaron a caminar desviándose del centro para huir de la posibilidad de ser vistos por alguno de los suyos.
Era ridículo caminar por la calle así, cogiditos de la mano como niños. Esteban pasó el brazo de Fuen por su cintura. Él rodeó el cuello de Fuen con el suyo. Era la postura perfecta para besarse una y otra y otra vez.
Besándose los labios. Acariciándose la cara. Besándose las manos caminaban muy despacio, haciendo frecuentes paradas por la calle casi desierta. Una luz brilló a lo lejos. Era un hotel, no había duda. Un hotel más modesto que el suyo pero suficiente.
Esteban le hizo un gesto con la cabeza en dirección al hotel. Fuen no respondió. Simplemente tiró de él hacia adelante, en dirección a la lejana luz, con el brazo enlazado en su cintura.
La locura. La ansiedad. El terreno preparado por las caricias previas y el deseo saliéndoles por todos los poros de su cuerpo. Todo se conjugó para disfrutar la noche perfecta.
El amor más ardiente y, al mismo tiempo, más delicado se enseñoreó de aquellos cuerpos y aquellas almas.
Esteban se durmió. Ella no. Tenía que ver la forma de llegar al hotel sin despertar sospechas. Ya lo tenía: ella se iría en ese mismo instante y Esteban lo haría cuando lo despertara ella con un toque de su móvil porque, el día que amanecía, era el día que tanto esperaban y no podía arriesgarse a que él despertara a mediodía.
Pero Esteban se despertó. Abrió los brazos para que ella se arrojara en ellos. Fuen se dejó abrazar. Él, entre caricias le dijo:
– Esta noche ha sido lo mejor que me ha pasado en toda mi vida.
Esperó que ella dijera lo mismo, Pero no lo dijo. Tras el abrazo salió de la habitación apresuradamente, sin despedirse.
No pudieron hablar durante toda la jornada. Apenas se vieron. Tal como Fuen pensó, los organizadores del evento habían contratado intérpretes. Parecía una añagaza del señor Johansson para, de esta forma, poder llevar a todas partes y en todo momento a su dama, Fuen, cogidita de su brazo.
Esteban, a pesar de lo relevante del acto, sólo tenía ojos para mirar y buscar a su ¿amante?... No veía el momento de volver a abrazarla.
El programa lo impidió. Tampoco ella se esforzó en acercarse a él.
"Se habrá arrepentido. Habrá cambiado de idea sobre lo nuestro". La duda estaba atormentado a Esteban al verla tan distante.
Mientras, en su domicilio, una mujer, una señora, abría un sobre rajándolo con sus largas uñas pintadas de rojo. Extrajo del sobre una factura del banco, de la tarjeta de su marido en concreto. Recorrió el listado de gastos realizados en principio indiferente. Lo mismo de todos los meses. Pero, algo vio al final de la lista que le produjo una gran impresión y la hizo saltar en el sofá.
- ¿Y esto? –se dijo alarmada. Porque aquellos gastos pertenecían a compras en una tienda para señoras.
El encuentro con los socios canadienses fue un éxito. Se consiguieron los objetivos marcados y los anfitriones se desvivieron por agasajarles y tener todo tipo de atenciones con ellos. Aun así, agradecieron que todo terminara porque estaban agotados. En el viaje de vuelta no hubo risas sino un grupo de personas adultas durmiendo.
En el aeropuerto el grupo se deshizo. Cada uno tomó un medio de locomoción diferente para llegar a su domicilio. Fuen prefirió un taxi que la dejara en la puerta de su casa. Tenía planes como tomar una ducha, comer un yogur y meterse en la cama.
Pero, una visita la esperaba en sentada en la escalera.
- ¡Natalia! Qué haces aquí.
- Estaba esperándote.
- Pues me pillas de milagro porque vengo de viaje.
- Ya lo se. Se que estabas de viaje y cuando regresabas y a qué hora.
- Venga. Pasa a mi reino que, no tiene nada que ver con tu mansión.
- tranquila. Yo me adapto a cualquier lugar.
- Y cómo has averiguado mi dirección –dijo Fuen mientras deshacía el equipaje.
- Soy propietaria. Tengo acceso a los datos de los empleados.
- Ah, claro –dijo Fuen molesta porque sus datos estuvieran al alcance de cualquiera.
- Bueno Natalia, ¿te quedas a cenar?
- ¿Qué hay para cenar?
- Lenguado y calamares, ¿te gusta?
- Si que me gusta. La pesca me encanta –respondió Natalia-. Y si me invitas me quedo a dormir aquí.
Fuen pensó que le encantaría pero no era el momento. No le apetecía cocinar ni alojarla en su piso porque estaba rendida de cansancio. Sin embargo, no tenía otro remedio. No porque fuera propietaria de la empresa donde trabajaba, sino porque Natalia estaba sola. Si buscó en plena noche un plato de comida y una cama, siendo una niña rica, no era por falta de recursos, era por falta de afecto.
- Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Tengo habitación para invitados para cuando viene mi familia de fuera. Mientras yo hago la cena tu date una ducha. En el armario frente al cuarto de baño están las toallas, los pijamas y ropa interior sin estrenar.
- Te advierto que si la has estrenado tu, yo encantada –dijo, descarada, Natalia.
Fuen ignoró el comentario. No le vendría mal a la hermana del jefe un poco de seriedad.
- Vamos, metete a la ducha ya… No quiero comerme la cena fría por esperarte.
Por fin Natalia desapareció de su vista, momento que aprovechó Fuen para enviar un mensaje a Esteban: "Natalia está conmigo".
Al recibir el mensaje, el teléfono emitió una musiquilla característica de los mensajes. Una mano femenina se acercó al teléfono de Esteban y lo abrió. Leyó el mensaje. Leyó el nombre del emisor: "Fuen".
- Natalia… a cenaarr… - dijo Fuen apremiando a su invitada.
Natalia se presentó en la cocina completamente desnuda. Era una forma de provocar. Fuen tuvo que contener una exclamación al verla.
- Qué te parece. A que tengo un buen cuerpo.
Fuen la miró y fingió estar tasando el cuerpo de Natalia.
- Uumm… Un poco delgada estás, tienes que comer más y sobre todo mejor.
- Ahora te toca a ti. Desnúdate.
- ¡Yo! ¡Con lo friolera que soy! Ni hablar. Pero, chica, tápate que el piso está frío, me dejé la calefacción apagada.
Corrió al armario y extrajo una manta y la echó sobre los hombros de Natalia. Mientras la arropaba comenzó a acariciar a Fuen.
- Seguro que mi hermano te ha contado que soy lesbi.
- Pues no. En el trabajo no se habla de la familia. Sólo se trabaja.
- En realidad soy bi. Ochenta por ciento lesbi y veinte por ciento hetero… Los tíos me gustan menos, son tan brutos, huelen tan mal, pero bueno, para un apuro… -dijo Natalia buscando el modo de esquivar las manos de Fuen para manosearla.
- No me cuentes tu vida que bastante tengo con la mía.
- En cambio las mujeres… son tan suaves, huelen tan bien… huummm qué bien hueles Fuen, ¿verdad que esta noche vamos a dormir juntas?
- Ni lo sueñes. Yo en mi cama y tu en la tuya. ¡Ves, ya está fría la cena, lo sabía yo… tanta cháchara…
La rutina volvió de nuevo. Por una parte era un alivio y por otra un aburrimiento. Siempre igual, actuando como un robot.
Fuen volvió a su ordenador y Esteban no aparecía por allí. Estaba muy ocupado con las obras de la ampliación. Desde aquella noche en Montreal, que Fuen tenía en la cabeza continuamente, no habían vuelto a verse ni a hablar. Le echaba de menos. Le deseaba cuando evocaba lo ocurrido en aquel modesto hotel. Pero aquel tiempo sin él logró que se tranquilizara. Que su corazón latiera con el mismo compás que lo hacía antes del primer beso.
Antes o después Esteban tenía que volver a la oficina en trance de desaparecer con la ampliación. Y finalmente volvió.
Fue directamente a su despacho. Saludó sin mirar a nadie. Pero ella le vio la cara. Se asustó. Estaba muy desmejorado desde la noche de Montreal. Tal vez el cansancio. Si, seguramente el cansancio es la causa de su mal aspecto.
Aun así, no pudo contenerse. Tenía que verle y preguntarle.
Llamó a la puerta y entró antes de que él le diera paso. No le importó qué pensaran los compañeros. Se aproximó a la mesa.
- Esteban –dijo en voz baja. Como se habla cuando hay un enfermo-. Qué te pasa, ¿te encuentras mal?
- Si. Estoy hecho un pingajo y tu sabes por qué –dijo muy enfadado.
- ¿Yo? Pero qué he hecho yo…
- Alentarme. Hacerme creer que sentías por mi lo que yo siento por ti… Quieres más. Ah si, hay más. Te dije que aquella noche fue lo mejor que me había pasado en toda mi vida y tu ni respondiste. Todo esto es lo que tú has hecho.
Fuen estaba horrorizada. Como se las había arreglado para hacerle tanto daño sin intención. Temía haber perdido su confianza porque no cabía duda de que él estaba seguro, por sus palabras, de que ella no fue sincera en Montreal. No sabía qué decirle para sacarle de su error.
- Esteban. Eres un hombre casado. Tienes una mujer en tu vida. Si ella se enterase de que tienes algo conmigo, aunque sólo lo sospechara, te haría la vida imposible y te echaría de tu casa. Peor aún: se marcharía ella y se llevaría a tus hijos. Por eso me distancié de ti, para no perjudicarte…
- ¿Pretendes que me lo crea? Soy un hombre hecho y derecho. No necesito que nadie me proteja. Y los problemas relacionados con mi familia son cosa mía. Ademas… las cosas no van bien entre mi mujer y yo.
- Por favor, no me cuentes lo de que tu mujer no te comprende –dijo Fuen desolada. Si Esteban hubiera pronunciado esa tópica frase que solían decir los hombres casados cuando querían "enrollarse" con una mujer soltera, ella hubiera sabido que todo era una estratagema para liarse con ella. Para darle en su vida el puesto de amante, lo cual sería un grave insulto para ella.
- No. No te lo diré porque no es esa la realidad. No es que mi mujer no me entienda, es que no me quiere. Es que no nos queremos. Convivimos nada más. Por nuestros hijos, si, estás en lo cierto, y porque en este mundo que yo vivo, el de la "clase alta", no se permite el divorcio. Y no se permite porque hay muchos intereses de por medio. Lo nuestro no es un matrimonio: es una alianza.
Fuen le escuchaba tristemente. Sin darse cuenta de que su cara tenía el mismo aspecto que la de él.
- Entonces qué…
- De ti depende –dijo Esteban-. Si tu me quieres como yo a ti, estoy dispuesto a romper la tradición. Pero tu actitud me da a entender que tu, mujer libre e independiente, no quieres ataduras, sólo buscas alguna que otra aventura con un hombre desgraciado que se ha enamorado de ti.
- Esteban, no te permito que me llames "aventurera". No me conoces lo suficiente. No soy una mujer fácil. Sólo ha habido un hombre en mi vida, vamos, un chico porque éramos muy jóvenes, y de eso hace mucho tiempo. Y desde entonces nada, yo también soy una romántica, como tu, y esperaba el amor, un amor verdadero. Lo encontré una mañana de verano sentada en una terraza.
- ¿Quieres decir que estás dispuesta a esperar y, posiblemente, a "aguantar carros y carretas"?
- Si me prometes que descansarás más y que te relajarás, te diré una cosa, ¿hace? -dijo Fuen acercándose a él-.
- Hace –respondió Esteban mirándola expectante.
- Entonces te lo diré: también para mí fue lo mejor que me había pasado lo ocurrido en Canadá. Tengo en la mente cada minuto que pasamos juntos… Y en cuanto a tu pregunta la respuesta es si. Si esperaré. Si aguantaré lo que sea necesario. Y si, te quiero más que a mi propia vida.
Las fiestas por el gran éxito del viaje a Canadá continuaron con el fin de que todos aquellos que no pudieron ir, disfrutasen como si hubieran estado allí.
La familia frecuentaba un club social de bonitas instalaciones interiores y exteriores. Los domingos y días festivos se reunían allí y allí comían. Los niños jugaban. Los hombres tomaban copas y las mujeres cotilleaban mientras echaban unas manos de cartas. Allí tuvo lugar la fiesta.
Eran numerosos los invitados, todos quería una porción del éxito de la familia. También estaban invitados los empleados, era un día tan especial que nadie debía faltar.
Ese día Fuen conoció al entorno de Esteban. Fue una de las protagonistas de la velada. Al verla en las fotos siempre junto a Johanson pensaban que había tenido una influencia determinante en éxito obtenido. Así conoció a los padres de Esteban, sus hermanas, cuñados, a la mujer de Javi y, el peor momento, a la mujer de Esteban. Pero alguien faltaba: Natalia. ¿Dónde estaría Natalia?
Buscó a Esteban por entre la gente. Como anfitrión no paraba un instante. Al fin lo encontró. Él la miró arrobado. Realmente estaba muy bella vistiendo uno de los trajes que se puso en Montreal, pero la luz que había en sus ojos, la felicidad de ser amada y amar, le daba un encanto sublime. Con un gesto, le pidió que no la mirara así, que todo el mundo se daría cuenta de lo que había entre ellos.
- Oye, dónde está Natalia que no le he visto en todo el día.
- No tengo ni idea. Lleva casi un mes tirada por ahí como suele –dijo Esteban con gesto dolorido.
- Pero qué dices. Si ha estado en mi casa.
- ¿En tu casa? ¿Contigo? Y por qué no me lo has dicho…
- Te lo dije. Te envié un mensaje de texto para que lo supieras y estuvieras tranquilo.
- Pues ese mensaje no me ha llegado –dijo sacando de su bolsillo el móvil y mirándolo. Se lo mostró.
- Mira. No hay ningún mensaje tuyo.
- Qué raro, porque yo te lo envié –dijo Fuen extrañada.
- Y mientras trabajabas dónde estaba mi hermana.
- En mi casa. Yo me iba al trabajo y ella se quedaba allí. La mayoría de las veces durmiendo.
- ¿Y no salía, porque no le darías una llave? No me lo creo –alarmado él.
- Claro que si. Le di un juego de llaves para que entrara y saliera cuando se le antojara.
- Pero Fuen… desengáñate, Natalia no es como tu la ves. Es un caso perdido… Cualquier día de estos te encontrarás la casa llena de drogadictos tumbaos por todas partes. Entre ellos Natalia…
- Bueno… cambiaré la cerradura mañana mismo… pero yo juzgo a Natalia según se comporta conmigo. Y conmigo es buena, es amable y cariñosa. Encantadora, como te dije el primer día…
- A que no te ha dicho que es lesbiana… Seguro que se te ha insinuado y por eso es tan buena chica contigo…
- No me gusta que hables así, Esteban. Si que me ha dicho que es lesbiana. Y no, no se me ha insinuado… ¿Por qué no le das el beneficio de la duda?
- Porque me ha decepcionado muchas veces. Y a ti también te decepcionará, sólo es cuestión de tiempo.
- Pues entonces. Cuando se porte mal conmigo, entonces te diré que si, que es mala. Mientras tanto no.
- Tu sabrás… y ahora vamos a tomar algo que no nos vean tanto tiempo juntos –dijo Esteban que en su ambiente se había vuelto más prevenido.
- Si, tienes razón. Esto es territorio comanche pero con "glamour" –dijo Fuen dirigiéndose a la barra junto a Esteban. Allí entablaron conversación con distintas personas y poco a poco se fueron separando.
Cayó bien a la familia. Fuen era invitada a tomar café en las casas de hermanas y cuñadas de Esteban. Incluso los padres llegaron a invitarla a comer. Asimismo la invitaban a fiestas familiares como primeras comuniones y cumpleaños de los niños.
Ella estaba asombrada, no entendía qué tenía para agradar tanto a la familia. Al fin, sólo era una oficinista, y en lo del contrato con los canadienses trabajó mucho, como todos, pero simplemente era su trabajo.
A veces pensaba que cualquier día cambiarían de actitud para con ella y con la misma intensidad que la apreciaban ahora, la despreciarían después. Por eso ella se comportaba con total moderación. No quería destacar para evitar el riesgo de excederse con aquellas personas, en su opinión, un tanto… veleidosas.
Además estaba lo otro, lo de ella con Esteban… Qué ocurriría cuando se enteraran –se preguntaba preocupada.
Sólo una persona del clan la miraba con malos ojos y hubiera preferido que se marchara de vacaciones al otro lado del globo y no volviera nunca más: la mujer de Esteba. Ella guardó la factura en la que estaba reflejada la compra de ropa para Fuen. La guardaba cuidadosamente para esgrimirla ante su marido si llegaba el caso. Ella borró el mensaje en el que comunicaba a Esteban el paradero de Natalia.
Un día, cansada de ver a Fuen en todas partes y de que su familia política la apreciara tanto, decidió atacar.
Era el mejor momento porque los niños estaban fuera de casa.
Esteban llegó y ella le abordó mostrándole la factura.
- ¿Qué es esto? –le dijo con un todo triunfal, como si tuviera ganada un partida.
- Una factura de la tarjeta.
- Me refiero a este gasto de una tienda de señoras… vestidos, zapatos y otras cosas…
Esteban, adivinando cual era su intención atajó
- Gastos de representación. Sólo gastos de representación, deberías saberlo.
- ¿De representar qué?
- A nuestro negocio. Al negocio que te permite vivir mejor que una reina.
- ¿Y quien se puso estos artículos?
- Eso a ti no te importa. Como no te importa la gasolina que le pongo a mi coche o el papel que compro para las impresoras.
- Es para ella. He visto las fotos. He visto como se pone los vestidos para alternar con nosotros…
- Si lo sabes por qué me lo preguntas ¿o es que tienes ganas de bronca?
- ¿Yo? A mi me da igual. Puedes comprarle lo que quieras, a esa zorra no me llega ni a la suela del zapato.
- Vamos a ver. La ropa fue un gasto de representación, no se iba a presentar en una casa ajena sin la ropa adecuada, porque ella, y todos, representábamos a la empresa. Y, una vez usados, está claro que tenían que ser para ella, no íbamos a devolverlos ni a tirarlos… A no ser que los quieras para ti. Y por favor, no la insultes. Es una chica seria, no se lo merece.
- Cuando una mujer se lía con un hombre casado, el nombre que le pega es ése –dijo ella con la cara roja de furia al ver que él defendía a Fuen.
- Me alegra que hayas sacado el tema. Si. Tenemos una relación. No. No está liada con un casado porque, como sabes, hace mucho que dormimos en habitaciones separadas. Pero es igual lo que digas. Lo importante es que quiero el divorcio. Quiero empezar una nueva vida con ella.
- Tu abandonaste la cama. Yo no te dije que te fueras.
- Me fui de la cama porque no te quería ni te deseaba. Tu a mi tampoco.
- Cómo que no –dijo ella jadeante-. Yo te quería entonces y te quiero ahora. Lo que dices es un pretexto para meter en esta casa, mi casa, a esa fulana.
- Sabes de sobra que lo que dices es mentira. Si algo parecido al amor hubo entre nosotros hace mucho que desapareció. Y ya basta. Ve organizando tu vida porque voy a poner la demanda de divorcio mañana mismo.
Natalia había vuelto a las andadas. Conduciendo un caro y llamativo coche bajo los efectos del alcohol sufrió accidente que la puso al mismo borde de la muerte. Fue ingresada en una clínica con varias fracturas y en estado comatoso.
En la familia, como en otras ocasiones, todos se peleaban por no ir a acompañarla en la habitación de la clínica. Decían que ella se lo había buscado. Que lo mejor sería que se muriera de una vez y les dejara en paz. Los padres lloraban desconsolados porque ellos, por su edad y mala salud, no podían pasar días y noches a la cabecera de su hija, como desearían.
Enterada Fuen a través de Esteban, se horrorizó al saber de lo que eran capaces aquellas personas en apariencia intachable. Decidió ser ella quien se ocupara de Natalia en semejante trance aunque, gracias a su juventud, evolucionaba favorablemente pero despacio.
Esta era la situación cuando Esteban rompió con su esposa definitivamente.
Esteban consideró conveniente buscar alojamiento fuera de su casa, en un hotel por ejemplo, hasta que el divorcio fuera efectivo. Su mayor preocupación, ahora, eran sus hijos. No sabía cómo decírselo. Temía que su madre les manipulara contra él. Pero no, entre sus hijos y él había una relación de amigos, más que padre e hijos, sus hijos le comprenderían y todo continuaría como siempre.
Su mujer, en cuanto se quedó sola llamó a los familiares contándoles lo ocurrido: que Esteban había reconocido que estaba liado con Fuen y que iba a pedir el divorcio. Fue como un maremoto. Todos se personaron en el domicilio como si hubiera alguien en trance de muerte. Llamaron a Esteban que, en vista de la situación, tuvo que volver a la casa para dar su versión. Todos le increparon. Todos le gritaban y agitaban las manos ante él diciéndole cosas como desgraciado, te ha sorbido el seso es fulana, no vamos a permitir que hagas eso tiendo esta mujer que es perfecta… Él, trató de sosegarlos pero fue inútil. Se arrepintió de haber vuelto total, sólo quería decirles que a ellos no les importaba y que con su vida hacía lo que quería.
Alguien preguntó "y Natalia. ¿Lo sabe?, ¿quién está con la niña?"
- ¡Fuen! –gritó Esteban-. Está con Fuen, la única que la entiende y la única que la quiere.
Otra vez el revuelo. Mi hermana está con esa. Esa puta está tocando a mi hermana. Vamos ahora mismo a la clínica. A echarla de allí tirándole de los pelos si hace falta…
Salieron en desbandada. Esteban estaba acobardado, les creía capaces de agredir a Fuen. Marcó el número del móvil de ella. Por suerte lo cogió a la primera.
- Dime.
- ¿Estás en la clínica?
- Si claro.
- Pues sal corriendo ahora mismo. Sal de ahí. Van todos a buscarte…
- Cómo... -Fuen no lograba entender qué decía.
- No preguntes coje tus cosas y sal de ahí… no salgas por la puerta principal… correee
Asustada por el tono apremiante de Esteban tomó abrigo y zapatos metidos en una bolsa y salió corriendo por la escalera de emergencia.
En el aparcamiento había muchos coches y los árboles tapaban algunas farolas. Desde allí los vio llegar con los coches a todo gas y entrar en tropel a la clínica.
- Lo sabía –se dijo-. Sabía que esto tenía que ocurrir.
Comenzó a andar en dirección a la parada del autobús. Allí nunca la encontrarían. Los ricos no viajan en autobús. Lo normal hubiera sido que llorara pero estaba como sonámbula, totalmente insensible. Sabía lo que había ocurrido: Esteban habló con su mujer de separación, reconoció la existencia de su amor y la familia se ha enterado.
Su destino, su futuro, estaba en el aire. Todo dependía de Esteban. Si era capaz de vencer la tremenda presión que iban a ejercer sobre él, la felicidad les esperaba. En caso contrario…
Los padres mandaron llamar a capítulo a su hijo Esteban. El pretexto fue una comida para hablar de la empresa y sus resultados. Aunque no tenían participación, la repartieron entre todos sus hijos, se preocupaban de ello por "el bien de sus hijos" cuando en realidad, eran un poder en la sobra.
Los padres atacaron inmediatamente.
- Hijo mío, cómo has podido hacernos una cosa así. Nunca nadie de esta familia se ha separado, aunque hubiera problemas en el matrimonio.
- Padre. Yo la quiero y ella me quiere. Hace mucho que entre mi mujer y yo no hay nada.
- Lo sabemos hijo. Lo sabemos. Pero esas cosas tienen arreglo. Toda la vida se ha solucionado por las buenas, cediendo cada uno un poco –dijo la madre.
- Y con discreción. Sin armar tanto alboroto –recalcó el padre.
- Eso se lo apuntas a mi señora, padre. Ella llamó por teléfono a toda la familia.
- Bueno, ya sabes cómo es una mujer despechada. Pero a lo que importa. Mira, tu en una habitación. Ella en otra.
- Ese paso ya está dado.
- Muy bien. Ya verás como la casa vuelve a ser como una balsa de aceite. Llega la comida y el padre en la cabecera de la mesa –dijo el abuelo dando un sonoro manotazo sobre el tablero de la mesa-. Y llega la hora de la cena y el padre ahí, en la cabecera de la mesa. Y el padre ayudando a sus hijos con los deberes, dándoles buenos ejemplos. Y a la otra le pones un piso, le pasas un dinero y todos contentos.
- Jamás haría eso. Ni ella lo permitiría. Es una mujer trabajadora e independiente. Se gana el dinero con su trabajo muy dignamente. Pero lo más importante: es que la quiero. ¿No podéis meteros eso en la cabeza? Yo no quiero un amante, quiero compartir la vida de la mujer que amo. Quiero amarla y que me ame.
- ¿Y tus hijos? Seguro que no has pensado en tus hijos porque estás muy ocupado pensando en ti.
- Mis hijos ya son mayorcitos, pueden decidir con quién quieren vivir.
- ¡Ayy Señor mío! –exclamó la madre a gritos-. Habrá crueldad más grande que obligar a unas criaturas a elegir entre su padre o su madre… hijo mío, me quitas la vida a "puñaos", has traído a esta familia una calamidad… me siento mal, voy a echarme en la cama –dijo la madre poniéndose en pie con dificultad-.
Ambos, padre e hijo, acudieron en su auxilio justo a tiempo de impedir que la madre cayera al suelo desmayada.
El susto fue horrible. Por su aspecto parecía haber ocurrido lo peor. Esteban avisó a los servicios de urgencia. Había sido un síncope vasovagal, nada grave. Pero, sería conveniente hacer unas pruebas –dijeron los sanitarios.
Esteban pensó que la culpara había sido de él. Aquellos momentos en los que pensó que su madre había muerto por su culpa, estuvo a punto de volverse loco. Nunca volvería a poner a sus padres en riesgo por sus asuntos. Ellos, como siempre, tenían razón: era un egoísta que sólo pensaba en sí mismo.
Cuando la familia entró en la clínica donde estaba ingresada Natalia, salió a su encuentro un guarda jurado. No eran horas de visita. Tampoco pueden entrar tantas personas en una habitación.
Al tratarse de una clínica privada, con las propinas y el apoyo de algún mando que conociera a cualquiera de la familia consiguieron entrar en la habitación.
Natalia, que en aquellos momentos dormía, se despertó sobresaltada. Al ver su habitación llena de gente pulsó el timbre para que alguien acudiera a desalojar la habitación al tiempo que gritaba "fuera de aquí… no quiero veros, Fuen, dónde está Fuen… enfermeraa… eche a la calle a estos hijos de puta… quiero que venga Fuen…" En vista de que nadie parecía oírla intentó arrancarse el catéter con cuanto tenía conectado. Fue necesario sedarla levemente y los visitantes fueron puestos en la calle.
Al día siguiente Fuen apareció en la puerta de la habitación. Apoyada en el quicio, con una mano en el bolsillo del pantalón y en la otra una flor, cabeceó fingiendo enojo: - Eres una chica mala. Ya me han contado la que armaste anoche.
- Es que tuve una pesadilla. De pronto todo esto estaba lleno de meigas. Tuve que defenderme -dijo mimosa Natalia.
Fuen se aproximó a la cama y la besó en la mejilla.
- Eres terrible. Deberías darme miedo.
- Dime que vienes para quedarte. Te pagaré por ser mi enfermera.
- Mejor aún: me quedaré y seré tu enfermera gratis. Es más, cada vez que salga a la calle te traeré un regalito, como si fueras una niña.
- No me extraña que mi hermano esté loco por ti.
- ¡Y tú cómo lo sabes! Tú eres la bruja y no las de tu sueño… -rieron las dos-.
Fuen no volvió al trabajo. Su presencia hubiera sido una forma de presión sobre Esteban. Quería que decidiera libremente aunque si intuición, que nunca le fallaba, le decía que ella sería la perdedora.
Otra vez dejaba el trabajo por propia voluntad. Parecía ser su destino andar por el mundo en precario, sin un presente ni un futuro estable.
Esteban lo comprendió. Pero de ninguna manera la despediría aunque estuviera meses sin aparecer por el trabajo. De algo debía servirle ser el jefe. Desde la bronca no había vuelto a verla. Un día pasó por su calle y vio en la ventana de su pisito un letrero de se alquila. O bien se había ido a su pueblo o había tenido que dejar el piso y conformarse con una habitación. En su cuenta bancaría tendría el importe de los sueldos devengados pero, conociéndola, sería muy capaz de no tocar ese dinero.
La "tribu" estaba dividida. Unos le decían que había hecho bien librándose de esa lagarta. Otros que no debió hacer caso de los abuelos, que los viejos son astutos. Incluso alguien le insinuó que el desmayo de su madre fue falso, que lo hizo para chantajearle emocionalmente. El a todos decía que si y dejaba pasar el tiempo.
En eso se convirtió su vida, en dejar que las horas y los días pasaran. Vivía en su casa con su señora. Cada uno en un dormitorio, como dijeron los padres. Presidía la mesa y ayudaba a sus hijos. Lo peor era simular normalidad, incluso felicidad, para que sus hijos vivieran en un hogar corriente y no en un ring de boxeo.
Nuevamente rutina. Las visitas a los padres. El ingente trabajo. El club con la familia.
En la lejanía un portón se abría y cerraba cuando el automóvil del socio llegaba. Ningún proletario entraría allí ni por equivocación los guardas se ocuparían de ellos si el portón fallaba. La tarde era espléndida. El cielo "velazqueño". El sol acariciador. El césped del "green" más verde que nunca. Aquella tarde el club parecía una sucursal del paraíso.
Un lujoso coche avanzaba por la el camino. Se paró en la mitad de la distancia entre la entrada y la terraza del club, llena de gente en esos momentos.
Dos personas descendieron del espectacular automóvil y caminaron lentamente, paseando, hacia la zona social. Una de esas personas caminaba apoyándose en un bastón y en el brazo de su acompañante.
Cuando estaban lo bastante cerca pudieron ver que eran dos mujeres elegantemente vestidas.
Cuando las tuvieron delante no podían creer lo que veían.
Fuen, miraba a Natalia solícita. Los familiares expectantes. Natalia les miró risueña a todos, de uno en uno, y dijo...
"¿Sabéis lo que acabamos de hacer?
Nos hemos casado".

A primera hora del día siguiente sonó el teléfono. Él sabía que estaba sola porque el otro miembro de la pareja estaría durmiendo y lo haría hasta el mediodía.
- Dime –respondió firme, serena.
- Por qué has hecho eso. A ti solo te gustan los hombres.

- A mi no me gustan los hombres, me gusta un hombre en concreto –dijo Fuen en clara alusión a él- . Y te equivocas, la pregunta no es "por qué" sino "para qué": para cuidarla. Para darle cariño. Para salvarla de sí misma. Para no separarme de ella ni un instante para que no se mate ni se parta la columna conduciendo bebida o drogada. Todo esto y más, para que tu vivas tranquilo.
Verás, me desazona hablar contigo. No me llames nunca.

Fin.


Para Fuen de Maribel.


 

4 comentarios:

Verdial dijo...

Realzas muy bien las relaciones humanas en base a los sentimientos.
Que pocas veces nos paramos a pensar en todo lo que tenemos para dar y lo poco que damos e incluso exigimos que nos den.
Fuen tenía mucho amor que dar y no se lo valoraron. Sorprendente la desición final de darlo a quien más lo necesitaba, sin importarle lo que pudieran pensar los demás.

Te quedó muy bien el relato María, me ha gustado mucho.

Un abrazo

pd: tocas dos puntos que desgraciadamente me tocan muy de cerca: el accidente de tráfico del joven, y las drogas. El segundo es un poco más alejado, pero el primero es de primer grado.

fuen dijo...

me sigue gustando mucho la historia...y qué final!

laisaestapia@gmail.com dijo...

Cómo me alegra que esta historia haya salido tan redonda.

También a mi me gusta el final. Es como un bofetón a la familia.
Y la despedida rotunda y justiciera.

Un beso, guapa.

laisaestapia@gmail.com dijo...

Guapas ambas. Vereis, he estado como seis meses, o maaass, sin poder entrar en mi web por no molestar al técnico.
Finalmente me lancé a llamarlo. Me regañó como si yo fuera una niña.
Estoy contenta y buscando algo que poner, ya he puesto el cuento de Miguel.
¿Qué os parece el de miedo?

Abrazos a tope.