domingo, 6 de noviembre de 2011

La lectora1.

Ella tenía una voz aterciopelada, bien timbrada y agradable. Vio el anuncio en la prensa y llamó al número de teléfono que aparecia en el anuncio.
La casa era lujosa,  un palacio pequeño, palacete que se se suelen llamor. La entrevistó la hermana y esta quedó subyugada por aquella voz, por sus inflexiones, etc. La contrataron.

Mañana a las seis de la tarde tiene que estar aquí, dijo la hermana enérgica.
Y así fue: a las 17:50 estaba allí para preparar la lectura y elegir el tema, autor o autora, todo eso...
Iba vestida con elegancia, altos tacones, perfume entre florala y cíctrico - Menos mal que mi hermano no la va a ver -dijo la que parecía jefa de la casa.

De pronto se abrió la puerta y entró un hombre, aún joven, con un bastón de ciego y unas gafas negras. También él vestía con buen gusto. Era terriblemente injusto que un hombre tan atractivo fuese ciego.
Él tomó asiento en su butaca preferida y ella, a petición de él se sentó en frente. Al lado una mesita con varios libros y varias botellitas de agua.

Comenzó a leer. Como cobraría por horas leía pausadamente con un descanso para beber agua y pasear por el salón desintumeciendo las piernas y de paso retocar su maquillaje y perfume. Él no, permaneció sentado siguiendo el sonido  de los sensuales tacones de los zapatos.

Retomaron la lectura. Primero fue poesía. Ahora una interesante novela. Embebida en la lectura no se percató de lo ocurrido. Pero, antes o después levantaría la vista del libro y entonces...

- ¡Oh, pero qué hace, es usted un...!

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