martes, 22 de noviembre de 2011

La lectora5.


Al verse descubierta por los hermanos, la lectora sintio que el pánico la cubría de pies a cabeza. No sabía por qué  pero tenía mucho miedo. Corrió hacia la enorme puerta y, cosa curiosa, pesaba mucho más que cuando entró, al fin pudo moverla y se cerró con un golpe tal que retumbó en toda la casa. Al instante, otro ruido semejante subió desde la entrada. Fue como una charla entre puertas, una decía "me voy" y la otra respondía "te espero aquí".
La lectora estaba petrificada, incapaz de moverse.
Pero algo la sacó de aquel estado: un golpe pausado, acompasado, subía escaleras arriba. Sin duda el golpe rímico lo producía el bastón del ciego.

Estuvo a punto de echar a correr hacia la escalera, por suerte tuvo el instinto de descalzarse y llevar los zapatos en la mano izquierda. Si su instinto de supervivencia no hubiera hecho su trabajo, el bajar taconeando hubiera sido una pista para los hermanos.
Comenzó a bajar la escalera descalza, pisando de puntillas y con los zapatos bien sujetos por temor a que alguno o los dos se le cayeran.
El sonido continuaba. Despacio pero pertinaz avanzaba hacia arriba... Al tiempo que ella bajaba sin consciencia de lo que podría ocurrir.
Por suerte se dio cuenta " estúpida, no ves que vas a echarte en los brazos de ellos" dijo alguien, algo dentro de sí.
Dio un giro y volvió sobre sus pasos. Pasó ante la enorme puerta a la que culpó de sus apuros. 
Dos tramos más abajo vió a la izquiera  un   pasillo. Se fue por el pasillo. Desembocó en otra escalera. Continuó corriendo escaleras abajo.

El golpe seco sonaba por toda la casa, siempre a la misma distancia.

Pensó que tal vez  ya hubieran superado la mayor parte de la escalera principal y podría cruzarla para despistarlos pero no, la pareja no le perdía pie... Desde el lado opuesto donde estaba, vio una cortina, seguro que allí habría una habitación donde esconderse.
Con toda cautela, y  por el insoportable compás del bastón, trató de saber a qué altura llegaban. Si, parecía que estaban lejos, tal vez en el salón de la planta alta. Pero cómo cruzar de un lado a otro sin miedo a ser vista al cruzar por una especie de puente que unía un lado con otro lado de la escalera principal. Estaba temblando. Le aterraba tomar una decisión:  cruzar el puente con dos barandas y ser vista o, seguir corriendo por la escalera secundaria y ser de todos modos atrapada,  ya que conocerán perfectamente la casa.

- Puesto que el riesgo es el mismo, cruzaré al otro lado.


Caminaba con extremo cuidado por aquel puente. Ojos desorbitados, alarmas y cautela y la banda sonora del bastón como fondo. Lentamente tuvo fuerza y valor para llegar al centro del puente...


- Necesita ayuda, señorita -dijo a su espalda una voz desconocida. Se volvió sorprendida. Era un hombre mayor vestido de mayordomo antiguo.
- ¿Perdón?
- Le decía si quería ayuda, este puente es peligroso, hace tiempo una persona cayó justo desde donde usted está y murió. Deme la mano, por favor.
- Y quién me asegura no me arrojará usted al vacío.
- Como usted prefiera, señorita. Pero se que está en apuros y que no es momento para que usted  rechace cualquier tipo de ayuda.


- !Y cómo lo sabe¡  
- Llevo mucho tiempo en esta casa, se lo que en ella ocurrirá... Se cuando suena algo parecido a un bastón o un corazón.
- Perdone, pero tengo que marcharme -dijo la lectora con prisas.
- No. Se ha equivocado al elegir su camino: siempre de frente y a la izquierda. Con su permiso, señorita.
Y el mayordomo se marchó con paso elegante.
La lectora corrió hacia la derecha. Quería eludir la presencia de ese fantoche.

Retomó la carrera huyendo de sus perseguidores. Al llegar al otro lado del puente una gran cortina cubría algo. 
Con extremado cuidado la levantó. Solo era una inocente puerta. ¿Qué habría tras aquella puerta? ¿Habrá tras de la puerta un escondite seguro para mi? Se dijo a medias recelosa y a medias esperanzada.
Haciendo acopio de valentía entró. La puerta daba a un pasillo en el que había numerosas habitaciones .

Abrió la primera.


Dentro de la primera puerta había un pasillo con muchas otras habitaciones . La siguiente puerta contenía otro pasillo con habitaciones, abrió una puerta pero no la primera, y al abrir la puerta que no era la primera encontró un pasillo con habitaciones cerradas... Y a sí con la siguiente puerta... Y luego la segunda... Y luego la quinta... y así todas... y así más y más... Pensó que era una idiota, que aquello era un laberinto y que debió hacer una marca para poder volver aunque es posible que la puerta buena no estuviero lejos... Siguió buscando una salida... entrando y saliendo por las puertas que ya no contaba... como contarlas si no paran de dar vueltas... Se sentó en el "suelo del tío vivo" y comenzó a gritar pidiendo socorro pero nadie la oía. Excepto ese tac tac del bastón que ya estará a punto de darle alcance.
Una puerta chirrió y entró una mujer de mediana edad vestida de largo con un complicado peinado. 

- Sígueme -dijo tendiéndole la mano para que no cayera al suelo por causa del mareo-. Debiste hacer caso de lo que te dijo el mayordomo. Los jóvenes sois tercos y tozudos, pero no te preocupes, yo te ayudaré a salir de este apuro.
Todo esto decía la mujer mientras también subía y bajaba entraba y salía. En esta ocasión la lectora no puso resistencia, estaba demasiado cansada y todo le daba igual.
Una puerta, otra más, y dentro una especie de gabinete, acogedor, cálido. La lectora ya no se preocupaba del golpe del bastón, ni siquiera lo oía pero estaba ahí, buscándola, atormentándola...


- ¿Quieres un té, jovencita? 


Con un gesto de los hombros asintió. Le sentó muy bien. Era un té  diferente de sabor entre dulce y amargo pero que tenía la virtud de relajar. La mujer no dejaba de mirarla.
- Tienes unas manos preciosas, ¿te has dado cuenta?
- No, nunca -respondió ella hablando normalmete.
- ¿Me permites que las toque?
- Si. Por qué no.
La señora tomó las manos de la lectora. Las acarició. Miró las rayas de la mano. Tiró suavemente de cada uno de los diez dedos. Después  tocó las muñecas.

- Sabes, la muñeca tambien forma parte de la belleza de la mano -dijo mientras frotaba con una mano la muñeca derecha  en la parte en que están los tendones, las venas... Y tomando la mano izquierda  la puso en el lugar donde el corazón juega a la vida y a la muerte.
En aquel momento la lectora contuvo un grito: el bastón ya no sonaba.

- Escuche señora... Ya no suena el bastón -dijo la lectora buscando con sus ojos el rastro del sonido terrible.
- Nunca ha existido el bastón.
- Entonces... -dijo mirando sus manos. 
- Si, tesoro. Era tu corazón quien te impelía a correr. 
- ¿Y los hermanos? ¿No me persegían los hermanos?
- Los "hermanos" sabían que no tenías escapatoria. Que si no salías por tí misma, un día de estos irían a recoger tu cadaver. No eres la primer lectora que no sale de esta casa.
La lectora se cubrió la cara sollozando. Ahora se daba cuenta del riesgo que había corrido.

La señora se levantó y de un cajón sacó algo envuelto de un pañuelo. Lo puso en el centro de la mesa y lo destapó: era una bola de cristal.
- Dame una mano, cariño.
- Pero si eso es un juego. No sirven para nada.
- Aun no lo has visto todo, pequeña. Lo misterioso, lo desconocido, ocupa más espacio que la ciencia. Por tus manos.
La lectora puso sus manos. También la señora. Y para asombro de la lectora algo ocurrió en el fondo de la bola de cristal
- Mira, jovencita. La bola nos muestra una nevada. Algo blanco que cae del infierno. Ahora nos muestra un ladrillo blando oculto en una cueva desconocida para muchos y conocida por algunos. Dos en concreto. Hay muerte. Hay dolor. Ahora veo un cara. La cara de una joven elegida. Eres tu. Eres la elegida. Sal y busca quien saque del infierno los ladrillos blancos, corre, vuela...


La lectora salió de aquella estancia pero, se dió cuenta de que no se había despedido de aquella extraordinaria mujer. La señora estaba sentada con la cabeza sobre las manos.
- Señora, quisiera darle las gracias por su ayuda.
La señora levantó la cabeza, la giró hacia la que le hablaba. Lo que vió la lectora la dejó petrificada: aquella señora de mediana edad en aquellos momentos era una anciana de rostro apergaminado conocido como momia.
Se fue  asustada, encontró un pequeño jardin que no conocía, seguramente estaba en el otro lado de la casa. No importaba, al fin podría respirar aire limpio. Oyó un leve susurro, entre las ramas de un árbol una pareja se hacía arrumacos. Los reconoció aun estando abrazados y de espaldas.
Estuvo a punto de  llamarles la atención para hacerles saber que los había pillado, que sabía que mentían, que no eran hermanos y, además, que había vencido. Pero pensó que, estando ellos en su terreno, ella, la lectora, estaba en peligro. Saltando por la barandilla huyó.











































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