domingo, 7 de octubre de 2012

Increíble Rosa.



 Era domingo.
El domingo era el único día en el que la familia estaba al completo en casa. Solían pedir comida, con el fin de que nadie tuviera que trabajar en domingo. El timbre sonó poco antes de la hora de comer. Eran los padres del novio. Todos se sorprendieron. Sobre todo porque el novio no acompañaba a los padres.
Dijeron que tenían que decirles algo importante. Entonces fueron invitados a entrar en el salón donde todos tomaron asiento: en el sofá la hija y la madre.
En la butaca de costumbre el padre de la novia y, en el sofá de enfrente, los padres del novio. Todo aquello era muy raro. Las cabezas echaban humo tratando de adivinar el motivo de tan inesperada
visita. Desde luego tenía algo que ver con el novio, estaba claro. Pero no se trataba de que el novio hubiera
sufrido un accidente, ni tenían pinta de ir a pedir la mano de la chica. Los padres del novio cada momento más nerviosos.  La madre del novio habló por decir algo:
-    ¿Habéis comido ya?
 -    No -respondió la dueña de la casa- a tiempo llegáis.
-    Si. -dijo el padre del novio- Para comer estamos. Yo al menos tengo un nudo en el estómago...
Madre e hija se miran. Parecen preguntarse qué puñetas pasa aquí.
-  Bueno... pues... -el padre del novio otra vez-. Que conste que nosotros estamos muy disgustados. Y que si pudiera matarlo lo mataría. Tú sabes, Rosa, que siempre te hemos querido mucho, como a una hija más.
 La madre del novio, apresurada, saca un pañuelo de su bolso. Lloriquea bajito.
Cansado de aquella situación, el padre de la casa se encara con el padre visitante.
-    Vamos a ver. Soltad de una vez lo que os ha traído por aquí y con estas maneras.
-         El padre del novio responde.
 -    Tienes razón. Además, cuanto antes lo soltemos antes nos quedaremos tranquilos: resulta que mi hijo le ha hecho una panza a una tía. Eso es lo que es.
Gritos ahogados. Intercambios de miradas entre los tres miembros de la familia.
La hija alarga una mano en dirección a la madre.
-         Mamá- dice acongojada.
-         Cariño, tranquila, estamos aquí, a tu lado -dice la madre estrechando la mano de la hija, de repente helada, entre las suyas.
Mientras, los dos hombres se han puesto de pie, y están uno frente al otro. El padre del novio pendón, avergonzado. El de la casa furioso.
 - De modo que es eso. Que tu hijo anda por ahí preñando zorras mientras mi hija está en su casa confiando en él... Dices que tú no has podido matarlo. Pero yo si puedo. Dile que si quiere vivir, se vaya del pueblo para que yo no lo vea.
La situación se ponía seria. La madre de la casa, con  perspicacia femenina, se levanta rápidamente y abre la puerta de la vivienda.
Les invita a salir.
-         !!Noo!! -exclamó la madre del novio como esbozando una disculpa mientras se dirigían a la puerta abierta-. Si nosotros no hemos venido por nuestra cuenta. Nos ha mandado mi hijo porque, el pobre, está desolado, no para de llorar... y quiere saber si puede venir a pedirte perdón, Rosa. Por eso hemos venido, para allanarle el camino.
-         Hija, ¡! tu quieres que venga ese canalla¡¡ -preguntó la madre apuntando a la hija la respuesta. Ella, la hija, contestó que no con un movimiento de cabeza.
Al punto de salir, Rosa les pregunta: - ¿Quien es la tía esa que decís? Vacilaron. Cómo decirlo… Total, lo tiene que saber.
 -   Ester. Tu amiga Ester.
Gritos ahogados nuevamente.
!! Ester. Mi mejor amiga. Amigas desde la infancia... pero cómo ha podido hacerme algo así, la muy puta, la falsa, la traidora !!
Esta vez si. La novia fue tocada y hundida. Un rictus de dolor desfiguró su cara. Pero sólo un instante. No quería que la vieran quejarse. No permitiría que pudieran decir que la habían visto llorar.
Por fin se marcharon dejando detrás un cuadro de dolor y rabia. En cuanto la puerta se cerró, la hija se dobló sobre sí. Tenía un tremendo deseo de vomitar.  
Los padres se abalanzaron sobre ella, con lo que consiguieron que su agobio aumentara.  De pronto se le inundó la boca de un agua horriblemente ácida. Tuvo que salir corriendo en dirección al cuarto de baño con el tiempo justo para cerrar la puerta y conseguir un poco de intimidad. Durante largos minutos, evacuó todo cuanto su organismo consideró necesario para volver a la estabilidad. Cuando volvió al mundo encontró a su padre sentado en el suelo del pasillo. Se levantó. El aspecto de su hija era deplorable: ojos enrojecidos, tez cadavérica, cabellos enmarañados. Parecía a punto de desmayarse.
Por eso la tomó en brazos  y la llevó en dirección a su cuarto.
-         No papá. Prefiero ir al salón. No quiero estar sola en mi habitación.
-          Como quieras hija. Voy a traerte la mantita de cuadros para que te arropes. ¿Quieres algo más?
-         Sólo algo que contenga azúcar.
-         Vale, te prepararé una tila con mucho azúcar. Mamá está poniendo la comida a los chicos. Ahora después vendrá.
El padre volvió con un  tazón de tila  colocado en una bonita bandeja adornada con una linda flor natural. Todo bonito, como en las películas. La hija se rió al ver aquel detalle por parte del padre. Él era así. Un poco niño todavía.
El padre observaba a la hija mientras lentamente movía el azúcar  con la cucharita.
-         Hija, ¿quieres hablar?
-          No. Quiero pensar. Quiero saber cuándo y dónde. Qué hacía yo mientras tanto. Si estaba trabajando. Si venía del trabajo. Si fue mientras yo dormía. No descansaré hasta que encaje todas las piezas.
-         Rosa. Puede parecer precipitado, está todo muy reciente pero, no sería mejor dejar las cosas como están y olvidar. Estos desengaños suelen suceder, tienes suerte de que lo haya hecho antes de casarte con él. Una chica tan fuerte y tan inteligente como tú, no debe dejarse afectar por algo así.
-         Pero yo no puedo estar el resto de mi vida con esta incertidumbre. Yo necesito saber por qué he estado tan ciega. Cómo es posible que no haya notado nada en él. Cuándo comenzó todo y por qué razón comenzó. Creo que voy a y salir y dar un paseo, necesito respirar aire fresco.
La madre apareció en ese momento y oyó lo último. Se apuntó a lo del paseo. Ella también tenía necesidad de aire. El padre, entendiendo que su hija necesitaba estar sola, intervino.
-         Deja a la niña que haga lo que quiera. Lo que haremos  tu y yo es irnos a tomar algo al sitio más caro. Así que ponte muy guapa y vámonos. Pero no de cualquier manera, vámonos contentos, porque aquí, en esta familia, no hay nadie con el suero puesto ¿me oyes Rosa?
-         Te oigo papá, te oigo -respondió la hija con una sonrisa triste dibujada en el rostro.
Caminaba por el parque, en domingo muy visitado, con la gafas de sol puestas en la esperanza de que nadie la reconociera ni le dirigiera la palabra.
Mantenía una viva conversación con esa persona que todos llevamos dentro.
“Es que no puede ser. Yo creo que se muere en un accidente y me entra mejor... Pero esto... Nada, que no me entra... Y ahora qué. Tendrán que casarse. Y yo verles, y ver al crío cuando nazca y ver al zorrón y verlos pasar por mi puerta. No creo que pueda soportarlo. Soy capaz de hacer una locura. Antes la cárcel que este tormento. Tengo que pesar rápidamente. Algo se podrá hacer para impedirlo todo y que yo no me vuelva loca”.
Entonces  recordó lo que dijo la madre del novio cuando salían de la casa: “nos ha mandado mi hijo porque, el pobre, está desolado, no cesa de llorar... y quiere saber si puede venir a pedirte perdón, Rosa”.
“¡¡ Ya está!! Le perdonaré. Le abriré los brazos. Seré yo la que se case con él y será la otra quien tendrá que llorar. ¿Y la tripa? Ya se verá qué hacemos con la tripa. Tiempo al tiempo.
Sintió un tremendo alivio.
Estaba tan ligera que se sentía capaz de volar.
Después de todo, la situación no era tan desesperada.
Conectó su teléfono móvil. Antes tuvo que apagarlo porque él no paraba de enviarme mensajes. Decidió que si volvía a llamarla otra vez, solo una más, le respondería.
  ¿Qué le diría?
Lo dejó a la inspiración del momento.
Pasaron diez eternos minutos hasta que recibió una nueva llamada de él, justo cuando ella estaba resuelta a tirar la toalla.
-         ¿Sii?
-         Chati, por fin te pones –dijo él rompiendo a llorar y pidiéndole perdón lo que indica que ella había llegado a tiempo.
-         Buenoo, tranquilízate no sea que te de algo... Estoy en el parque, junto el estanque de los peces, si quieres algo de mi, ven. Te espero.
Él llegó jadeando. Sin duda había hecho todo el trayecto corriendo.

Le vio venir. Le odio. Por qué sería tan atractivo.
A ella no le resultó fácil acceder su propuesta de salir juntos. Siempre desconfió de los chicos atractivos. Pero cuando le trató  supo que si por fuera era bello, por dentro era perfecto. Y se enamoró de él.
Se abrazaron.
-         ¿Por qué lloras? –preguntó ella.
-         Porque creía que nunca me perdonarías.
- Por qué no te iba a perdonar si te quiero. ¿Has hecho algo malo? -preguntó con expresión cándida. - Si. Algo muy malo. Pero no se por qué lo he hecho. Yo sólo te quiero a ti. Desde el primer día que te conocí. - (Yo si que sé por qué lo has hecho, putero) -dijo Rosa para sí. -¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? Quién nos iba a decir que llegaríamos a querernos tanto ¿Verdad? –dijo ella con disimulado la ira que sentía en esos momentos. - Si, me acuerdo muy bien de aquel día. Estabas guapísima. Yo me quedé flipao cuando te vi. - Y seguimos queriéndonos ¿Verdad? ¿Verdad que nos queremos igual, mi amor? –insistiendo en el mismo tono. - Si cariño. Yo te quiero más que a mi vida -dijo él buscando sus labios. Se dejó besar no sin cierta repugnancia al pensar que había besado a la zorra. Pero era necesario para su plan, que estaba resultando excelente. - Yo también haría cualquier cosa por ti. Por eso te he perdonado, para que nada ni nadie se interponga entre nosotros y nuestro amor. ¿Estás de acuerdo, verdad? - Si cariño, de acuerdo, nada nos separará. -Dijo atrayéndola hacia su pecho. - Esto te ha pasado porque eres demasiado bueno. Y claro, la gente mala siempre se aprovecha de los chicos buenos. - Si tienes razón –respondió él aliviado al comprobar que ella no le echaba la culpa del todo -nadie me quiere ni me comprende como tú. - Sabes, estoy pensando que, para que nadie nos separe, lo mejor es que nos casemos cuanto antes. Podríamos casarnos por lo civil y sin que lo sepan las familias, así mis padres no me regañarán por haberte perdonado tan pronto. Podríamos irnos a vivir juntos hasta entonces. Así evitaríamos que interfieran en nuestros planes, ¿te parece, chiki?-  le llamó mimosa. -Si, amor -respondía a todo que si como un cordero. - Entonces llamaremos a  Pilar y Juanjo para que nos den alojamiento. Ellos tienen sitio. Y mañana vamos al juzgado a ver qué documentos necesitamos ¿De acuerdo? - Si cariño, de acuerdo -repitió otra vez.
El complejo de culpa y el aparente perdón de ella, le tenían completamente entregado a la voluntad de su recobrada novia.
Sus amigos les recibieron encantados y, tras contarles una improvisada mentira, les alojaron en su casa. Dada la rapidez con que los hechos se iban sucediendo, los amigos no tenían ni idea del asunto de "la panza".
-         Rosa habló con su madre y le contó su plan. La madre se horrorizó. - ! Pero hija ! ¿Te has vuelto loca? Eso es prácticamente un secuestro. Puedes tener serios problemas con algo así. - Que va, mamá. Si él está encantado, como si estuviéramos de luna de miel. Tu tranquila, que yo se lo que me hago.
- Por qué no te iba a perdonar si te quiero. ¿Has hecho algo malo? -preguntó con expresión cándida. - Si. Algo muy malo. Pero no se por qué lo he hecho. Yo sólo te quiero a ti. Desde el primer día que te conocí. - (Yo si que sé por qué lo has hecho, putero) -dijo Rosa para sí. -¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? Quién nos iba a decir que llegaríamos a querernos tanto ¿Verdad? –dijo ella con disimulado la ira que sentía en esos momentos. - Si, me acuerdo muy bien de aquel día. Estabas guapísima. Yo me quedé flipao cuando te vi. - Y seguimos queriéndonos ¿Verdad? ¿Verdad que nos queremos igual, mi amor? –insistiendo en el mismo tono. - Si cariño. Yo te quiero más que a mi vida -dijo él buscando sus labios. Se dejó besar no sin cierta repugnancia al pensar que había besado a la zorra. Pero era necesario para su plan, que estaba resultando excelente. - Yo también haría cualquier cosa por ti. Por eso te he perdonado, para que nada ni nadie se interponga entre nosotros y nuestro amor. ¿Estás de acuerdo, verdad? - Si cariño, de acuerdo, nada nos separará. -Dijo atrayéndola hacia su pecho. - Esto te ha pasado porque eres demasiado bueno. Y claro, la gente mala siempre se aprovecha de los chicos buenos. - Si tienes razón –respondió él aliviado al comprobar que ella no le echaba la culpa del todo -nadie me quiere ni me comprende como tú. - Sabes, estoy pensando que, para que nadie nos separe, lo mejor es que nos casemos cuanto antes. Podríamos casarnos por lo civil y sin que lo sepan las familias, así mis padres no me regañarán por haberte perdonado tan pronto. Podríamos irnos a vivir juntos hasta entonces. Así evitaríamos que interfieran en nuestros planes, ¿te parece, chiki?-  le llamó mimosa. -Si, amor -respondía a todo que si como un cordero. - Entonces llamaremos a  Pilar y Juanjo para que nos den alojamiento. Ellos tienen sitio. Y mañana vamos al juzgado a ver qué documentos necesitamos ¿De acuerdo? - Si cariño, de acuerdo -repitió otra vez.
El complejo de culpa y el aparente perdón de ella, le tenían completamente entregado a la voluntad de su recobrada novia.
Sus amigos les recibieron encantados y, tras contarles una improvisada mentira, les alojaron en su casa. Dada la rapidez con que los hechos se iban sucediendo, los amigos no tenían ni idea del asunto de "la panza".
-         Rosa habló con su madre y le contó su plan. La madre se horrorizó. - ! Pero hija ! ¿Te has vuelto loca? Eso es prácticamente un secuestro. Puedes tener serios problemas con algo así. - Que va, mamá. Si él está encantado, como si estuviéramos de luna de miel. Tu tranquila, que yo se lo que me hago.

- Por qué no te iba a perdonar si te quiero. ¿Has hecho algo malo? -preguntó con expresión cándida. - Si. Algo muy malo. Pero no se por qué lo he hecho. Yo sólo te quiero a ti. Desde el primer día que te conocí. - (Yo si que sé por qué lo has hecho, putero) -dijo Rosa para sí. -¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? Quién nos iba a decir que llegaríamos a querernos tanto ¿Verdad? –dijo ella con disimulado la ira que sentía en esos momentos. - Si, me acuerdo muy bien de aquel día. Estabas guapísima. Yo me quedé flipao cuando te vi. - Y seguimos queriéndonos ¿Verdad? ¿Verdad que nos queremos igual, mi amor? –insistiendo en el mismo tono. - Si cariño. Yo te quiero más que a mi vida -dijo él buscando sus labios. Se dejó besar no sin cierta repugnancia al pensar que había besado a la zorra. Pero era necesario para su plan, que estaba resultando excelente. - Yo también haría cualquier cosa por ti. Por eso te he perdonado, para que nada ni nadie se interponga entre nosotros y nuestro amor. ¿Estás de acuerdo, verdad? - Si cariño, de acuerdo, nada nos separará. -Dijo atrayéndola hacia su pecho. - Esto te ha pasado porque eres demasiado bueno. Y claro, la gente mala siempre se aprovecha de los chicos buenos. - Si tienes razón –respondió él aliviado al comprobar que ella no le echaba la culpa del todo -nadie me quiere ni me comprende como tú. - Sabes, estoy pensando que, para que nadie nos separe, lo mejor es que nos casemos cuanto antes. Podríamos casarnos por lo civil y sin que lo sepan las familias, así mis padres no me regañarán por haberte perdonado tan pronto. Podríamos irnos a vivir juntos hasta entonces. Así evitaríamos que interfieran en nuestros planes, ¿te parece, chiki?-  le llamó mimosa. -Si, amor -respondía a todo que si como un cordero. - Entonces llamaremos a  Pilar y Juanjo para que nos den alojamiento. Ellos tienen sitio. Y mañana vamos al juzgado a ver qué documentos necesitamos ¿De acuerdo? - Si cariño, de acuerdo -repitió otra vez.
El complejo de culpa y el aparente perdón de ella, le tenían completamente entregado a la voluntad de su recobrada novia.
Sus amigos les recibieron encantados y, tras contarles una improvisada mentira, les alojaron en su casa. Dada la rapidez con que los hechos se iban sucediendo, los amigos no tenían ni idea del asunto de "la panza".
Rosa habló con su madre y le contó su plan. La madre se horrorizó. - ! Pero hija ! ¿Te has vuelto loca? Eso es prácticamente un secuestro. Puedes tener serios problemas con algo así. - Que va, mamá. Si él está encantado, como si estuviéramos de luna de miel. Tu tranquila, que yo se lo que me hago.
fornicaban mientras se reían de ti? ¿No te interesa saber dónde o desde cuándo?  ¿Permitirás que esas ofensas queden inmunes?
- Un abogado. Si, contrataré un abogado. Él se pringará las manos por mí.
Cap. III. La demanda. Puso en marcha su coche y se alejó velozmente de aquel horrible lugar. Tuvo que atravesar toda la ciudad hasta llegar a la parte nueva, a la moderna. Los edificios allí no tenían nada que ver con el siniestro juzgado. Todo eran tiendas de regalos, de ropa
preciosa, perfumerías de lujo, una maravilla. Fue mirando las fachadas. Abundaban las placas de podólogos, dentistas, psicólogas, abogados y
abogadas… Entró en un bufete cualquiera. Le recibió una risueña recepcionista. - ¿Tiene cita? -le preguntó. - Pues no. No tengo cita -respondió Rosa mientras examinaba el lugar. Le gustó. Bonito y funcional.
Denotaba eficiencia. - Entonces lo siento. Tendré que darle cita para que vuelva- dijo mientras la recepcionista. - ! Qué ! -exclamó Rosa sorprendida- verá es que se trata de una urgencia, por eso no tengo cita. Si
hubiera alguien desocupado en este momento le agradecería que me entendiera. - No creo que haya nadie desocupado, pero voy a ver. La recepcionista se va por el pasillo, llama a una puerta y entra. Al instante vuelve. - Pues si. Uno de mis compañeros acaba de terminar un asunto. Pasillo izquierda, puerta 8. Se llama
Jose. - Muchas gracias, muy amable. Pasillo izquierda... puerta ocho... golpecitos en la puerta... ¿Se puede?
¿Jose? Jose se levanta de la mesa precipitadamente para recibir a la inesperada clienta. Es un chico joven.
Como recién licenciado. “Ya veremos que tal este novato”, se dice Rosa. - Tome asiento, por favor -el abogado señalando con la mano la silla del otro lado de la mesa. - Muchas gracias, muy amable.
fornicaban mientras se reían de ti? ¿No te interesa saber dónde o desde cuándo?  ¿Permitirás que esas ofensas queden inmunes?
- Un abogado. Si, contrataré un abogado. Él se pringará las manos por mí.
Cap. III. La demanda. Puso en marcha su coche y se alejó velozmente de aquel horrible lugar. Tuvo que atravesar toda la ciudad hasta llegar a la parte nueva, a la moderna. Los edificios allí no tenían nada que ver con el siniestro juzgado. Todo eran tiendas de regalos, de ropa
preciosa, perfumerías de lujo, una maravilla. Fue mirando las fachadas. Abundaban las placas de podólogos, dentistas, psicólogas, abogados y
abogadas… Entró en un bufete cualquiera. Le recibió una risueña recepcionista. - ¿Tiene cita? -le preguntó. - Pues no. No tengo cita -respondió Rosa mientras examinaba el lugar. Le gustó. Bonito y funcional.
Denotaba eficiencia. - Entonces lo siento. Tendré que darle cita para que vuelva- dijo mientras la recepcionista. - ! Qué ! -exclamó Rosa sorprendida- verá es que se trata de una urgencia, por eso no tengo cita. Si
hubiera alguien desocupado en este momento le agradecería que me entendiera. - No creo que haya nadie desocupado, pero voy a ver. La recepcionista se va por el pasillo, llama a una puerta y entra. Al instante vuelve. - Pues si. Uno de mis compañeros acaba de terminar un asunto. Pasillo izquierda, puerta 8. Se llama
Jose. - Muchas gracias, muy amable. Pasillo izquierda... puerta ocho... golpecitos en la puerta... ¿Se puede?
¿Jose? Jose se levanta de la mesa precipitadamente para recibir a la inesperada clienta. Es un chico joven.
Como recién licenciado. “Ya veremos que tal este novato”, se dice Rosa. - Tome asiento, por favor -el abogado señalando con la mano la silla del otro lado de la mesa. - Muchas gracias, muy amable.
-         !!De mi marido me ocupo yo!!  Usted a lo suyo, si es que quiere. Si no, buscaré a otro. El abogado, entre asustado y abrumado, se puso de inmediato manos a la obra.
-          
Cap.IV. La visita. Se vistió con especial cuidado. Exactamente igual que si tuviese que ir a la entrevista de un estupendo
trabajo. A través de su aspecto quería enviar el mensaje de que a ella todo le iba bien, que su vida estaba en un punto álgido y no como la de otras...
La madre dio un respingo cuando abrió la puerta. - Qué quieres -preguntó con un tono muy seco. - Pues qué voy a querer, ver a mi amiga -respondió Rosa con naturalidad. - Es quee... hoy no se encuentra muy bien...-dijo la madre con el afán de que no entrara. - No te preocupes, mujer, sólo será un momento. Todavía no me he comido a nadie. Resuelta subió los dos escalones de la entrada y, con un leve empujón a la madre, entró en la casa.
Nunca le había gustado esa casa. Era sombría y oscura, no acertaba a saber cómo habían hecho esa casa de aquella manera, impidiendo que la luz campara alegremente por las estancias. Y estaba el tema de los adornos: cuadritos, jarroncitos, pañitos... no había sitio donde reposar la vista. Alguna vez sintió sofoco estando en esa casa.
Sabía de sobra donde estaba la habitación de su amiga. Dos golpecitos con los nudillos y dentro antes que la madre se colara también. Porque Rosa quería hablar a solas con la embarazada. Por eso echó por dentro el minúsculo cerrojo.
La habitación  en semipenumbra. Un bulto en la cama delató donde estaba la dueña del dormitorio. Dormitorio, por cierto, igualito al suyo.
Ester siempre la copiaba todo. Esperaba de Rosa la última palabra en cuanto a ropa, calzado, anillitos y pulseritas. De pequeñas era divertido ir iguales, algunos y algunas pensaban que eran gemelas pero, a medida que crecían, resultó molesto y hasta ridículo. Entonces comenzó por parte de Rosa la busca y captura de la "boutique" desconocida y oculta. No obstante, Ester seguía haciendo las cosas si no igual que Rosa, si de forma parecida.
- “Debí preverlo. Si le gustaba mi ropa, la decoración de mi alcoba, TODO lo mío, lo más probable sería que también le gustara mi novio”-se dijo lamentando no haberse dado cuenta antes.
Cuando Ester la reconoció emitió un gemido y cubrió su cabeza con la ropa de la cama. Era la primera vez que se veían tras conocerse su estado, es decir, tras ser de dominio público los - !!De mi marido me ocupo yo!!  Usted a lo suyo, si es que quiere. Si no, buscaré a otro. El abogado, entre asustado y abrumado, se puso de inmediato manos a la obra.
Cap.IV. La visita. Se vistió con especial cuidado. Exactamente igual que si tuviese que ir a la entrevista de un estupendo
trabajo. A través de su aspecto quería enviar el mensaje de que a ella todo le iba bien, que su vida estaba en un punto álgido y no como la de otras...
La madre dio un respingo cuando abrió la puerta. - Qué quieres -preguntó con un tono muy seco. - Pues qué voy a querer, ver a mi amiga -respondió Rosa con naturalidad. - Es quee... hoy no se encuentra muy bien...-dijo la madre con el afán de que no entrara. - No te preocupes, mujer, sólo será un momento. Todavía no me he comido a nadie. Resuelta subió los dos escalones de la entrada y, con un leve empujón a la madre, entró en la casa.
Nunca le había gustado esa casa. Era sombría y oscura, no acertaba a saber cómo habían hecho esa casa de aquella manera, impidiendo que la luz campara alegremente por las estancias. Y estaba el tema de los adornos: cuadritos, jarroncitos, pañitos... no había sitio donde reposar la vista. Alguna vez sintió sofoco estando en esa casa.
Sabía de sobra donde estaba la habitación de su amiga. Dos golpecitos con los nudillos y dentro antes que la madre se colara también. Porque Rosa quería hablar a solas con la embarazada. Por eso echó por dentro el minúsculo cerrojo.
La habitación  en semipenumbra. Un bulto en la cama delató donde estaba la dueña del dormitorio. Dormitorio, por cierto, igualito al suyo.
Ester siempre la copiaba todo. Esperaba de Rosa la última palabra en cuanto a ropa, calzado, anillitos y pulseritas. De pequeñas era divertido ir iguales, algunos y algunas pensaban que eran gemelas pero, a medida que crecían, resultó molesto y hasta ridículo. Entonces comenzó por parte de Rosa la busca y captura de la "boutique" desconocida y oculta. No obstante, Ester seguía haciendo las cosas si no igual que Rosa, si de forma parecida.
- “Debí preverlo. Si le gustaba mi ropa, la decoración de mi alcoba, TODO lo mío, lo más probable sería que también le gustara mi novio”-se dijo lamentando no haberse dado cuenta antes.
Cuando Ester la reconoció emitió un gemido y cubrió su cabeza con la ropa de la cama. Era la primera vez que se veían tras conocerse su estado, es decir, tras ser de dominio público los - !!De mi marido me ocupo yo!!  Usted a lo suyo, si es que quiere. Si no, buscaré a otro. El abogado, entre asustado y abrumado, se puso de inmediato manos a la obra.
Cap.IV. La visita. Se vistió con especial cuidado. Exactamente igual que si tuviese que ir a la entrevista de un estupendo
trabajo. A través de su aspecto quería enviar el mensaje de que a ella todo le iba bien, que su vida estaba en un punto álgido y no como la de otras...
La madre dio un respingo cuando abrió la puerta. - Qué quieres -preguntó con un tono muy seco. - Pues qué voy a querer, ver a mi amiga -respondió Rosa con naturalidad. - Es quee... hoy no se encuentra muy bien...-dijo la madre con el afán de que no entrara. - No te preocupes, mujer, sólo será un momento. Todavía no me he comido a nadie. Resuelta subió los dos escalones de la entrada y, con un leve empujón a la madre, entró en la casa.
Nunca le había gustado esa casa. Era sombría y oscura, no acertaba a saber cómo habían hecho esa casa de aquella manera, impidiendo que la luz campara alegremente por las estancias. Y estaba el tema de los adornos: cuadritos, jarroncitos, pañitos... no había sitio donde reposar la vista. Alguna vez sintió sofoco estando en esa casa.
Sabía de sobra donde estaba la habitación de su amiga. Dos golpecitos con los nudillos y dentro antes que la madre se colara también. Porque Rosa quería hablar a solas con la embarazada. Por eso echó por dentro el minúsculo cerrojo.
La habitación  en semipenumbra. Un bulto en la cama delató donde estaba la dueña del dormitorio. Dormitorio, por cierto, igualito al suyo.
Ester siempre la copiaba todo. Esperaba de Rosa la última palabra en cuanto a ropa, calzado, anillitos y pulseritas. De pequeñas era divertido ir iguales, algunos y algunas pensaban que eran gemelas pero, a medida que crecían, resultó molesto y hasta ridículo. Entonces comenzó por parte de Rosa la busca y captura de la "boutique" desconocida y oculta. No obstante, Ester seguía haciendo las cosas si no igual que Rosa, si de forma parecida.
- “Debí preverlo. Si le gustaba mi ropa, la decoración de mi alcoba, TODO lo mío, lo más probable sería que también le gustara mi novio”-se dijo lamentando no haberse dado cuenta antes.
Cuando Ester la reconoció emitió un gemido y cubrió su cabeza con la ropa de la cama. Era la primera vez que se veían tras conocerse su estado, es decir, tras ser de dominio público los Era preciso alejarle de allí. Mudarse a la capital de la provincia. Pero no, sólo estaría a un rato de coche. Algo más lejano, mucho más lejos...
Y como la otra vez, dio con la solución perfecta: -! Un viaje ! Claro, al fin y al cabo somos recién casados. Estamos en plena luna de miel. Es lo normal que una pareja de recién casados se pasen unas semanas viajando... por ejemplo... de crucero. !! Sii, un crucero !! -se dijo excitada-. Un crucero que nos lleve lejos de aquí y, lo mejor, que nos deje incomunicados durante mucho tiempo.
Sonrió triunfante. Otra vez su inteligencia y su astucia la ayudaban a salir del bache.  Se encaminó a su casa corriendo como una niña.
No sabía que corría a encontrarse con su destino. Cuando llegó, arrojó el bolso a una butaca y, directamente al suelo, su chaqueta. Todo le estorbaba. Era
conveniente soltar lastre para llegar cuanto antes a su ordenador, encenderlo y poner en el buscador: cruceros.
Entró en la primera opción: "Mediterráneo"/ 20 días/ salida dentro de dos  días/ importe, qué importa el importe".
Compulsivamente compró dos pasajes.  Ya estaba hecho, no había vuelta atrás. Al poco tiempo un mensajero le llevó y entregó en propia mano los pasajes. Estaba encantada. La distancia era la mejor solución en ese momento. Así estarían solos y lejos de todo
problema. Y sobre todo, eso, que cuando se recibiera el requerimiento del juzgado, él  no se enterase. Sería buena idea convencerle para que ambos dejaran en casa los móviles: “de luna de miel, solitos e
incomunicados ¿no te parece romántico, cariño?”. Al terminar la tarde él llegó. Salió a su encuentro alborozada, agitando los pasajes. - !! Sorpresaa... mira que sorpresa te tengo preparada…
-         Qué tontería es esta de la sorpresa. Pareces una cría - Él no venía de buen humor. - Pero míralos. Son pasajes para hacer un crucero. ¿No te parece estupendo? A mi si. Estoy como loca... un crucero nada menos... nadie de por aquí ha hecho nunca un crucero... y por el Mediterráneo fíjate... - Vamos a ver. ¿Y el trabajo? Es que no sabes que no puedo faltar al trabajo. - Pero nene, si somos recién casados. Estamos de luna de miel. Que hay más normal que irse de viaje de novios en la luna de miel... - Que no puedo, ya te digo. Mi jefe no me dará permiso. - Tiene que dártelo si quiere como si no. Tienes derecho a unos días de descanso por matrimonio, eso dice la Ley.  Así que... Habla con el y díselo clarito: que te de los días que por Ley te corresponden por matrimonio- dijo ella impaciente - Es que yoo... no tengo muchas ganas, la verdad...-exclamó mientras, distraídamente, hojeaba un periódico deportivo, cómodamente instalado en una butaca.
Rosa se llevó las manos a la cabeza. No podía estar ocurriendo lo que ocurría. - ¿Y los pasajes? Qué hacemos con los pasajes entonces...
- Devuélvelos- dijo él continuando con la misma actitud. Rosa no supo si fueron sus palabras o su indolencia lo que provocó el estallido. Pero ya no pudo contener
por más tiempo la ira que la atenazaba desde aquel nefasto domingo. - Devuélvelos devuélvelos...-dijo haciendo burla a su marido- !! No quiero devolverlos, quiero disfrutarlos!!  !! Me los he ganado a base de tragar quina ¡! ¡!Y tu me lo debes. Estás en deuda conmigo por todo lo que me has hecho!! Estaba furiosa como nunca lo había estado. Dispuesta a zanjar aquel asunto  fuese cual fuese el
resultado. - Dímelo ahora mismo. Por qué no quieres venir. Porque no te deja tu jefe o porque tienes que hacer
ciertas visitas. Él la miró enojado. “Cómo coño se ha enterado. Seguro que fue la madre, tiene la lengua muy larga esa
tía”.  – No se de qué me hablas –respondió con  frialdad- yo no visito a nadie, no tengo tiempo. - Sabes, yo tengo muchos defectos, lo se. Pero el de ser tonta no está entre ellos. Tú vas a visitar a Ester. Y de paso, le hechas un vistazo a los avances de tu hijito”.
El quiso volver a negarlo, pero ella se lo impidió. - Mira… de una vez… compórtate como un hombre y di la verdad: estás por Ester. Ella te gusta más que
yo. No te molestes en negarlo. - Entonces por qué estoy casado contigo si me gusta ella. Dímelo, tu que eres tan lista y tan brillante. Pero ya ves, hasta al más listo se la dan. Y te la dimos. En mi coche, mientras dormías. En el parador, cuando viajabas con tu jefe. Siempre que queríamos. Con lo inteligente que eres, nunca entendí por qué no te dabas cuenta... si todo el mundo lo sabía…
- Vaya. Fíjate que bien- dijo irónica - Un poco tarde, es cierto, pero al fin te muestras como el cerdo que eres. El que yo me negaba a ver –respondió sorprendentemente calmada.
La tarde ya había declinado  y una noche de luna nueva ofrecía el gran espectáculo de un cielo estrellado enmarcado en la ventana. Sin volverse le habló.
- Ahora, te vas a ir a casa de tus padres. Yo voy a hacer las maletas. Y mañana, después que me vaya a primera hora, vienes a por tus cosas. Cuando vuelva del crucero, no quiero ver por aquí rastro de ti.
-         -Yo también vivo aquí, ya lo sabes.
Se volvió y le  dijo: - Pero es que te estoy echando de casa.  ¿No te das cuenta?  Acabo de echarte a la calle.
Cap. V. John Smith. - ¿La señora espera a alguien? Este camarote está asignado a dos personas. Aquí aparece el nombre de
un caballero y el suyo. - Pues no, no espero a nadie. Es que voy a viajar por dos. - Ah, bien. Discúlpeme. - Nada que disculpar. Tranquilo. - Muchas gracias señora.
Al fin sola. El camarote era amplio. Estaba decorado con buen gusto pero sin elementos, digamos, nobles. Tampoco
era necesario ya que, su plan consistía en descansar y más descansar. No le apetecía valorar la decoración del camarote. El equipaje ya estaba allí. Qué eficacia.  Se lanzó sobre la cama tal y como lo haría un niño: en plancha. No quería pensar en lo ocurrido durante las semanas anteriores. Tampoco podía. Tenía la sensación de que había sido una pesadilla fruto de la fiebre.
Sin embargo, la malévola voz de su complementaria se encargó de recordarle cual era la situación en el presente momento.
- “Tanto esfuerzo, tanto empeño y al final les regalas punto, set y partido. Para ese viaje, bonita, no hacían falta tantas alforjas…”
- Vete a tomar por…este es el viaje que me importa. Y ya vale, déjame en paz de una puñetera vez –todo dicho en voz alta para que su complementaria se enterara bien.
Para facilitar el trabajo de liberarse de su otro yo y, sobre todo, para cambiar el “chip” que hasta entonces había dirigido su vida y sentimientos, decidió salir a dar una vuelta por el buque.
Esta vez no habría parque ni gafas negras. Sólo ella, la mar y el cielo. Se puso un vestido ligero y calzó unas sandalias con cuña. Hacía calor. Había mucha gente por todas
-         partes. Pero lo más molesto era la lógica humedad. Sentía el pelo pegado al cuello. - Seguro que por aquí habrá peluquería. A ver si localizo a la gente que trabaja aquí y pregunto. Efectivamente. Existía una peluquería en el buque. Pidió que le cortaran la acostumbrada melenita. Cortito, en punta, con aspecto informal, casi gamberro. Cuando se vio le atacó una especie de risa nerviosa. Sencillamente era otra persona. Se sentía renovada. Más joven. Menos infeliz.
Se fijó en él la segunda noche. Era tan agradable tomar una copa tras la cena. Pero era desagradable tomar cena y copa en soledad. A la tercera noche se decidió, una vez que constató que él también la miraba.
Rondaba los 30. Su piel, más que negra,  tenía el color de un bronceado subido. Su aspecto denotaba que era un hombre atlético, amante del deporte.
También estaba solo, unas mesas más allá. Llamó al camarero: - Perdona. Cuando puedas. El camarero asintió. En cuanto pudo la atendió. - ¿Ves a ese muchacho que está solo en aquella mesa? Pues dile que tengo el gusto de invitarle a tomar
lo que quiera. No. Mejor le dices que tome lo que quiera, que yo le invito con mucho gusto. El camarero no vio la diferencia pero asintió. Cuando el camarero estaba recitando el recado, Rosa no se atrevió a mirar. Estaba abochornada.
Nerviosa. Nunca se hubiera imaginado que haría algo así. Se había convertido en una descarada. . - ! Ay, que viene!… ¡ qué vergüenza…! Pero, cuando aquel muchacho, de aspecto nubio, se paró ante su mesa, Rosa le sonrió y con un gesto de
la mano le invitó a sentarse. Él, ceremonioso, pensó que debía presentarse, ninguna señora puede sentarse a la mesa con un desconocido. - Hola. Mi nombre es John, John Smith y soy ciudadano de los Estados Unidos -dijo ceremoniosamente con acento extranjero.
Ella contemplaba divertida que él también se sentía nervioso ante la situación. - Encantada de conocerle. Siéntese, por favor.  De modo que John Smith, entonces yo seré Perez, Pepa
-         Pérez. - Perdón, no comprendo. - No importa, es una broma.  Espero que no le haya molestado mi invitación, pero como ambos viajamos solos, he pensado que sería buena idea unir nuestras soledades para estar menos solos y pasarlo mejor ¿no cree? - se aturulló un poco al explicarlo… los nervios… - Sii, me parece una idea excelente. Yo también me había fijado en usted. En que estaba sola. Sin embargo… según mis informaciones usted se llama Rose, Rosa en español… y no Pepa… - ¿Cómo? ¿Quién se lo dijo? –le halagó que un hombre tan atractivo se hubiese interesado por ella hasta el punto de preguntar su nombre. - Ahh… cómo es… “se dice el pecado pero no el pecador” ¿no es así?
Rosa se rió de buena gana. Le estaba pareciendo encantador aquel nuevo conocido. - En efecto, así se dice. Y es verdad, me llamo Rosa. Y usted, ¿se llama realmente John y Smith? ¿Tendremos que presentarnos de nuevo? - No no, no será necesario. Es mi nombre real. Muy corriente pero real.
Volvieron a reír. La noche estaba resultando estupenda. - Dígame, John Smiht, cómo es que habla tan bien  español.
- No tiene mérito. Mi abuelo materno era profesor de Lengua y Literatura española. Tuvo ocasión de conocer España y se enamoró perdidamente de este maravilloso país. Y de sus hermosas mujeres  – Rosa aceptó el cumplido con un movimiento de cabeza-. Desde entonces todos en mi familia  aprendemos español desde niños. El abuelo nos paga la estancia de un año viviendo en España. Para que nos impregnemos de su forma de vida. ¿Comprende?  Este año me tocó a mí. Pero, lástima, este viaje, es mi viaje de despedida. Ya tengo que volver a mi país. - Es una historia preciosa. Me alegra mucho que éste haya sido tu año. Si hubiera sido el anterior o el que viene, no nos hubiéramos conocido –sin darse cuenta comenzó a tutearle. - Yo también me alegro. Hubiera sido horrible no conocer a una mujer tan guapa y agradable como usted o… como tu, si me permite el tuteo. - No te lo permito, te lo ordeno.
Nuevas risas para celebrar la última ocurrencia. Fue toda una experiencia recorrer los países mediterráneos prendidos de la cintura.
John resultó ser el más educado, amable y divertido hombre que había conocido en su vida. Un regalo del destino. No tenía duda alguna.
Una noche le invitó a entrar en su camarote. Cuando aquella noche amaneció, le invitó a pasar el día en su camarote. Y los siguientes hasta que aquel divino viaje terminó.
Fue una despedida muy triste.  El volvió a su país, junto a su generoso abuelo materno. Ella volvió a su pueblo, con la cabeza llena de proyectos y deseos de cambiar de aires.
El tiempo pasó. La nueva Rosa se transformaba al paso del tiempo. Su madre fue la primera en darse cuenta: esos pechos hinchados, esa nariz tan “despatarrada”, ese no
-         fumar ni tomar café… ¡Pero nena, tienes toda la pinta de una mujer…-no se atrevió a pronunciar la palabra-. - … embarazada, mamá. Soy una mujer embarazada. - Pero…-angustiada- no me digas que es dee… - Nooo… ni mucho menos. Tranquilízate. - Entonces, de quién… 
- Mío mamá. Es mío y de nadie más.




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