jueves, 6 de diciembre de 2012

"La reina del karaoke".




   Llega la policia.

 
 El inspector  salió del coche patrulla con el cuello de su cazadora de cuero negro levantado . 

- Joder. Siempre que pasa algo así ocurre lo mismo: rayos, truenos y un diluvio -musitó el inspector Alfredo Mañas.  - Y además viernes, que está todo lleno de coches. Genial.    
Por fin alcanzaron la puerta del establecimiento. 
En la puerta había una ambulancia. – Aun están aquí –volvió a hablar para sí.
Entró en el “karaoke” justo cuando salían los sanitarios llevando el cadáver metido en una bolsa cerrada con una gran cremallera. El inspector se puso delante para obstaculizar el paso a los sanitarios.
- Por favor, inspector, no puedo permitir...  –dijo el sanitario.
-      No se preocupe. No se lo diré a nadie –dijo Mañas produciendo la sonrisa de su equipo mientras que su jefe abre la cremallera. Lo primero que vio fue un fuerte olor a almendras amargas. Todos, rápidamente, cubrieron boca y nariz.
Miró Mañas  el rostro de la finada. Era una mujer entre veintisiete y treinta años. En la cara quemaduras en boca y nariz.
    -   ¿Manos? –preguntó al sanitario.
-   También –mientras cierra la cremallera. Parecía que había sido una mujer hermosa.
-    Ya podéis marcharos, muchachos, teneis mi permiso –dijo Mañas con guasa. 

 

Mientras hablaban sanitario y policía, un hombre  no cesaba de ir y venir y de cubrirse la cara con las manos.
-         Perdone, señor. ¿Es usted de aquí, de este establecimiento? –dijo el comisario.
El hombre aquel enjugó su cara precipitadamente y se dirigió al policía.
-         Si señor. Soy el propietario.
-         ¿Su nombre? –dijo uno de los policías.
-         Yo soy Juan Comino García. Estoy en su disposición.
-         Muchas gracias, señor Comino. ¿Hay algún lugar en el que pudiéramos hablar sin molestias?
-         Por supuesto, en mi despacho.  Síganme...
El despacho era una habitación bien equipada.
El señor Comino, con un gesto de la mano, invitó a los policías a tomar asiento y él se sentó delante, no en balde era el dueño.
-         Dígame, señor Comino, que ha ocurrido.
-         Pues verá. Yo estaba en mi casa con mi mujer y otras parejas amigas. No salimos porque a mi esposa le da miedo la carretera encharcada.
-         ¿Y? –dijo el inspector a modo de “más rápido”.
-         Pues estando en casa Julio me llamó a casa.
-         ¿Quien es Julio? –dijo uno de los policías que escribía en un ordenador portátil.
-         Julio es mi encargado. Pero los viernes él es el jefe, yo, como ya he dicho, los viernes no estoy –dijo el propietario con ahínco.
-         Siga por favor –dijo el policía.
-         Les decía que Julio me llamó muy alterado...
“Alfredo, tienes que venir, Nerea se ha mentido en el salòn y no sale.
Y qué pasa por eso. Las mujeres se ponen a “retocarse” y se olvidan del reloj.  Y no me molestes, para eso te  pago un plus los viernes.
Al poco tiempo Julio volvió a llamarme echo un mar de nervios.
Alfredo, tienes que venir sin remedio, Nerea no ha salido y aquí la gente está muy nerviosa, y yo también. Tráete algo para abrir la puerta.
Yo también comencé a preocuparme. Cogí un taladro y me fui. Tenía razón, todo aquello estaba lleno de gente muy alterada. Yo pensé que si abro la puerta toda aquellas personas se abalanzarían al salón así pues decidí echarlos a la calle. Una vez solo abrí la puerta y entré. Nerea estaba en el suelo con una postura muy rara. La llamé “Nerea. Qué te ha pasado. Nerea ¿te has caído, te has mareado? Di unos pasos hacia ella pero, un fuerte olor me echó para atrás y pensé que aquello sería un veneno. Salí y llamé al 112.
Lo demás, ya lo saben”. 

En aquel momento alguien llamó.
- Adelante - dijo el comisario.
- Con su permiso -dijo el policía que custodiaba la puerta del llamado "salóncito" -. -  Han llegado los de científica.
- Está bien. Puede marcharse.

- Disculpe este  interrupción, cosas del trabajo.
- Claro, el trabajo es un tirano.
- Asi es. Bien, con usted hemos terminado por el momento. 
- Cómo que "por el momento", yo no he hecho nada, estaba en mi casa...
- Es rutina, no se preocupe.
Pero el señor Comino no se quedó tranquilo, y es que eso de las policías impone mucho.

- Que venga el tal Julio -dijo el comisario.

 Julio era un hombre de unos treinta y cinco y poca envergadura. Tenía lo ojos  colorados  seguramente por llorar por la difunta,

- Sientese, por favor -dijo el comisario que había tomado la silla del despacho.
- Nombre y apellidos.   
- Julio Guillén Martos 
- Señor Guillén, qué pasó en este lugar...

"Todo comenzó el viernes pasado.
- Cómo el viernes pasado, señor Guillén -dijo sorprendido el comisario.
- Si. Ahora que lo veo se que todo empezó el viernes pasado.
- Siga con la declaración.
El  viernes pasado  Nerea pidió un hombre para cantar a duo hoy. Todos levantaron la mano. Nerea eligió a Raúl, casi siempre el elegido es Raúl.
Hoy, Nerea ha venido más bella que nunca, con su piel dorada, su vestido verde, precioso... Todas y todos aplaudimos. Raúl la llevaba cogida de los dedos izquierdos y Nerea movía el brazo derecho  como si danzaba al viento... Perdonen, no puedo dejar de llorar, una mujer llena de vida y hoy... Cuando Nerea comenzó a cantar, todos nos sorprendimos porque solía cantar algo de ópera pero en esta ocasión cantó el dúo de "Jesucristo Superestart".  Nunca vimos a Nerea cantando con ese énfasis, sobre todos cuando dijo 
"Could we star again, please"
A todos se nos puso la piel de gallina. Otros estaban a punto de llorar. Al terminar, Nerea y Raúl se estrecharon en un abrazo y bensando sendas gemillas intensamente.
- Qué ocurrió despues... -dijo el inspector si bien Julio estaba como en las nubes.
- Ah. Perdone, estaba... No se que cómo estaba... Despues del canto vienen los aperitivos, las copas, y etc. Y entonce fue cuando llamaron a la puerta.
- Y quién llamó. ¿No decía que el local era solo para ustedes los viertes? Dígame quien llamó -dijo el "jefe".
- No lo se.  Yo abrí la puerta y no vi a nadie. Pero encontré un paquetito sobre el adorno de la fachada. Yo le dije "Nerea, han traído  algo para ti" . "Gracias Julio, tómate algo, yo te invito a lo que quieras o, mejor toma el dinero,  nunca se sabe lo que puede suceder... Y desde entonces, nadie volvió a verla...viva...

"los de científica".

El jefe con su equipo entró rapidamente para que nadie viera lo que allí había.
- ¿Qué tenemos aquí? -preguntó el jefe. -Acércate y dime a que te huele.
El  novato flexionó las piernas y acercó la nariz en el rastro de saliba y vómitos que estaba en el suelo.
- A almendras amargas.
- ¿Y eso qué significa?
- !! Cianuro !!
- ¿Luego entonces tenemos?
- Una suicida. Caray, podría haber elegido un sistema más dulce -dijo el novato.



Los policías de científica miraron en su alrededor para hacerse idea de cómo era el escenario. Se trataba de un salón lujosamente decorado con mármol, seda, cortinones, etc.
El propietario pensó que sería bonito ofrecer a las señoras lo que no tenían en sus casas. Porque el saloncito era solo para las mujeres. Alli se retocaban el maquillaje, se quitaban los zapatos de tacón para que sus pies desacansaran e, incluso, jugaban a las cartas mientras daban buena cuenta de suculentas merienda. Algunas, poco amantes de la música, pasaban la tarde en el saloncito jugando, con dinero, a las cartas.

Una vez terminado su trabajo, o eso parecía,   el jefe hizo llegar  el informe a donde deba correscponga. 
- Discúlpeme, señor. Si no es molestia quisiera hablar con ustedes...
Un mal gesto de Mañas dio a decir que quería marcharse, que su turno estaba a punto de terminar.
- Digame. Le escucho porque supongo tiene que ver con el asunto de la pobre mujer.
  
- Yo creo saber algo, señor Comisario.


El policía tuvo que esforzarse para disimular el alivio que sintió. Al paso que llevaban, la difunta murió por que sí, porque se le antojó.
- Dígame su nombre.
- Damián. En el DNI están mis apellidos.
- Muy bien, dígame que sabe, Damian -dijo el policía acomodándose como si estuviera frente a un televisor que emitía una interesante historia.


"Pues mire usted, yo tenía un trabajo muy duro, era camionero, estaba siempre viajando, fuera de casa. Como usted sabe, los hombres tenemos nuestras necesidades así que hay que recurrir a lo que haya. Conocí a una mujer. Esa mujer me llevó a su casa y de ahí en adelante teníamos nuestras cosas en su casa. Por allí andaba una niña, hija de mi "apaño". Me llamó la atención el nombre de la pequeña: Nerea. Le pregunté que por qué no le había puesto un nombre bonito, como Margarita que es una flor preciosa. La madre me respondió que ese ya estaba muy visto.
Imaginese como me quedé cuando vi a Nerea en el karaoke. Además del nombre, es que se parecía a su madre que era muy guapa. No tuve duda, era aquella niña hija de la prostituta. Un día le sonsaqué "de dónde eres Nerea", "de muy lejos de aquí" -respondió ella. ¿Tienes tu familia allí? -le pregunté. - Perdona, me estan llamando, dijo ella. Y desde entonces me huye.
Y es que, verá lo que pasó, hace mucho tiempo fui a llevar un pedido a uno de mis clientes y llegué en un mal momento: mi cliente estaba discutiendo con una mujer. ¿Sabe quien era?
- Pues no, si no me lo dice, señor Matías...
- Era la madre de Nerea. Yo me eché la gorra hacia delante para que no me reconociera. Ella cogió el coche y pasó al lado de mi camión, por suerte no me reconoció.
- ¿Y su cliente a qué se dedicaba?
- Pues tenía una finca y cultivaba varias cosas. También animales, para su sustento y para vender.
- Por dónde queda esa finca.
- Como dijo Nerea, muy lejos de aquí".


Llegaron los dos hombres. 

Ciertamente, estaba lejos y el viaje pesado y lento. El ambiente era un tanto sórdido. El viento arrastaba el polvo y el color del ambiente era como de espigas secas. Todo estaba cerrado. Los dos hombres rodearon la casa y a la vez establo. No había trazas de vida.
El transportista jubilado gritó el nombre del que antes cliente, pero todo fue inutil, allí no había nadie. A punto de partir apareció Alejo. Tenía un aspecto lamentable y había envejecido prematuramente. Decidieron volverse.
Pero, en el último momento, los forasteros volvieron.  El camionero hizo las presentaciones y comenzó el interrogatorio, a modo de conversación entre tres hombres.
- Tengo entendido que tuvo alojada a una niña hace tiempo -dijo Martínez-. Hábleme de ella, por favor.
- No hay nada de qué hablar. A la niña la trajo su madre, con la que yo estaba casado. La madre murió en un accidente de tráfico y yo, como no era hija mía, la llevé a un centro de acogida y nada más. No he vuelto a verla. Por qué ¿ocurre algo?.
- Bueno en realidad quien nos enteresa es su hijo.
- ¿Mi hijo? Tampoco se de él. Un día se fugó y no ha vuelto.
- ¿No tiene idea de donde puede estar, con una novia, con un trabajo que le lleve al extranjero? -dijo Mañas.
Alejo se encogió de hombros -Todo eso que está diciendo y mucho más puede ser.
- ¿Ni por Navidad ni por algún cumpleaños?
- Ya le he dicho que no, que no se nada de él -al señor Alejo se le terminaba la paciencia.
- Sólo un  un poco más, dice que dejó a la niña en una casa de acogida, ¿cómo se pasa esa casa?
- Pues no se... Hace ya tiempo... Tengo la memoria fatal... Algo como "Auxilio para la joven" o, "Ayuda para las crías"... Algo así...

El policía comprendió que no había nada que sacar y si lo hubiera, tampoco consiguiría algo.
 Se despidieron y se marcharon. Alejo estuvo mirándolos mientras veía el polvo del coche patrulla.
- Anda con mi cliente... Ni si quiera nos ha invitado a entrar y a tomar algo...
- Esta gente es así, poco sociable... Pero si, deberíamos haber entrado... Claro que sin orden judicial... Pero no, esta gente es ruda pero legal -dijo el policía satisfecho de haber arrancado el nombre de la casa de acogida.
- Tiene usted razón, señor Mañas.


 La vida de Nerea.

Unos años antes...


Un coche venía a gran velocidad levantando una densa nube de polvo. Se notaba que tenía prisa por llegar y, sobre todo, de irse.
Paró ante la desvencijada casa de campo que en años no había conocido ni la pintura ni la cal. A unos metros de la entrada al establo, un chico de nombre Mario miraba a las recién llegadas con los ojos entornados para cerciorarse de que lo que creía, era lo que él creía
Una despampanante mujer, aún atractiva para cierto tipo de hombre, bajó del coche mostrando las piernas, el pelo alborotado y calzando sandalias de tacón de aguja descendió de un antiguo coche.  Abrió el maletero y extrajo una pequeña maleta. Después le tocó el turno a una niña desnutrida de 12 o 13 años, morenita y de cabello rizado semejante al de su madre pero sin teñir.

El el chico, 13 o 14 años, estaba embaucado con aquél espectáculo que, sin esperar, se desarrollaba ante sus ojos.
Madre e hija caminaban con dificultad sobre las piedras y la tierra roja, de pronto la madre se para y lanza un grito al tiempo que dice "Marioooo, ven con mamáaa". Mario no movió ni un músculo, ni de la cara ni de las piernas.
Fallado el primer intento de causar impacto la madre echó mano de la pequeña Nerea, con tono agudo dice: "miraaa Nerea... Es Mario, tu hermanito Mario... Anda, corre y dale un beso". La niña tampoco se movió.

En ese momento aparece el padre de Mario, el dueño de la modesta empresa agraria. Entonces la madre se pone seria. Es      cuando se le ven los estragos de la mala vida bajo el maquillaje barato.
- ¿Qué tal Alejo? -preguntó solícita, queriendo caer bien a su marido-.
- Hasta que te he oído he estado muy bien -dijo Alejo contrariado-. Qué se te ha perdido aquí.
- He venido a traer a la niña. Me ha salido un trabajo muy lejos y no me la puedo llevar.

La niña no se inmutó, era evidente que estaba acostumbrada a ser dejada con cualquiera y en cualquier sitio.
- Ni pensarlo siquiera, yo no tengo nada que ver con ella.
- Pero si tiene que ver con su hermano. Además, no olvides que soy dueña de la mitad de esta finca. Estamos casados "por gananciales".
- JAJAJAJA -rió Alejo con sorna-. De modo que esto es una finca... ¡Es una choza, mira en lo que tuve que meterme para que nadie supiera que eras mi mujer¡ Este cuchitril lo levanté cuando tu te fuiste con aquel chulo de putas. La "finca", como tú dices, es mía y de mi hijo.

Mario se movió al fin. Pensó que aquellas palabras no eran adecuadas para una niña. Cogió la pequeña maleta y con la otra mano tomó la de Nerea diciéndole en un susurro: ven.
Fue la primera palabra que cruzaron.
Subieron lentamente una escalera de madera. La habitación estaballena de polvo, como el resto de la casa. Mario dio fuertes golpes para ahuyentar el polvo con una camisa sucia sobre un camastro. No se sentía seguro de que aquel sitio estuviera habitable y decidió instalar a Nerea en su propia habitación que, por estar usada, estaba menos sucia. Él, se arreglaría en cualquier sitio.

"... en esta casa no hay compresas ni tampones ni condones..." -se oyó la voz bronca de Alejo desde la casa.
Nerea se sentó en el borde de la cama de Mario. Hasta allí llegaban los gritos y exabruptos que lanzaba la pareja.
- Tu padre no me quiere? -dijo hierática.
- No. No te preocupes. Es que se pelea con mamá... Bueno, con nuestra mamá.
- ¿De verdad somos hermanos?
- No del todo. Somos hermanastros. Además nunca hemos vivido juntos como hermanos. Mejor decimos que somos primos o amigos, ¿qué te parece?.
- Bien si tu lo dices, Mario.
Se miraron y ambos se ruborizaron.
- Mañana vamos al pueblo para comprarte ropa, tienes que estar muy limpia, no como mi padre y yo. Y además, compraremos chocolate ¿te gusta el chocolate, Nerea?
- Me gustan mucho, y me gustan los bombones de chocolate con leche.
- Entonces compraremos bombones de chocolate con leche.

Tan embebidos estaban que no oyeron el ruido del coche de la madre huyendo a toda pastilla. Había conseguido lo que buscaba: deshacerse de Nerea.
Los chicos del campo pronto aprenden a manejar el tractor, la furgonea o cualquier cacharro que tenga motor. Y en una desvencijada furgoneta fueron al pueblo más cercano para comprar lo que Nerea necesitara.
Lo primero ropa interior. Un par de pijamas. Bonitos calcetines.

Una dependienta se acercó: - Hola Mario, qué, vienes de compras con tu novia ¿no?.
- No es minovia, es mi hermana -dijo Mario enfadado.
- ¡No me digas! No sabía que tenías una hermana.
- Es quee... Vivia lejos -otravez airado, como en guardia.
- Bueno bueno, no te pongas así. Y tu cómo te llamas, bonita.
- Nerea.
- ¡¡ Nerea !! Que nombre tan bonito, eres una sirena, ¿lo sabías? Eres hermana de la sirenita...
Nerea, tapándose la boca con la mano rió brevemente. Mario cada vez mas huraño.
- Oye Mario, vete por ahí, que nosotras tenemos que hablar de cosas de chicas ¿verdad Nerea? Cuando necesites algo de la tienda búscame, yo te atenderé con mucho gusto. Es que los chicos son unos petardos.
Nuevamente Nerea sonrió bajo la mano.


Una noche Mario oyó llorar a Nerea. Y es que Nerea tenía frío. Le daban miedo los insectos que pululaban por el dormitorio por la casa entera, incluso vio algún que otro ratón. Pero, lo que la mantenía despierza y con el corazón taquicárdico eran los pasos del padre de Mario. Del hombre que no le tocaba nada.
Pasaba horas caminando por la casa, haciendo crujir la madera del suelo, en una ocasión le oyó subir por la escalera... Pero enseguida se volvió.

Mario entró en lo que fue su dormitorio. - Nerea, qué te pasa, por qué lloras -preguntó preocupado el chico.
- Tengo mucho frío... Y tu padre me asusta...
- Lo dices porque anda por la casa, pero no te preocupes, mi padre es bueno pero duerme poco, ya te acostumbrará al sonido y dormirás sin problemas, como yo.
- No, me da miedo y tengo mucho frío desde que vine...
- ¿Quieres que me eche a tu lado? Cuando estés dormida me voy, ¿vale?
- ¡¡Ay, si por favor, quédate conmigo Mario!!
Pero el plan no se cumplió y Mario despertó cuando ya había luz del día y gracias a las voces de su padre que le llamaba desde abajo.
Fue maravilloso para él dormir con Nerea. Le embriagaba el olor de su cuerpo. Le encantaba lo suave de su pelo... Desde entonces dormían juntos sin necesidad de pedirse permiso. Y así muchos días. Semanas. Meses.

Alejo, el padre del joven Mario estaba "mosca". No entendía por qué se le vantaba tarde cuando siempre era madrugador. Pero no se atrevía a entrar en la habitación de su hijo, tenía un presentimiento
Aquella mañana Alejo decidió averiguar qué ocurría allí, arriba.
Lo que vió le estremeció. La sangre palpitó en su cabeza. Aquello que era lo que temía. Se sintió culpable, pensó que si hubiese subido el primer día que lo pensó, lo que estaba viendo no hubiera ocurrido.
- Mario, baja ahora mismo.
Su padre le esperaba en la entrada de la casa sentado en una banqueta y con una correa doblada en la mano. Mario al instante supo lo que le esperaba.
El padre no tuvo compasión. Le azotó con la correa, le abofeteó hasta hacerle sangrar mientras susurraba "no sabes lo que has hecho, desgraciao, eres hijo de una puta y putero eres tu, te vas a ver como ella, mendigando, poniendo el culo por cuatro cuartos..." . Mario le suplicaba que dejara de pegarle, que el la quería, que desde el primer día que la vio la quería. El padre, lejos de cesar cogió una piedra dienciendo al hijo que prefería verlo muerto antes que verle tan desgraciado como él.
Entonces sonó un grito terrible. En el fragor de la paliza ninguno de los dos se dió cuenta de que Nerea lo estaba viendo y oyendolo todo. Al ver que Alejo tenía intención de rematar a su hijo el pánico la atrapó y de lo más hondo de su ser salión aquel alarido.

Mario aprovechó para salir huyendo de las garras de su padre.

 Alejo se dirigió a Nerea diciéndole: "niña, recoge tus cosas".

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