El desafío de Lucía.
Novela escrita por María Isabel E.T.
Novela escrita por María Isabel E.T.
Capítulo I. A través del ventanal.
A través del ventanal situado a su izquierda miró al cielo. Pronto nevaría. Cuánto sentía que su marido tuviera que trabajar al aire libre. En Suiza, haría más frío, seguro. Se levantó y, lentamente, se acercó a la ventana en un deseo inconsciente de compartir, aunque sólo fuese empáticamente, las penosas condiciones en que su compañero tenía que trabajar. Además de la dureza del trabajo, estaba el tema de las ausencias. La empresa enviaba a los equipos, integrados por cuatro especialistas, a cualquier lugar de donde vinieran los encargos. A veces, incluso tenían que ir al extranjero. Era como estar casada con un marino. Si el trabajo estaba cerca de casa, venía todas las semanas el viernes por la tarde. Si estaba lejos, sólo cada dos semanas y, cuando estaba aún más lejos, como en otro continente, incluso meses podría pasarse si pisar la casa. Pero bueno, son cosas de la vida.
- Es inútil lamentarse - se dijo con forzada resignación.
A él, sin embargo, le gustaba su trabajo, la carpintería metálica: crear el armazón, el esqueleto de edificios que tenían incidencia en la vida de las personas como hospitales, colegios… le hacía sentir necesario, importante. “También se puede hacer arte con el metal. Recuerda aquello de los arquitectos del hierro colado”, solía decir orgullosamente. Ese era el argumento que siempre esgrimía cuando ella le animaba a cursar estudios universitarios:
-¿No te gustaría diseñar tus propios proyectos en lugar de limitarte a montar lo que han creado otros? Podrías pedir excedencia y dedicarte a estudiar. Con lo que yo gano viviremos los tres y la casa sin problemas –solía decirle persuasiva. Pero no había modo de convencerle.
- Ojalá lo hubiera tenido yo tan fácil –se dijo Lucía en voz alta sin darse cuenta. Evocó aquellos tiempos de soltería, cuando trabajaba y estudiaba al mismo tiempo. Planificaba sus estudios de septiembre a septiembre y, dadas las circunstancias, obtenía resultados más que dignos.
Cuando terminó derecho, se planteó la eterna duda de todo estudiante que termina una etapa y comienza otra: y ahora qué. Descartadas las oposiciones por largas y tediosas, se decidió por el contacto directo con la gente. Debía decidir sobre dos opciones: trabajar para otros o hacerlo por cuenta propia. Optó por lo segundo. Convenció a su madre para que para que le “donara” una pequeña parte del hermoso salón-comedor para poner un despachito y se dispuso a esperar a la clientela. Como ya había muchos abogados en la ciudad, resolvió especializarse. ¿Qué sector de la población estaba más alejado del mundo judicial por razones económicas o por falta de información? El de la clase obrera sin duda. Ellos, como todos, tenían problemas legales, por ejemplo con los arrendatarios de sus viviendas, con los errores médicos etc. Para darse a conocer, creó e imprimió su propia publicidad utilizando su equipo informático. Se trataba de una hoja tamaño cuartilla en la que se ofrecía como “abogada para todo” por un precio asequible. Así mismo, realizó su buzoneo por una amplia y estratégica zona de la gran ciudad. Hubieron de pasar cuatro largos meses hasta que el primer cliente llamó a la puerta de su casa. Nunca se había sentido tan agitada. Estaba convencida de que todo cuanto había aprendido a lo largo de la carrera, había sido borrado de su mente, como si de un disco duro se tratara. No era así, afortunadamente. Y su esfuerzo y capacidad fueron recompensados con el éxito. A partir de entonces, el boca a boca hizo su labor y, atraída por su prestigio profesional, una cadena de tiendas de ropa joven y le ofreció el cargo de asesora legal. Aceptó, naturalmente. Y así, creó dos puestos de trabajo y medio: el de Rosa Mari, su secretaria, el del informático que periódicamente examinaba los equipos informáticos, llamado Salvador, Salva para los amigos, y el suyo propio.
Capítulo II. La llamada de costumbre.
Como todos los días, a la hora del bocadillo, sonó el teléfono. Lucía miró la pantalla de su móvil sólo por el gusto de ver el nombre que aparecía en la pantalla: Pablo. Era su marido que la llamaba cada día para “tontear” un poco, desde cualquier lugar. En este caso concreto desde Berna, Suiza.
-Holaa -respondió zalamera.
-Holaa -respondió él- ¿Cómo está hoy la mujer más guapa de España?
- Y yo que sé -contestó Lucía con fingido enfado- Como si yo la conociera de algo. ¿Acaso la conoces tú?
-Pues claro que si. Y tu también. ¿No te has fijado en esa preciosa chica que te mira todos lo días desde el espejo? -respondió Pablo siguiendo la broma.
-¡! Ah, ya !! Esa tonta que me mira con una sonrisita. Un día de estos le voy a decir cuatro cosas bien dichas –dijo Lucía comparando apenas la risa.
- Ahora en serio. Qué tal todo por ahí. ¿Se le pasó la fiebre a la niña?
- Si, claro que si. No te preocupes. Ya sabes cómo son los críos, se divierten dándonos sustos.... Pobrecita, con lo mal que lo pasó... que mamá más mala soy – respondió sintiéndose un poco culpable. - Pero tiene la mejor madre del mundo. Los dos tenemos suerte de tenerte en nuestras vidas ¡! Te quiero !! –exclamó Pablo con vehemencia.
A partir de ese momento, la conversación telefónica entró en temas y tonos reservados a la estricta intimidad de la pareja.
Pasados veinte minutos se despedían cariñosamente hasta el día siguiente. Retomando su monólogo interno, volvió a su mesa de trabajo: realmente era digna de su estirpe. Una estirpe de mujeres fuertes, trabajadoras y comprometidas. En el siglo pasado, algunas mujeres de su familia habían pisado las cárceles franquistas para defender al gobierno legítimo de la II República Española.
Había una anécdota familiar que se transmitía de generación en generación. El tatarabuelo formó una “cuadrilla” con su familia, esposa, hijas e hijo, para trabajar la tierra. El hacía un trato, con el dueño de las fincas, y e entre todos realizaban el trabajo. En verano la siega; en el otoño la vendimia; en el invierno la aceituna. Cuando había temporal y no se podía trabajar, algunas de las hijas se dedicaban a cuidar a las recién paridas, a limpiar escuelas, etc. Mientras, las otras confeccionaban las dotes de todas, como las hijas de Bernarda Alba. Un verano, cuando se disponían a segar un trigal apalabrado por el abuelo, una cuadrilla de segadores intentó echar a la familia para segarlo ellos. Una cuadrilla de segadores, violentos y con las hoces bien afiladas en las manos, era algo tremendamente peligroso. Pues bien, haciéndoles frente y defendiendo su trabajo, consiguieron ponerlos en fuga como auténticas amazonas. Se sonrió, orgullosa al pensar en aquellas extraordinarias mujeres eran de su familia.
El sonido del móvil la sacó del casi éxtasis. Por la música supo que era un mensaje. Lo abrió y comprobó contrariada que se trataba de las esposas de los compañeros de equipo de su marido. Qué fastidio. Por el sólo echo de que los maridos fuesen compañeros, no se suponía que las esposas tenían que ser amigas por fuerza, ignorando la sagrada ley de que a los amigos se les elige.
“ Hola guapa. Somos tus inseparables. Hemos decidido que este sábado quieres invitarnos a merendar en tu casa. A las cinco en punto. Besitos ”
¡! Maldición ¡! Es que no puedo soportarlas. Sabiendo el mucho trabajo que tengo en casa los fines de semana. Como ellas tienen asistenta, siempre estan descansadas y con ganas de marcha. En fin, habrá que poner buena cara, qué remedio. Pulsó el interfono y habló con su secretaria-recepcionista:
-Rosa Mari, hazme un favor. Llama a la pastelería de siempre y encarga merienda para cuatro. Lo miso de la última vez. Por cierto, si quieres tomar café el sábado, estas invitada. ¿No puedes? Qué pena. Al menos habría alguien que me cayera bien. La risa de Rosa Mari retumbó al otro lado del interfono y de la pared.
Capítulo III. Llegan las amigas.
A las cinco en punto sonó el timbre de la puerta. Lucía abrió vestida con el pantalón vaquero más viejo, la camiseta más grandota y calzada con botas de chico. Era un mensaje subliminal “estoy en plena faena y vuestra visita no es oportuna”.
Allí estaban las tres, vestidas “como pa ir de boda”.
-Holaa. Pero bueno, ¿aún trabajando?
-No trabajes tanto mujer, que la vida es corta jajaja.
-Qué tal señora Lucía, cómo le va. Mari Carmen.
La de más edad. Delgadísima y monilla de cara. La más inteligente.
Elena. La más engreída. Taconazo hasta para sacar la basura. Bastante lista.
Patricia Andrea. La más joven. Sudamericana. Conoció a su marido en una página web de contactos llamada “¿Quieres casarte con un español?” Y conoció a un español que le llevaba unos años y tenía un gran bagaje de aventuras sexuales a la espalda.
Las tres entraron alborotadas, hablando a la vez y sin cesar de reír por todo y por nada. Parecían algo nerviosas.
-Perdonad un momento, voy a cambiarme. Poned mientras la mesa, ya sabéis donde está todo. Se quedaron solas en el salón decorado con colores serenos: tierra, ocre y blanco roto. Como el resto del piso.
-Este salón, qué serio es. Parece una sala de espera. Mira que le digo a Lucía que ponga colores más alegres, y que suba las persianas hasta arriba. Pero nada, prefiere la media luz “que es más acogedora”. Según ella, claro.
-Es confortable y elegante, Mari Carmen –replicó Elena en tono doctoral - Yo lo veo estiloso, la verdad… Ya ves los muebles, todo líneas y ángulos rectos… La verdad es que es sosa. No se qué habrá visto Pablo en ella.
-Qué va a ser. El dinerito que gana en su bufete.
-No creas que ganará tanto. Hace poco estuvo allí mi hermano, y estaba completamente vacío.
-Mujer. Un bufete no es la consulta de un dentista, que siempre está a tope de gente. Seguro que distribuye a los clientes según asuntos, por aquello de la confidencialidad ¿comprendes?
-Y cuanto crees que valdrá este piso. Porque muy grande no es. Yo calculo que unos cuarenta. Qué dices tú, Mari Carmen.
-Mira Elena, lo mejor está fuera, ven un momento a la ventana.
Las tres se aproximan a la ventana francesa de un balcón clásico.
- Mira. El metro enfrente. La parada del autobús a pocos minutos andando. Es decir: comunicaciones excelentes, bonita. Con esas comunicaciones puede pedir por el piso lo que quiera. El doble de lo que has dicho, o puede que más.
-Ya. Pero… si encuentra quien se lo compre, porque con ese precio…
-Ella es lista. Por su trabajo sabe negociar. Y si lo vende amueblado, ni te cuento. Porque los muebles serán sosos, como ella, pero son de primerísima calidad.
-¡No me digas! Qué barbaridad. Todas las tontas tienen suerte.
-No te confundas. Rarita si, pero de tonta nada.
-Pues ya verás cuando le soltemos la bomba y se entere de que tendrá que desprenderse de esta joya de piso.
Justo en ese momento se dieron cuenta de que Patricia Andrea había estado todo el tiempo al margen de la conversación. Como siempre.
-A mi me gusta más mi departamento. Yo si que tengo mucho color en mi casa.
-Ya hija. Pero una cosa es esto –indicó Mari Carmen con un movimiento de la mano señalando el entorno –y otra la caseta de feria que es tu piso, ricura.
Elena la examina con ojos de experta. –Está muy bien... No sólo es inteligente, también es atractiva. Claro que a mi lado… no tiene nada que hacer –concluyó satisfecha.
La anfitriona deposita la bandeja sobre la mesa de centro y todas “atacan” los productos de la pastelería. Siempre igual: algo salado al principio, después lo dulce y, para finalizar, café y copa. La reunión estaba resultando animada. Lucía casi se alegraba de haberlo organizado.
Pronto se arrepentiría de ese pensamiento.
CapítuloIV. El asunto.
Mari Carmen la mira intensamente y pregunta en plan escopetazo.
-Bueno. ¿Qué opinas del asunto? Yo creo que es una oportunidad estupenda, ¿no?
Lucía no entiende nada.
-¿A qué te refieres? –responde Lucía sin dar importancia. Se hace el silencio mientras las tres amigas se miran. Mari Carmen, muy seria, exclama:
-¡! No me digas que tu marido no te ha hablado del asunto!!
-Pues no. No se nada del “asunto” –respondió Lucía con cierta sorna. Nueva mirada entre las tres. -Patri, alcánzame el bolso, por favor –los bolsos dormían en butaca aparte.
Elena extrajo un folleto publicitario y lo entregó a la dueña de la casa. Se trataba de anunciar una urbanización de chalés adosados. Otra urbanización más. En la foto del folleto se veían varias hileras de casas, todas iguales. Como copiadas y pegadas. Cochera, dos plantas, buhardilla y, cómo no, la ineludible piscina.
-Ah, pues tienen buena pinta las casitas. Y dónde están.
-Cerca. Un ratito en coche.
-Ya. Y qué. ¿Pensáis comprar alguna? . Nueva mirada cómplice.
Comenzaba a sentirse molesta con tanta “miradita”. Estaba a punto de sacar el genio.
-¿Queréis decirme qué pasa aquí de una vez?
- Bueno, verás Lucía. La verdad es que nos sorprende que tu marido no te haya hablado de esto. Del asunto. Si, verás. La cosa es que en esta urbanización les ha quedado un pico de cuatro chales y los venden a un precio “tirao”.
- Ya- exclamó aún sin entender qué pintaba ella en el “asunto” de sus amigas.
- No tanto como tirados, pero si a muy buen precio. Se lo dijeron a los chicos (los maridos) y pensamos que era una oportunidad única de hacernos con una señora casa. Qué te parece.
- Pues muy bien. Creo que vais a estar encantada.
Otra vez la dichosa mirada. Ahora habló la otra.
- Te explico. Es que tienen que ser los cuatro. El descuento nos lo hacen si compramos los cuatro. Porque si queremos tres, es como vender cada uno por su lado, y son a un precio normal ¿Entiendes? Ellos, los vendedores, lo que quieren es quitarse los cuatro de encima de golpe. Para cerrar ya la venta de la promoción. Así que… pues eso… que tienen que ser los cuatro y que tu marido estaba de acuerdo. Por nos ha extrañado que tu noo…
- Un momento –dijo Lucía pasándose la mano por la frente- que yo me aclare. ¿Me estáis diciendo que habéis pensado en comprar una casa para cada familia, que estará a hacer puñetas, y sin contar conmigo? ¿Y que mi marido está de acuerdo? ¿Me he tenido que enterar la última como los cornudos? - levantándose de golpe- Ni hablar. Ni pensarlo siquiera. Hasta que yo hable con mi marido, no quiero saber nada de este tema. Y ahora, disculpadme, pero estoy cansada del trabajo de toda la semana y quiero recoger ya.
Se levantaron las invitadas bruscamente y se marcharon con caras de circunstancias, sintiéndose muy ofendidas por el desplante de su amiga.
Capítulo V. La discusión telefónica.
Una vez sola, en el centro del salón, donde según dicen confluyen todas las energías, llamó a su marido. - ¿Ocurre algo – preguntó Pablo sobresaltado.
- Qué tiene que ocurrir para que te llame tu mujer.
- No es normal que me llames a estas horas. Me has asustado.
- Para susto el mío, cuando me he enterado de que voy a comprar un chalé adosado, sin saberlo siguiera.
- Vaya por Dios. Tenía pensado hablarte de ello cuando fuera la semana que viene.
- ¿Si? O el mes que viene, sin prisas, al fin y al cabo quién soy yo. Si me tengo que enterar por terceras personas y poner cara de boba, no pasa nada ¿Verdad? ¿Ya has firmado las escrituras? Porque según me han dicho, tú, has dado la conformidad.
- Escucha, no te pongas así, que ya nos conocemos. Te gusta montar numeritos.
Era el colmo. Sólo faltaba eso, que su marido le hablase en ese tono.
- Si ¿verdad? Pues atento, no te pierdas el “numerito” que viene. Y ¡zas!
Apagó el teléfono móvil sin contemplaciones. Imaginó la expresión de absoluta furia en la cara de su marido. Él odiaba esas manifestaciones de su carácter. Al instante comenzó a sonar el teléfono fijo y, como si no fuese suficiente, el timbre de la puerta al mismo tiempo. Sabiendo que al fijo estaba Pablo, y con la idea de ponerle aún más colérico, se decidió por la puerta. Era su vecina que traía en brazos a Regina, su única hija, de pasar la tarde jugando con el vecinito Víctor. Lucía había pedido el favor a la vecina, sobre todo por poner a salvo a su hija de las visitantes, siempre tan excesivamente efusivas con Regina.
-¡! Hola cariño. ¿Lo has pasado bien con Víctor?
- Ya lo creo que se han divertido, no han parado un solo momento. Deben de estar rendidos. Así que derechitos a la cama, porque ya han cenado –explicó la mamá vecina.
- Pero bueno, hija ¿qué te digo yo? Que cuando te ofrezcan algo fuera de casa se dice: no gracias. Qué habrá pensado Ana de nosotros- aseveró Lucía fingiendo sentir mucha vergüenza.
- ¡Bueno! No digas eso, mujer. Sabes que para mí es un gusto cuidar de Regina. De verdad que es un encanto de niña. Ya sabes, cuando quieras....
- Lo se, Ana. Pero aún así, te lo agradezco. Ahora voy a descolgar el teléfono antes que eche humo. Me disculpas, ¿verdad?
La vecina disculpó todo lo que hizo falta y volvió a su hogar “sito” en el piso de enfrente. Descolgó al fin. Al otro lado la voz airada de su marido.
- De acuerdo Pablo, de acuerdo. Me he pasado si… Pero sabes que tengo motivos sobrados y…. Ah vale, muy bien, aquí te espero. Ahora cuelga tu primero y ya estamos en paz - pero no pudo evitar despedirse brusco adiós.
-Mami, ¿te has peleado con papá?
- No hija, si no hablaba con papá –mintió la madre.
- Si, porque has dicho Pablo.
- No… es que…es un señor de mi oficina.
- No. Mentirosa. Se llama Salva el señor de tu oficina.
- Es otro señor que tú no conoces y ya vale. A la cama que es tarde –ordenó la madre, nerviosa al ser pillada en un embuste.
Ayudó a la niña a ponerse el pijama. Aunque este era uno de los momentos bonitos del día, no se le iba de la mente el problema de la dichosa casa.
Pensaba que una buena solución sería que él se fuera al dichoso chalé y ella se quedara en su amado piso con su hija. Tanto tiempo, tanto esfuerzo para dejarlo a su gusto para ahora esto. Si, sería la mejor solución, que se vaya él. Pero, y la niña. Qué pasaría con ella. ¿Tendría que estar que voy y que vengo como una maleta? No. Regina estaría con quien quisiera. Sin duda querrá estar con su madre, como es lo natural.
- Qué estúpida idea. Cada día estoy más loca, pero al menos sondearé el terreno. Preguntaré a la niña, a ver por dónde sale:
-Regina, hija. ¿A quién quieres más a papá o a mamá?
- A papaaaa– respondió la niña alegremente. Lucía la contemplaba desolada. Bufff. Con razón dicen que las niñas quieren más a los padres, a la vista está. Claro, si es que son iguales físicamente, sólo hay que mirarla. Esto es un aviso de lo que puede ocurrir, he de tomar buena nota.
- Pues alégrate, hija mía. Mañana viene tu padre desde Suiza para verte a ti (y liármela a mí).
- Bieenn –nuevo alboroto infantil. Una vez dormida la niña, Lucía, como tenía por costumbre, se dejó caer en una butaca frente al televisor, para ver alguna buena película. Era el otro mejor momento del día: todo el trabajo estaba hecho y reinaba el silencio en casa. Sin embargo, esta noche había tenido que cambiar la habitual copita de vino tinto gran reserva de su tierra manchega, y el único cigarrillo, por una taza de tila.
Le preocupaba mucho la ascendencia que sobre Pablo tenían los compañeros y sobre los compañeros sus mujeres…
Capítulo VI. Problemas de pareja.
Cuando Pablo llegó al aeropuerto se encontró con la desagradable sorpresa de que nadie había ido a recibirle. Siempre, cuando vuelve a casa, aunque fuesen por unas horas como en esta ocasión, se celebraba como un día de fiesta. Sus “chicas” como cariñosamente llamaba a su esposa e hija, se engalanaban, se ponían guapísimas, compraban para él flores o bombones y, con mucha antelación, se personaban en el aeropuerto para verle y abrazarle cuanto antes. La impaciencia les impedía esperar.
Al llegar a casa comprobó que las sorpresas desagradables no habían hecho más que empezar. Su mujer, siempre arreglada, le abrió la puerta en pijama, envuelta en una vieja bata y arrastrando unas deterioradas zapatillas. Para colmo, su hija no estaba en casa. Al parecer había recibido una invitación ineludible, para pasar la mañana en el parque de atracciones. El sabía muy bien qué significaba todo aquello: eran mensajes explícitos que Lucía le iba dejando, a modo de miguitas en el suelo, para que tuviera idea exacta de hasta donde llegaba su enfado. Finalmente, se produjo el inevitable enfrentamiento.
Es increíble la cantidad de cosas que se pueden decir en un susurro, sin que las paredes se enteren. Reproches. Presiones. Contrapresiones. Ruegos. Claudicaciones.
Resultó que el chalé se encontraba en el extremo más alejado de la entrada a la urbanización y desde allí sólo se veía un monte pelado que tapaba toda perspectiva. Daba igual, no tenía la menor intención de dedicarse a la contemplación del paisaje. Tampoco tendría tiempo. Lo peor era el despertar de cada día. Imposible avivar a la niña con dos horas de antelación para llegar a tiempo al colegio. Insufrible el tráfico a esas horas, cuando la gente va corriendo porque hace tarde y todo el mundo se vuelve violento y mal educado. En esos momentos se acordaba de la señora que había parido a su esposo, porque a el la empresa le llevaba en coche hasta el tajo.
La primera vez que se vio en su “nuevo hogar”, como ella decía con no poca mala intención, no hizo comentario alguno. Recorrió en silencio todas las habitaciones tomando notas en una pequeña libreta. Pablo preguntó: -¿Qué escribes? ¿Para qué son esas notas? - Para la decoración –respondió secamente- ¿Qué te parecen terciopelos y dorados? El apretó los dientes. No soportaba aquel continuo tono irónico. Le recordaba a un taladro atravesando sus sienes. Comenzaba a pensar que había sido un gran error obligarla a ceder con lo del adosado.
Pero ya no había marcha atrás. El piso estaba vendido y el dinero empleado. Aún así, de un modo u otro, las mujeres tenaces e inteligentes, se imponen. Lucía cerró, o mejor dicho, clausuró, dos tercios de la casa: desván y primer piso. El resultado final fue que sus vidas transcurrían en la planta baja, así que era como vivir en un piso. Pero, en un piso sin el espíritu del anterior. Y lo más desesperante, a mil leguas del anterior.
De las amigas ni rastro. Con el trabajo y la carretera, sólo le quedaba tiempo para comer y dormir. Así que su actual vida social era inexistente, lo que por otra parte, era un gran alivio.
No duraría mucho.
Capítulo VII. Vuelven las amigas.
Las nuevas costumbres se verían pronto alteradas nuevamente. El timbre sonó, como la otra vez, a media tarde. También era sábado. Abrió la puerta y se las encontró desperdigadas por la breve escalera situada ante la entrada, como si hubiera desacuerdo entre ellas. Se sorprendió. Era lo que menos esperaba. Sólo por educación las invitó a entrar. A Lucía le extrañó mucho que no comentaran la intencionadamente espartana decoración de la casa. Tampoco le reprocharon su distanciamiento.
No había duda, algo serio traían entre manos. Tomaron asiento en el salón y ella ofreció ¿café, una copita, algún refresco? Todas declinaron la invitación. La situación era peor de lo que ella suponía. Tratándose de ellas era preocupante. Fue Mari Carmen quien rompió el fuego.
- Quiero que veas una cosa. A ver qué opinas. Por encima de la mesa le ofreció un sobre.
- ¿Qué es esto? –preguntó Lucía extrañada.
- Ábrelo -respondió imperativa la amiga.
Abrió el sobre y encontró una hoja de papel con el texto de un correo electrónico.
“ Estimada señora. Si, señora de su casa. Señora que vive metida en su cueva esperando a que el cazador vuelva con la pieza cobrada. Suena muy bonito, casi romántico. El problema es que el cazador no sólo caza presas para alimentar su prole, también caza otras cosas… por ejemplo hembras que encuentra por aquí y por allá. El mundo es grande y la oferta abundante y varía. Bien. Dejémonos ya de gilipolleces y a lo que venimos. Su marido y compañeros, en esos largos períodos de tiempo fuera del hogar, mitigan su nostalgia organizando fiestas en sus pisos. Fiestas en las que abundan el alcohol, el chocolate y el sexo con putas contratadas a través de Internet. Sin embargo, estimada señora, su señor marido como se cree el más machote, además de las públicas, disfruta de los favores de una puta para el sólo que le acompaña allá donde va y comparte con el cama y mesa. Lo se de muy buena fuente: porque esa puta privada de su marido he sido yo. He sido porque su señor, señora, me ha dado la patada para liarse con otra, lo admito, más joven y aún más guarra que una servidora de usted. Yo se lo advertí, que si un día me echaba de mala manera, tiraría de la manta y les dejaría, a todos, con las vergüenzas al aire. Y como lo dije lo hago, para que se sepa que yo no hablo en balde. Créame, siento mucho causarle zozobra, señora de su casa, pero la vida es así de perra, qué vamos a hacer. Una afectísima y buena amiga de usted”.
Lucía no pudo reaccionar. Aquella malévola carta, tanto por su fondo como por su forma, había tenido la virtud de que la sangre se le paralizara en las venas. Ni en sus peores pesadillas habría podido imaginar que su marido, que su Pablo, fuese capaz de hacer algo así. De hacerle algo así a ELLA, al amor de su vida. Al hogar de su adorada hija. Reaccionó porque las demás tenían la mirada clavada en ella.
- ¿Y esto?
- Ya ves. Lo he recibido esta mañana
-¿Esta mañana? Entonces no has podido verificarlo.
- Como que verificarlo. No entiendo.
- Si. Que no has tenido tiempo de comprobar si lo que dice esa persona es cierto.
- ¿Tu crees que puede ser mentira? – preguntan esperanzadas.
- No lo se. Pero si podría ser una broma de mal gusto. Una gamberrada ¿no?
- Entonces, qué hacemos -preguntó Elena algo angustiada.
- Que tenemos que hacer, señora Lucía – dijo gimoteando Patricia Andrea.
- Pues… yo creo que lo mejor sería hablarlo con ellos…
- Ah, pues si. – exclamaron todas mientras buscaban en sus inevitables bolsos el teléfono móvil.
- Noo, noo. Por teléfono noo. Porque nos dirán cualquier cosa y no tendremos forma de averiguar si mienten o no. Hay que hablar con ellos cara a cara. Es la única manera de saber lo que en realidad está ocurriendo con nuestros maridos.
- Claro, tienes razón. Cuando vengan les cantaremos las cuarenta.
- Cuando vengan no. Tiene que ser ahora, cuanto antes. Si es verdad lo que esa tía dice en el e-mail, tu marido, Mari Carmen, debe estar bastante nervioso ante la posibilidad de que esa zorra haya cumplido su amenaza. Estará muy vulnerable y no será capaz de fingir que no pasa nada, que es mentira todo.
- ¿Pretendes que vayamos a Suiza?
- Si. Por supuesto que si. Buscaré por la red cual es el próximo vuelo a Berna. Si es posible dar con la canguro de mi hija, esta misma noche sabremos la verdad.
CapítuloVIII. El enfrentamiento.
-UN MOMENTO – gritó la propia Mari Carmen poniéndose en pie –No tan rápido. Tu corres demasiado Lucía. Te estás pasando de lista.
- ¡! Qué!!
- Pues si. Ya lo creo que te estás pasando de lista. Vamos a pensar un poco antes de organizar viajes. Demos por cierto lo que dice esa fulana. ¿Qué pasa? ¿Acaso nos pilla por sorpresa? ¿No se trata de algo que nosotras dábamos por cierto, que nuestros maridos tuvieran por ahí sus escarceos? Al fin y al cabo son hombres. Y los hombres tienen sus necesidades, ¿no? Y sobre todo, estando tanto tiempo lejos de sus mujeres. -mirándolas jadeante -. Basta con que nos hagamos las tontas, como hasta ahora, y sigamos con nuestra vida. Después de todo, nos va bastante bien: ellos nos traen buen dinero, tenemos toda la libertad del mundo, hacemos lo que queremos y vivimos como reinas ¿qué más queremos? Si vamos a Suiza para liarla, mataremos nuestra propia gallina de los huevos de oro. Así que lo mejor es hacer como si este correo nunca hubiera llegado. Y todos contentos, ellos y nosotras.Se sentó de golpe. Asintieron las otras dos amigas evidentemente aliviadas. Lucía, nerviosa, peinó repetidamente su pelo con los dedos de ambas manos convertidos en garfios.
No podía creer lo que estaba oyendo. Aquellas mujeres se estaban vendiendo por treinta monedas.
- Bien. Podéis hacer lo que queráis. Al fin, este es un asunto privado. De cada pareja y de cada casa. Yo, desde luego, me voy esta misma tarde. No pienso pasar la noche pegando saltos en la cama por causa de los nervios y la incertidumbre.
Intervino Elena esta vez: -Lucía. No puedes hacer eso. Tenemos que estar unidas. ¿No entiendes que si tu te lanzas nos estás haciendo de menos a las demás. Que nos estarías rebajando? ¿No te das cuenta que si demuestras que lo sabes, entenderán que también nosotras estamos al tanto?
- ¿Y? –preguntó la interpelada.
- Y que nosotras también tendríamos que tomar represalias contra ellos. Y entonces, como ya hemos dicho, nos arriesgamos a perder lo que tenemos. Si nos separásemos de nuestros maridos por un normal y corriente asunto de cuernos, a dónde iríamos con la edad que ya vamos teniendo. Dónde trabajaríamos en un mercado laboral tan competitivo. No todas tenemos una carrera, como tu.
- Con mucho trabajo y mucho sacrificio, como yo, vosotras y cualquiera puede tener una carrera. Como yo. – replicó molesta Lucía. Este comentario, enervó aún más la situación y provocó el enfado de Mari Carmen.
- Ya está bien de tus aires de grandeza. De mirarnos por encima del hombro, como si fueses mejor que nosotras. Tú siempre haciendo las cosas al revés de las demás, sólo para demostrar que estás en un nivel superior. Si nos fastidias, actuando por tu cuenta en un problema que nos afecta a todas… lo mismo tienes que arrepentirte…-exclamó con la voz torva, los ojos entornados, apuntando a Lucía con su dedo índice.
- Ya os lo he dicho. –respondió Lucía serena, inalterable-.Vosotras haced lo que queráis y como queráis. Pero yo me pongo en marcha de forma inmediata. Y si no queréis nada más, marchaos y no volváis hasta que yo os llame, que va a ser nunca.
Consiguió pasaje en un vuelo a Roma para desde allí enlazar rumbo a Berna, su destino final. En pocas horas sabría la verdad. Sentada en su plaza meditaba con los ojos cerrados en cuanto había sucedido. Cómo cambian las cosas de un momento a otro. Casi da miedo pensarlo. A propósito de miedo…ahora que me doy cuenta… ¡!creo que he sido amenazada!! Si. Esa energúmena me ha dicho algo así como “igual tienes que arrepentirte”. Se irguió en el asiento de golpe, con ojos de sobresalto. ¿sería una bravata o una amenaza en serio?
Porque, realmente, a estas alturas ya las consideraba capaces de todo.
Capítulo IX. El encuentro.
Berna. Antigua y hermosa ciudad milenaria, “Patrimonio de la humanidad”.
- Lástima que las circunstancias no me permitan disfrutar de su belleza nocturna –pensó Lucía mientras salía del aeropuerto.
Tomó un taxi para dirigirse a la dirección de la actual residencia de su marido. No tenía la menor idea de cómo abordaría el repulsivo asunto que la había traído. Confiaba en que “se le encendiera la bombilla” en el momento oportuno. Cuando pulsó el timbre le temblaron un poco las piernas. Tenía miedo a lo que pudiera encontrar. Comenzaba a dudar. Tal vez no era buena idea aquella visita a hora tan intempestiva. Pero en fin, la suerte estaba echada. Por otra parte, seguramente la sorpresa de su llegada fuese un tanto en su favor.
Alguien respondió y abrió la puerta. Subió lentamente por la escalera, los ascensores le producían claustrofobia. Vio que más arriba alguien la observaba. Era su marido. Entró en el piso. El aspecto era desastroso. El desorden completo. La suciedad reinaba por todas partes y, lo que más atrajo su atención: los tres hombres que allí vivían, incluido su marido, estaban en calzoncillos. Fue muy desagradable. Ninguno de ellos corrió a su habitación, a vestirse porque acababa de entrar una señora. Se sintió muy violenta. Aquello le pareció un desprecio hacia su persona.
Los tres compañeros de Pablo, amigos de años ha, la miraban hoscos y como al acecho. Parecía que estaba en “territorio comanche”. Si esa era su idea de recibimiento hostil, les había salido muy bien. De la fulana nueva ni rastro. Estaría escondida en su cubil. Buscó apoyo en su marido, pero a su mirada de auxilio respondió con voz seca preguntando
-¿Qué haces aquí?-
- Por favor, vayamos a tu habitación –respondió aún cohibida.
- Es que, mi cuarto no está muy presentable que digamos. Esto es una casa de hombres solos ¿entiendes?-respondió Pablo avergonzado.
- Pero, no vamos a hablar aquí, en medio del salón, como si estuviéramos en plena calle…
- Es que no se de qué hay que hablar…-respondió levantando un poco la voz.
Lucía comenzó a ponerse muy nerviosa. Bruscamente le cogió por el brazo y le susurró al oído
– Vamos a tu habitación, esté como esté, cretino.
En efecto, la habitación estaba para no ser vista. Él, que en casa era tan exigente, como podía vivir así. Había llegado el momento. Ya no se podía demorar con más estupideces.
- Bien. Si estoy aquí es por algo muy serio, como podrás comprender.
- Sí. Y qué es eso “tan serio”, si se puede saber – respondió burlón sentado en el borde de su cama.
En aquel momento, gracias al tonito displicente de su marido, perdió el miedo y se decidió por un ataque frontal.
- Pues si, se puede saber –respondió en plan de mujer castiza, con las piernas en compás y las manos apoyadas en las caderas – he venido a decirte que se, de buena tinta, que en esta casa de “hombres solos”, y en las otras casas anteriores en las que habéis vivido, recibes a putas con frecuencia y se también, que organizas orgías. Vista desde el borde de la cama tenía un aspecto imponente, como de diosa ofendida
- ¿Yo? ¿Quién ha dicho eso? -respondió amedrentado.
- Lo ha dicho una agencia de detectives que he contratado. Ahí tienes el informe si quieres leerlo –señalando su bolsa de viaje.
Pablo no mostró interés en leerlo, posiblemente por temor a lo que allí pudiera estar escrito. Se llevó una mano al pecho. Tenía dificultades para respirar. Tosió varias veces y se dejó caer sobre la muy revuelta cama.
- No fui yo. Fueron los otros –exclamó al fin entre sollozos, sabedor de lo mucho que aquello podría costarle-. Una noche llamaron a unas prostitutas que vieron anunciadas en Internet. Más por curiosidad que por otra cosa.
- Si, ya. Algo así suponía yo, curiosidad. Sigue.
- Pero, pero…-parecía buscar el término adecuado, el menos comprometedor- aquello resultó bien… Ya me entiendes. La primera vez yo no quise, pero ellos me presionaron. Me dijeron que todos a una, que así nadie podría chivarse. Y además… Es que uno no es de piedra, que era un suplicio oír cómo los demás… y yo no. Me ponía a cien y me dolían los huevos… así que… ¡SI, YO TAMBIÉN, TODOS LO HACÍAMOS! –respondió desafiante, casi agresivo.
Lucía, en su interior, dio un grito de triunfo ¡! Lo he conseguido ¡! He logrado que lo confiese!! Se ha puesto en mis manos. Tendrá que acatar cualquier cosa que yo decida contra él: está totalmente indefenso.
No sabía por qué, pero aquel éxito tenía un sabor muy amargo. El único hombre al que había amado, su novio, su marido, el padre de su hija… ¡cómo había sido capaz…¡
- Así que lo reconoces. Admites que has mantenido relaciones sexuales con otras mujeres mientras yo confiaba en ti. No has tenido reparo en jugarte a la ruleta rusa tu matrimonio y la casa de tu hija. ¿De verdad creías que nunca se iba saber? Algo que está entre mucha gente, imbécil, antes o después tiene que saberse. Siempre hay alguien que se va de la lengua. Se tocó la frente, le pareció que tenía algo de fiebre. Sin duda por causa del disgusto.
Él estaba aturdido con aquella avalancha que le había caído en un instante por sorpresa.
- ¡! Ah!! Mira esto, no parpadees…-dijo tomando su bolsa de viaje. La abrió y vació el contenido sobre una mesa. Sólo efectos personales. Nada de informe alguno. La miró aterrado.
– ¡! Pero… me has mentido. Me has engañado!! ¡! Diooss. Yo solo me he puesto la soga al cuello ¡!-
Se dejó caer, de nuevo, sobre la cama tapándose la cara con la almohada.
- Tantos años juntos y qué poco me conoces. Como supondrás, lo nuestro ya no existe. A partir de ahora, cuando quieras algo de mí, a través de mi abogada.
Se marchó con la idea de que nunca volvería a verlo. No al Pablo que ella había querido. Pero tampoco al actual.
- Me voy a pasar la noche en la sala de espera del aeropuerto. Así atraparé el primer vuelo que me lleve a Madrid o al que me deje más cerca –se lo dijo para que se sintiera culpable al pensar en la mala noche que la esperaba, por su culpa.
Al salir de la habitación se encontró con los otros tres que estaban sentados entorno a una mesa camilla con las caras muy largas. Posiblemente, la larga sombra de Mari Carmen y compañía había llegado hasta Suiza para poner a los maridos al tanto de las novedades. Puede que hubieran oido algo de la dramática conversación, pero no le importaba. Les dirigió una despedida de “chulapa” como muestra de desprecio, para demostrarles que no les tenía miedo: “con Dios, señores”. Apenas cerró la puerta, y a pesar de las altas horas, Mari Carmen recibió una llamada de su marido dándole información sobre que Lucía vuelve a su casa.
La furia de la amiga no tuvo límites. Arrojó con extrema violencia su móvil contra la pared mientras susurraba: “Me desafías. Me estas desafiando ¿no? Está bien tía lista, señora abogada autosuficiente… Ya veremos cuál de las dos es la última en reír”.
Cuando salió a la calle, en la fría noche de Berna, sintió que las piernas le flaqueaban. En todo momento había aplicado a Pablo el beneficio de la duda. Había sido un tremendo golpe que sus peores pensamientos se confirmaran. En cuanto a los maridos, podía presumir de que ya no tenía tres enemigas, ahora tenía tres enemigas y tres enemigos. Tal vez cuatro. Se estremeció. Por primera vez sentía algo parecido al miedo.
CapítuloX. La espera.
Por supuesto, no era tan tonta como para pasar la noche en el aeropuerto, sentada en una silla de plástico. Al tiempo de comprar los pasajes había reservado habitación en un hotel. Sería por el cansancio producido y por tan larga y agitada jornada o por las emociones sufridas. El caso es que Lucía durmió hasta muy entrada la mañana del domingo. Nada más despertar se puso en contacto telefónico con Ana, la canguro de su hija. Quería hablar con ella. La canguro saludó cortésmente. Ella respondió en el mismo tono y pidió:
- Por favor, Ana, que se ponga Regina, quiero decirle que llegaré muy pronto.
-¿Cómo? Pero si Regina se ha marchado.
- ¿Qué? Cómo que se ha marchado.
- Pero, vinieron tus amigas… dijeron que tú las habías llamado para que la recogieran y la llevaran a dar un paseo por el parque, para que tomara el sol.
- Vamos a ver, Ana. ¿Me estás diciendo, que has permitido, que mi hija se vaya con cualquiera que llama a tu puerta ¿sin consultarme?
- Cualquiera no. Son tus amigas.
- Mira Ana, te envío un mensaje con sus números. Llámalas y diles que INMEDIATAMENTE, me oyes, INMEDIATAMENTE DEVUELVAN A LA NIÑA A TU CASA, ¡! QUE LO DIGO YO !! En cuanto hables con ellas llámame. Y Ana, ya tendremos tu y yo una profunda conversación.
- Pero qué pasa. Me estás asustando Lucía –dijo Ana casi llorando.
- NO PIERDAS MAS TIEMPO OSTIA. QUIERO HABLAR CON MI HIJA EN MEDIA HORA COMO MUCHO – ya la madre fuera de sí.
-Vale, vale. No te preocupes que lo haré -dijo la canguro.
Saltó de la cama y se vistió rápidamente. Tenía un mal presentimiento. Le escamaba tanta gentileza por parte de las vecinas. No. No era normal. La sola idea de pensar en su niña en manos de aquellas tres brujas, le aceleraba las pulsaciones. Trató de calmarse. Pensó: “cómo van a ser capaces de hacerle algo malo a Regina. Estás exagerando. Estás desquiciada por el feo asunto de los maridos. Cálmate Lucía. No pasa nada. No tiene por qué pasar algo… pero ¿por qué no me han avisado de que pasarían a recogerla? No. Esto no es normal. Tengo que llegar cuanto antes a casa. Idiota de mí, que podría estar en mi casa, con mi hija como es mi obligación, en lugar de estar aquí, a tantos kilómetros, en un país extranjero. Si. Nada de esto hubiera ocurrido. Todo es culpa mía.
En diez minutos estaba en el aeropuerto de nuevo, con el corazón en la boca. Con su billete abierto se personó en el mostrador de la compañía aérea en la que había hecho en el viaje de ida. Mala suerte, hasta dentro de tres horas no había vuelo alguno que le viniera bien. Tendría que esperar. El teléfono no sonaba. Lo miraba continuamente, como para animarlo a pasarle la llamada que esperaba, pero nada. Su nerviosismo aumentaba por momentos… incluso pensó en volver a buscar a su marido. Pero no. No podía recurrir a él ahora que le había dejado. Le echaría la culpa. Le diría que por su soberbia, había puesto a su hija en peligro. Le odió. Él lo provocó todo con su incalificable conducta. Jamás le perdonaría. ¡! Al fin una llamada de Ana ¡! Con los dedos temblorosos pulsó la tecla
- ¿Qué. Qué pasa? ¿Está ahí mi hija? (Pero por qué cosas preguntaba, claro que si, en unos instantes la oiría, incluso oiría a alguna de las amables vecinas y se reiría de sus miedos) – se dijo en vano afán por tranquilizarse.
- Veras Lucía. Pasa algo raro… es que no contestan. Ninguna. Hasta me parece que han apagado los móviles… no se…
Súbitamente la madre volvió a recordar aquellas palabras amenazadoras: “lo mismo tienes que arrepentirte…”
- ¡! No Dios mío. Mi niña no ¡! Conmigo. Que hagan lo que quieran conmigo, pero mi niña noo.
Ordenó a la canguro que las llamara continuamente, aunque tuvieran los teléfonos desconectados. Llamó a Rosa Mari, su secretaria, y le pidió que fuera con su coche a buscarlas por el parque, por las avenidas, por todas partes. Mientras, ella misma llamaría sin cesar a los teléfonos fijos. Alguno tendrán que descolgar antes o después. Pasó el tiempo caminando de acá para allá por el aeropuerto como una fiera enjaulada. El tiempo pasaba horriblemente lento, pero llegó la hora de embarcar. Le rogaron que apagara su móvil, ella argumentó que se trataba de una urgencia. Le dijeron que lo sentían, pero que desde el avión no podía solucionar nada. Tenían razón. Atrapada en el asiento junto a la ventanilla, sin poder moverse por no molestar, tal era su desesperación que, atea confesa dedicó el tiempo a rezar todo cuanto aprendió en la catequesis. Se acordó de María, madre de Jesús. Ella también tuvo a su hijo perdido y sabía lo que era esa angustia.
- ¡! Por favor, por favor, haz que aparezca mi hija como apareció tu propio hijo. Yo te lo ruego. Te lo suplico. Juro que jamás volveré a hablar despectivamente de religión alguna. Te prometo ponerte flores, velas, lo que tu quieras, pero por tu hijo te lo imploro: devuélveme a mi hijita sana y salva !!
Mientras elevaba sus súplicas, en un susurro audible para los vecinos de los asientos próximos, se movía compulsivamente adelante y hacia atrás, gruesos lagrimones se deslizaban por sus mejillas. Su aspecto era tan lastimoso que alguien avisó al azafato de vuelo.
- Señora. Señora por favor. ¿Me atiende?
- ¿Es a mí? –respondió aturdida.
- Si señora. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita algo?
- No gracias. Muy amable.
- ¿Puedo ofrecerle una infusión, un café?
Pensó que debía reponer fuerzas. No sabía lo que le esperaba en su ciudad ni cuanto duraría todo aquello.
- Si, gracias. Una infusión.
Sin darse cuenta. Por la acción benefactora de las hierbas y el cansancio, se quedó dormida.Angustiosa vuelta a casa.
España por fin. En nuestra casa.
No se atrevió a mirar el reloj. No quería saber cuantas horas habían pasado desde aquella primer llamada a la negligente niñera, ni cuantas horas llevaba su hija ilocalizable.
Salió corriendo por las instalaciones del aeropuerto en busca de un taxi. Literalmente se lanzo al interior del primero que vio. Una vez dentro deslizó un billete por encima del hombro del conductor y ordenó : corra.
El taxista observó por el espejo retrovisor los ojos desencajados y la cara pálida de lo pasajera. Sin duda, algo grave le pasa a esta mujer. Por eso tendrá tanta prisa, se dijo. Al llegar pagó la cuenta y saltó del vehículo. Como una posesa corrió a la casa de la que ella consideraba culpable. Llamó al timbre hasta dejar de sentirse el dedo. Después, aporreó la puerta. Luego la pateó. A pesar del mucho ruido que hizo, nadie salió a preguntar qué le pasaba. Nadie se dio por enterado de que algo terrible estaba sucediendo. Vencida. Hundida y agotada se dirigió a su propio hogar. Subió lentamente las escaleras de la entrada. Al acercase a la puerta de la calle, le pareció oír voces en el interior
- ¿Me dejaría el televisor encendido? Seguramente, con las prisas… Abrió la puerta y se asomó al salón. Pues no. Estaba apagado. Sin embargo, nuevamente oyó voces. Esta vez venían del interior. ¿Sería el televisor de la cocina? Con cautela y mucho miedo, se aproximó a la cocina, porque definitivamente, de allí provenían las voces, que en aquel momento habían callado. ¿La habrían oído llegar? ¿Habría alguien esperándola tras de la puerta para atacarla? Tomó el pomo con la mano derecha y, muy lentamente lo giró, sin hacer ruido. Pensaba abrir la puerta de golpe, para sorprender a quien o quienes hubiera dentro. Entró bruscamente y…la sorprendida fue ella porque… Allí estaba su hija, pero, estaba en compañía de sus secuestradoras. Las tres. Tranquilamente, en apariencia al menos, sentadas alrededor de la mesa. El bajón fue tan violento que a punto estuvo de caer al suelo como un saco terrero. Se rehízo cuando se fijó en un detalle: Regina estaba en brazos de la odiada Mari Carmen. Si alguna duda le quedaba sobre las verdaderas intenciones de sus amigas, ya la había sacado completamente. El mensaje era clarísimo: “Aquí está tu hija sana y salva. Pero la tengo yo y la he tenido todo el tiempo. Si hubiera querido, hubiera podido”. La niña salió a su encuentro y se arrojó en sus brazos gritando de alegría. Quería un regalo. Quería que no se fuera de nuevo. Trató de hablarle pero se lo impidió la emoción. No quería llorar, no delante de ellas. Elena fue quien tomó la palabra.
–No te habrá importado que hayamos ido a por ella ¿verdad? Se ha divertido mucho en el parque y, luego, cuando se ha cansado la hemos traído a casa… como tú nos diste una llave por si alguna vez ocurría algo…- en tono irónico.
Lucía se dirigió a su hija –Nena, sabes qué, nos vamos a dar un baño las dos juntas ¿Vale? Mira, ve y abre los grifos de la bañera y vierte en el agua sales, gel, perlitas, todo lo que quieras ¿de acuerdo?- la niña marchó dando saltitos encantada con el nuevo juego.
Las miró de una en una. Patricia Andrea balbuceó:
- Perdóneme mami… yo no quería, pero me han obligado… me han metido miedo…
- Patri, cómo has podido. Así agradeces la ayuda que te presté desde el primer día que pisaste suelo español. ¿Ya no recuerdas quién te gestionó los papeles.
Quién te acompaña al médico. Quien te presta el ordenador para que hables con tu familia? Patricia lloraba ruidosamente.
–Yo le prometo, señora Lucía, que a la niña no le ha pasado nada, yo nunca hubiera permitido hacer daño a la niña…han sido ellas –dijo apuntando con el dedo a las otras dos amigas- ellas que son mala gente… La respuesta llegó como un latigazo. Elena le cruzó la cara con un tremendo bofetón mientras entre dientes le decía “Cállate, imbécil. Lárgate, que no vales para nada. Inútil”
- Todas. Las tres, a la calle. Mañana mandaré cambiar la cerradura. Y jamás, oídme bien, jamás os acerquéis a mi hija. Si mi hija sufre algún daño, juro por lo más sagrado que lo lamentareis mientras duren vuestras vidas.
- ¡Qué miedo me das! – por fin habló la cabecilla- ¿piensas llevarla cosida a tu falda todo el tiempo? – dijo burlona.
- Contrataré un guarda espaldas para proteja a mi hija si es necesario.
- Ah ¿si? Y a tii… ¿quién te protegerá a ti, guapa? Tendrás que vivir de ahora en adelante con un ojo en la espalda, porque nunca se sabe donde puede saltar la liebre ¿sabes bonita?
Capítulo XII. Medidas a tomar.
El día comenzó atípico. Lucía no acudió a su trabajo, por primera vez en su vida. Desde casa dio instrucciones a su secretaria para que aplazara las citas de la mañana. Regina tampoco fue a clase. Cerca del mediodía, madre e hija salían camino de la ciudad en su coche. Había mucho trabajo por hacer. Lo primero, dejar a la niña en su colegio para que comiera con sus compañeras como todos los días y, de paso, la madre hablaría con la directora y ponerla al corriente de los hechos. Acordaron que Regina estaría, discretamente, acompañada de un adulto en el interior del centro. En el patio de recreo, además, se le prohibiría acercarse a la verja. Así mismo, fue matriculada en un curso de karate, para dar tiempo a ser rcogia por su madre en persona y no por una estúpida canguro. A continuación, acometió las medidas a tomar con relación al inminente futuro. Cuando Lucía precisaba ayuda legal, siempre recurría a sus compañeros de facultad. A Juan Manuel, el penalista. Sara, la matrimonialista.
Tal como suponía, la conversación con Juanma fue desalentadora: “A menos que las cojamos con las manos en la masa, es decir, en el mismo momento de realizar el acto, será tu palabra contra la de ellas, en cuanto a las amenazas se refiere. En relación a la niña, la trataron bien, la canguro la dejó marchar sin recibir presión ni alguna, bien mirado, es como si te hubieran hecho un favor, ¿comprendes? "
Con Sara las cosas fueron mejor. Lucía le encargó que iniciara los trámites de divorcio y le expresó su deseo de no tener que verse con su actual marido. Tan sólo el día de la firma. Su compañera aceptó la condición de su compañera y cliente. Por último se dirigió a una acreditada agencia de seguridad para contratar, conforme a lo dicho, una persona que protegiera a Regina. Se estremeció.
Hasta ese momento no se había dado cuenta exacta de la gravedad de la situación: ella contratando un guardaespaldas porque la seguridad de su hija estaba en peligro… No podía ser verdad. Se refugió en el servicio de señoras para llorar. Nunca. Jamás hubiera imaginado una contingencia como esta. Si su vida era tranquila, sin molestar ni perjudicar a nadie ¿por qué ocurría esto? Se preguntó angustiada. No tuvo respuesta. Nada le parecía lo bastante malo como para justificar lo ocurrido. Salió de la agencia acompañada de una chica muy bien recomendada: inteligente, muy preparada en lo físico-técnico y de aspecto discreto, llamada Isabel. De nuevo al colegio para presentar a Isabel, la oficialmente “nueva canguro”, a la pequeña. También avisaron a profesores y directivos del centro escolar: sólo con Isabel o su madre debía salir Regina a la calle en adelante.
Era el caso que la guardaespaldas, recién llegada de fuera, carecía de vivienda en la ciudad. Lucía le ofreció el piso de arriba de su casa, cerrado en al actualidad. De ese modo estarían acompañadas todo el tiempo sin que el importe de la factura subiera. Por fin, todo bajo control. Sin embargo, Lucía estaba intranquila. No se atrevía a bajar la guardia y relajare por temor a ser sorprendida con otro ataque en cualquier momento. Debía pensar. Tenía que hacer uso de sus recursos, de su capacidad de deducción, para adelantarse a lo hechos. Qué hacer. Qué podía hacer.
Capítulo XIII. La buena idea.
Y, como suele ocurrir, la idea acudió de repente, cuando estaba pensando en otra cosa: tenía que abrir una brecha entre ellas. Había que conseguir la simpatía de alguna, para provocar una división en el trío ¿Cuál sería la indicada? Sin duda, Patricia Andrea. Era la más débil, la más vulnerable. Conocía sus puntos débiles. También sus costumbres. Le haría chantaje emocional. Le rogaría. Le suplicaría. Lo que fuese necesario con tal que se uniera a ella y le proporcionara información vital. Se hizo la encontradiza con ella en el supermercado. La saludó como si nada ocurriera.
- Hola Patri. Qué tal, a gastar dinerito, ¿verdad?
- Hola, cómo le va- respondió Patricia Andrea rehuyendo la mirada, con evidentes deseos de eludir la conversación.
- Me podría ir mejor, Patricia Andrea. Ya sabes por qué lo digo.
- Yo lo siento mami… ellas no me permiten hablar con usted…
- Pero Patri, ¿a ti te parece bien? ¿Estas de acuerdo con ellas? ¡!Por qué tu estas contra mi!!- dijo Lucía suplicante- Recuerda que si no es por mí te hubieras muerto de tristeza cuando llegaste de tu país. Ellas te despreciaban, no querían nada contigo y hasta te llamaban sudaca ¿lo has olvidado? Ten en cuenta que lo de mi hija ha sido muy grave, delito de secuestro de una menor, nada menos. Si alguien envía, por ejemplo, un anónimo a inmigración denunciando lo que ha pasado ¿cómo crees que se lo tomarán?
No podía ser verdad. Ella estaba amenazando a una pobre chica como aquella. Pero estaba desesperada. Continuó con su plan. Le habló con voz susurrante-
- Puedo conseguir que te deporten, incluso estando casada con un español. Recuerda que soy abogada, se como hacerlo. Las leyes son muy rigurosas cuando de niños se trata, lo sabes ¿verdad?
Patricia estaba demudada. Lucía la vio a punto de desmoronarse. Con voz apenas audible contestó
– Es que me dan miedo, mamita. Usted no sabe las cosas que dicen. Sólo hablan de usted todo el tiempo. La odian porque usted es más fuerte, más independiente. Lo de su viaje las puso furiosas… yo no se que hacer… casi prefiero volver a mi país, yo nunca viví con este infierno dentro- se tapó la boca con un pañuelo de papel para contener el llanto. Aún así, insistió de nuevo. Continúo machacando a la inocente muchacha, apelando a su conciencia.
– Claro, es porque son malas. Tu sabes que yo nunca hice daño a nadie. Que siempre fui buena amiga de todas. ¿A qué este odio con mi hijita y conmigo?
- Es verdad. Si, es verdad. Creo que la maldad las ha vuelto locas.
- Pues por esa razón te pido que me ayudes, Patricia por favor. Avísame de lo que hacen y lo que piensan hacer, te lo suplico. Te lo pido por lo que más quieras en este mundo, por tu familia. Piensa qué diría tu marido si se entera que has estado mezclada en el secuestro de una niña, que además, es la hija de un buen amigo suyo ¿qué pasaría contigo? Te rechazaría por delincuente, seguro.
Patricia, incapaz de soportar por más tiempo aquella presión, huyó ahogada ahogando sus sollozos.
Lucía quedó agobiada. Se había excedido. Tanto había apretado las clavijas que, al final, el sujeto se partió en pedazos. Estaba justo como al principio. Indefensa. A merced de sus enemigas.
Sin embargo se equivocaba. Porque, embebida en la conversación, no se había dado cuenta que unos ojos, de escalofriante mirada, lo había visto todo. Las cosas aún podrían empeorar.
Capítulo XIV. El regreso de la rutina.
Poco a poco la rutina volvió a instalarse en la vida de Lucía. El miedo, porque ya no se resistía a reconocerlo, la había impulsado a tomar medidas de seguridad drásticas en su domicilio: puerta blindada, reforzada con gruesos cerrojos de hierro, como los de toda la vida; rejas en todas las ventanas, con la consiguiente protesta del presidente de la comunidad de vecinos; tapiado de la puerta que daba al patio interior. La casa parecía un bunker. Allí no se podía entrar a la fuerza sin hacer mucho ruido y, por tanto, daría tiempo sobrado para que llegara la policía. Esto la tranquilizaba muchísimo. La presencia de la guardaespaldas se fue reduciendo y se limitó a las salidas de la niña. Al poco ni siquiera para eso. La vida se había reorganizado de nuevo. Cada día, mamá la dejaba en el interior del colegio y dejaba su coche en un aparcamiento vigilado próximo. A continuación, para ir al trabajo, tomaba el metro porque la dejaba muy cerca de su oficina. A veces pensaba si no sería necesario cambiar de ruta y horario, como hacían los amenazados por los terroristas. Pero por no turbar las costumbres de la niña, desistió.
De su marido no sabía nada. Ignoraba si pasaba por la ciudad ni dónde paraba en ese caso. Tan sólo Sara, su abogada, tenía contacto con él para tratar de los asuntos de la separación. Todo era normal. Y, desde que habló con Patricia Andrea, hacía ya unos días, casi ni se acordaba de las dos brujas, como siempre las llamaba en su fuero interno. Por la noche, bien resguardadas en su blindada morada, madre e hija disfrutaban con el baño, con las cenas divertidas, durmiendo juntas y abrazaditas, como antes cuando no estaba papá. Ahora, dadas las circunstancias, con más motivo dormían así, plácidamente, sintiéndose libres de todo peligro. Pero aquella idílica paz fue bruscamente truncada. En el medio de la noche, el sonido de sirenas, bomberos y ambulancias sobresaltó a toda la urbanización. Los vecinos observaban desde sus ventanas como si se de un espectáculo se tratara. ¿Qué ocurría. A qué venía tanto jaleo? Se preguntaban unos vecinos a otros. Había un incendio. Uno de los chalés estaba ardiendo. A ello se debía el operativo. Pero… ¿cuál de los chalés era?
Lucía salió un momento a la calle para averiguar cual casa era la que ardía. Cuando lo descubrió tuvo que llevarse las manos al pecho. El corazón acababa de darle un tremendo vuelco: LA CASA QUE ARDÍA ERA LA DE PATRICIA ANDREA. Recordó de forma inmediata la tensa conversación del supermercado. ¿Se debería a ello? Pensó en los apuros y el miedo de Patri en aquella ocasión. ¿Sería ese incendio una especie de de castigo? ¿Tendría ella algo de culpa? Estaba segura de que aquel incendio había sido intencionado, provocado por ciertas personas. ¿Sería un recordatorio, dirigido a ella, de que las hostilidades seguían en pie? Nuevamente volvió a sentir la boca seca y amarga…
Capítulo XV. De nuevo la angustia.
Otra noche de guardia. Mientras Regina dormía tranquila, su madre, como un fantasma, recorría una y otra vez los pasillos, las habitaciones de la casa. A oscuras, sin una linterna, ni un velón. Con las pupilas dilatadas como las de un gato. Nada en el entorno exterior se movería sin que ella lo detectara. El miedo agudizaba sus sentidos, si, era cierto, se sentía como una tigresa protegiendo su territorio de posibles invasores. Porque estaba segura. Su intuición, que raras veces le fallaba, le decía que sería la próxima. Que más pronto que tarde, vendrían a por ella. Y desde luego, no tenía intención de ponérselo fácil. Pondría su mejor arma, su inteligencia, al servicio de su supervivencia. La noche tenía cierta semejanza con la de Berna. Tenía la sensación de que algo pasaría y lo cambiaría todo. Al pensar en Berna recordó a su marido: “Qué bueno sería tenerle aquí, a mi lado. Qué descansada estaría en estos momentos, porque él estaría controlando la situación. Tomando decisiones acertadas. Pero cómo explicarle. Tendría que contarle lo del secuestro de nuestra hija. Se pondría furioso al saber que se lo he ocultado. Él no entendería mis razones. Es preciso que siga mi camino sola. Él, voluntariamente, tomó un desvío que le aleja de mí, de nosotras. No. Puede que algún día, dentro de muchos años, le cuente lo que ahora ocurre como una anécdota, y él hará gestos de asombro mientras yo me “pavoneo” por mi infalible táctica de guerra. Si. Seguramente será así. Dentro de muchos años”.
Pensar en el voluntario desvío de su marido, le llevó a recordar cómo se conocieron. Cómo se iniciaron en el camino de la vida juntos. Eran los tiempos felices del Instituto Cervantes. En un curso estuvieron juntos, pero no llegaron a conocerse, vivían en mundos diferentes. Paralelos. Ella, entregada a sus estudios. El, a vivir la vida de la forma más problemática posible. Continuamente sancionado, siempre suspendido y siempre belicoso. Pero, no se sabía si para bien o para mal, siempre rodeado de chicas. La verdad es que era físicamente atractivo. El problema era su desquiciada cabeza. Ocurría que en la cantina del centro trabajaba un chico que muy bien podría haber sido el hermano monocigótico de Pablo. Otro camorrista. Naturalmente chocaban con frecuencia. El camarero saltaba con frecuencia la barrera de la barra, y el oponente hacía lo propio pero a la inversa. Cierto día, Pablo intentaba con poco éxito que el camarero le sirviera algo que le había pedido. El camarero se hacía el distraído. Así, varias veces. Aquello parecía el comienzo de un episodio más en aquella tormentosa relación profesional-cliente. De pronto, el camarero sonríe y se dirige a alguien que estaba tras su contendiente.
- Hola. Qué te pongo, guapa.
- Dos botellines de lo mismo – dijo una voz femenina clara y firme.
- ¿De lo mismo de qué?- preguntó burlón el camarero.
- De lo mismo que haya pedido mi compañero.
El compañero. Esto es, Pablo, se volvió asombrado. Nunca nadie había dado la cara por él. Al girar, se encontró frente a frente con una chica delgadita, de cara bonita y pelo corto con un travieso flequillo a trasquilones sobre la frente. No tenía nada que ver con su ideal femenino. Sin embargo le agradó. Ella le miraba directamente a los ojos y el no vio en ellos lo que solía ver en los ojos de las demás: insinuación, provocación y, en muchas ocasiones, desprecio.
- Toma – le dijo, poniendo en su mano una botellita de agua. No era lo que había pedido, pero a Pablo le dio igual.
– Gracias -se limitó a decir. La agradable sorpresa le había dejado sin habla.
- De nada –respondió ella. Dio media vuelta y se marchó. La miró mientras se alejaba por el pasillo. Vaqueros no muy ajustados y jersey rojo sin mangas.
- Uuumm… no está mal… Poco culo y pocas tetas, pero no está mal… Al día siguiente, nobleza obliga, él quiso devolverle la invitación. Ella, toda una dama, la rechazó. Pero aquel tira y afloja desembocó en una amena conversación que tendría su continuidad un día, otro día y así hasta la noche de Berna.
Pablo se transformó. Sin darse cuenta cambió de actitud, de aspecto y de miras de futuro. Lucía, a pesar de las recomendaciones de su madre (“Nena, primero los estudios y luego los chicos. Nena, primero el trabajo y luego los hombres”) se echó novio antes de salir de terminar sus estudios. Salió del instituto con un título de Bachiller en su carpeta y un amor de su mano. Volvió al presente. Con disgusto por su parte tuvo que reconocer que aún le quería.
– Debería llamarlo. No es justo que le aleje de la vida de su hija. Él siempre ha sido un buen padre. Su hija le adora. Una cosa es el hombre y otra el padre. Le llamaré mañana mismo. Tengo que rebajar las hostilidades entre los dos, al menos, que podamos coexistir por el bien de nuestra hija… O mejor no, aún no. Le llamaré cuando todo esto haya pasado.
Capítulo XVI. Un encargo.
Tres semanas antes… Cuando Patricia salió corriendo del supermercado, tras la traumática conversación con Lucía, necesitó un tiempo para recobrar la calma necesaria para conducir. Se sentía fatal. Reconocía que Lucía tenía razón, no había hecho nada para ser acosada tan amenazada de esa forma. Pero ella no podía ayudarla, era tanto el miedo que tenía a las que antes eran sus amigas, su única familia en España, aparte de su esposo e hijos, que prefería ser injusta antes que convertirse en la segunda víctima. Arrancó su utilitario por fin. En aquel mismo instante, un enorme todo terreno también puso en marcha su motor y tomó la misma dirección de Patricia Andrea. En unos momentos consiguió ponerse a la zaga del pequeño coche de Patri. Los ocupantes del todo terreno hicieron sonar repetidamente el claxon para atraer la atención de quien circulaba delante. Patrician miró por el espejo retrovisor y un escalofrío le recorrió la espina dorsal: ¡! Eran ellas!! ¿La habría visto hablando con Lucía? La adelantaron y entre risas, con gestos con las manos la indicaron que la esperaban a su llegada. Efectivamente, en la puerta de su casa, como si fuera un carruaje fúnebre, estaban esperándola el siniestro todo terreno. Parecían estar muy alegres. No sabía si aquel era un buen síntoma tratándose de ellas. Se reían a carcajadas sin motivo alguno y, a gritos, le pidieron
–¡! Anda, sácanos lo bueno el jamón, el vino y el queso!!
- Y el pan de pueblo- volviendo a reír ruidosamente.
La anfitriona, acelerada y con manos temblorosas, preparó una bandeja con diversos aperitivos y bebidas. Se sentó junto a ellas como un gesto de camaradería, que en realidad era de sumisión, esperando ser merecedora de clemencia si llegaba el caso. Comenzó la aparentemente distendida conversación:
- Oye. Hace mucho que no nos hablas de tu familia... - Es verdad, cuéntanos…
-Pues que quieren que les diga, allá, luchando por sobrevivir.
- Pero tú les ayudarás, ¿verdad? Por ejemplo, te ocupas de tu hermano cuando están en apuros ¿verdad? - ¿Qué? ¿Qué dicen de mi hermano?
- No te hagas la tonta. Sabemos que escondes a tu hermano en esta casa.
- Claro que lo sabemos ¿Te has fijado, Elena, que cuando en los informativos dicen que alguien ha sido asesinado en plena calle, y se supone que es un ajuste de cuentas, y que presuntamente el autor sea un sicario, inmediatamente aparece por aquí el hermano de Patricia Andrea?
-¡! Es verdad !! Y la policía nunca encuentra al culpable. ¿Será porque se esconde en una casa cualquiera de una familia normal?
- Pues si. Seguramente. Y hay tantas casas y familias normales. Resultaría imposible para la policía ir buscando de casa en casa.
-Pero… qué están diciendo. Mi hermano no ha matado a nadie… y no está escondido en mi casa, sólo es que yo le invito, porque mis niños le quieren mucho.
- Vamos, ¿nos tomas por idiotas? Sabemos muy bien quién y qué es tu hermano. Y le vemos desde nuestros áticos bañarse en tu bonita piscina. Por eso sabemos con exactitud cuando aparece por aquí.
A estas alturas, Patri temblaba perceptiblemente de pies a cabeza.
- No te pongas así, mujer, que no va a pasar nada.
- Si, de verdad. Sólo queremos hablar con tu hermano, para hacerle un “encarguito”. No tenemos interés en su vida y hazañas, ¿comprendes?
- Tu sólo dale el recado. ¿Verdad que harás eso por tus amigas queridas?
- Se los repito. Mi hermano no es un asesino ni se esconde en mi casa.
- ¡! YA VALE !! Vamos a ver. Tú le dices a tu hermano lo siguiente: si nos haces el trabajo, nosotras no te denunciamos. Nada más. Así de sencillo.
- Además le pagaremos si lo hace con eficacia, ¿verdad?
- Por supuesto, nosotras siempre le damos a cada cual lo que se merece.
- Y dando por cerrado el asunto, ahora dinos qué hablabas en el "super" con esa traidora.
- ¿Cómo? No se de qué me hablan. Yo no vi a nadie especial en el supermercado.
- ¿Lo estás viendo? Después de lo mucho que hemos hecho por ella ahora nos miente, se atreve a mentirnos.
- Tienes razón. Es una desagradecida. Qué decepción.
- Está bien. Pero fue ella quien me abordó. Sólo quería hablar de cosas sin importancia. De lo caro que estaba todo y del mucho trabajo que tenía, nada más.
- ¿Tu te lo crees, Elena?
- Que va, Mari Carmen. Yo creo que nos está mintiendo de nuevo. Habrá que romper con ella. Se ha convertido en otra traidora. Nos veremos obligadas a demostrarle nuestro disgusto.
- Si, será lo mejor. De ese modo, su hermano comprenderá que somos serias, que cumplimos lo que decimos… que con nosotras… nadie juega…
Pocos días después, sin saber cómo, la casa de Patricia Andrea ardía por los cuatro costados. El encargo se llevaría a efecto con la eficacia requerida… tres semanas después.
Tras cuatro noches de vela, Lucía se dormía de pie sobre el filo de una espada. Por eso, fue necesario recurrir a los servicios de Isabel. De nuevo volvió a formar parte de la familia. En esta ocasión, Isabel llegó equipada con un eficaz modo de vigilar el exterior. Consistía en instalar unos sensores que, distribuidos alrededor del chalet, enviaban la señal de alta resolución a un monitor instalado en el interior, tras “pasar” por un satélite. No sería necesario pasar la noche deambulando por la casa, como hacía Lucía. Aún así, Isabel estaba preocupada. Había algo que no estaba bien. Repasaba una y otra vez las medidas tomadas. Todo estaba bien, todo correcto. Sin embargo… Era algo visceral, el estómago le decía que no, que en algún punto algo fallaba. Qué sería. Hasta saber de qué se trataba debía extremar la atención, a no relajarse un solo momento.
Capítulo XVII. Aquella mañana.
Aquella mañana se dirigían al colegio. Lucía al volante e Isabel con la niña en los asientos traseros. Fue como siempre. Primero el centro escolar, el aparcamiento y, a continuación, el metro. La guardaespaldas tomó su propio coche para dirigirse a otro trabajo. Como siempre, Lucía llegó a su trabajo media hora antes que su secretaria. Al pulsar la llave de la luz en la entrada, descubrió que no se encendían las lámparas. Insistió varias veces, pero fue inútil, al parecer había una avería. Tendría que llamar al electricista más tarde. No le importó. Conocía muy bien su despacho y podía caminar a oscuras hasta la ventana más cercana. Tanteando, caminó con precaución por entre los muebles. Tan concentrada estaba, que no se enteró de que, por detrás había surgido una figura de bulto redondo, tan negra como la misma oscuridad. Sintió un golpe brutal en la espalda e, inmediatamente sabor a hierro en la boca. La puñalada había atravesado el pulmón penetrando por entre las costillas. Sería sólo cuestión de segundos. Cayó de frente, boca abajo. La sangre salía a borbotones de su boca abierta de par en par, buscando aire porque se estaba ahogando. En aquellos últimos momentos, cuando la falta de oxígeno produce alucinaciones, Lucía entrevió una figura masculina, etérea, que flotaba ante ella. Aquella figura movía los labios como si hablara mientras oscilaba. Era él. Su preferido poeta, la voz del poeta resonó en su interior :
“Lucíiiaa, acuérdate de la Virgen porque te vas a morir”
¡! Ay, Federico García, llama a la guardia civil ¡!
“Tendrás tres golpes de sangre y morirás de perfil”
Instantes después, alguien golpeaba desesperada la puerta mientras gritaba su nombre: “Lucíaa ten cuidado. Nos olvidamos de blindar la oficinaa. Tencuidado por amor de Diooosss…”
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