Todo comenzó una calurosa mañana de primavera.
Por encargo de mi jefa fui al banco para realizar unas
transferencias.
Como las mañanas aún eran frías, fui a trabajar con ropa
invernal.
Sin embargo, a media mañana lucía un sol implacable.
Me ahogaba por la calle.
El calor que la ropa me proporcionaba era insoportable.
Entonces decidí entrar en una tienda para comprarme algo
ligero.
Como llevaba unas gruesas medias negras, me permití
comprarme una minifalda negra más corta de lo habitual en mí,
y un ligero jersey rojo de profundo escote en forma de V.
Qué alivio. Incluso parecía que había perdido peso.
Y así, con la ropa nueva puesta, y la usada en la bolsa, salí a la
calle.
Al principio no me di cuenta, pero lo cierto era que los hombres
me miraban mucho. Los que se cruzaban conmigo por la acera,
desde los coches...
y ¡cómo me miraban!
Era algo nuevo para mi. Algo que producía en mi interior una
grata, y hasta entonces desconocida, sensación de bienestar y
seguridad en mí misma.
Yo, una chica trabajadora, ilustrada y feminista !me sentía
halagada por el deseo que veía en la mirada de los hombres!
No podía ser verdad.
Pero era divertido.
Decidí jugar y hacer una prueba.
Entré en un bar y me senté en un alto taburete. Una vez
acomodada me crucé de piernas.
Increíble el resultado.
Me convertí en el centro de todas las miradas.
Los hombres me desnudaban, me devoraban con los ojos:
glúteos, canalillo, muslos… todo era intensamente mirado y,
puede que valorado y tasado.
Nunca en mi vida me había visto ni sentido sexi. En aquellos
momentos si que me sentía… y me encantaba.
Seguramente aquellos hombres pensaban que yo era una
prostituta que “promocionaba sus poderes”.
Nuevamente jugué.
Miré descarada e insinuante a aquellos hombres.
Entonces descubrí que algunos de ellos estaban tan bien que
no me hubiera importado tener allí mismo una relación sexual
y, si además me pagaban, sería un total disfrute.
Comencé a elucubrar: si yo fuera puta ¿sería una puta cara?
¿Cuánto pagaría cualquiera de los que están aquí por pasara
una hora conmigo? ¿Y una noche?
Y ¿por qué no probar aunque sólo fuese una vez? Sería
posiblemente una experiencia excitante y hasta adictiva.
Nadie lo sabría por supuesto, y yo, después, podría fantasear
evocando aquellos momentos.
Si. Por qué no probar...
Cuando fui a pagar mi consumición el camarero me dijo que no
necesitaba pagar, que estaba invitada. Vaya, a las putas les
salen gratis las consumiciones y además cobran dinero por
yacer con estos bombones ¡qué injusto!
Un instante después salí de allí precipitadamente. De pronto me
asusté.
Pensé, una vez en la calle, que sin duda había sufrido un
ataque de enajenación mental y que a eso se debía la tanda
de disparates que estaba haciendo y pensando.
Aún así, la idea rondaba, terca, por mi mente…
Llegaron las vacaciones de verano.
Unas vacaciones con amigas, en plan de chicas solas, es una
locura constante.
Todo está permitido. Yo, que era la más seria, me veía
obligada a controlarlas como si fuera una pastora.
Una noche quedamos en un pub. El local era estupendo: suaves
luces, suave música y bonita decoración.
Llegué antes que mis amigas, poco aficionadas a la
puntualidad, y decidí sentarme en un taburete de la barra para
tomar algo. No me gustaba eso de estar sentada sola en una
butaca. Me resultaba violento.
El extremo de la barra es mucho más discreto.
Yo vestía un elegante vestido de seda salvaje verde óxido que
hacía un bonito contraste con mi bronceado de cabina rayos
UVA. Calzaba sandalias de tacón de aguja color granate
conjuntadas con un fino collar y un pequeño bolso de mano del
mismo color granate.
Francamente, estaba muy atractiva.
Pedí una bebida ligera, era temprano y la noche se presentaba
larga.
Sin esperarlo alguien se sentó junto a mí. Era un hombre de
unos 30 años. De aspecto deportivo. Vestido con buen gusto.
Nos presentamos. Comenzamos a hablar de cosas en general.
Era buen conversador, yo disfrutaba oyéndole hablar. Pero
poco a poco nos fuimos metiendo en honduras y finalmente
llegamos a donde ambos queríamos llegar: al sexo.
Él alabó mis piernas, mi cuello, mi boca... Yo me dejaba querer.
Le pregunté si tenía el coche aparcado en un sitio discreto.
Respondió que si.
Salimos del pub cogidos por la cintura e intercambiando los
primeros besos.
Llegamos junto a su coche, un deportivo magnífico, aparcado
en una calleja cercana.
Cuando él me abrió la puerta, como en un sueño, es decir, cono
si no fuese yo la que hablaba, dije: son tantos euros. No sabía
si había dicho un disparate por mucho o por poco. Él asintió,
extrajo de su billetero de piel unos billetes y me pagó
anticipadamente. Guardé el dinero en mi bolsito y entré con él
en el asiento trasero de su coche.
En el primer momento fue la furia de arrojar la ropa.
Semidesnudos y ya sudorosos comenzamos a frotarnos
mientras nuestras bocas y lenguas recorrían presurosas cada
centímetro de piel desnuda. Él introdujo su mano entre mis
suaves y firmes muslos y mis piernas se abrieron
automáticamente. Él, tomándome por la cintura, me sentó
sobre su pelvis. Noté su pene en línea recta hacia el lado
izquierdo bajo su ropa. El latigazo del desenfrenado deseo
sacudió mi cuerpo y, como loca, comencé a frotarme contra
aquella joya aún oculta a mis ojos. Él correspondía a mis
movimientos cada vez más rápidos, y así seguí gimiendo y
sintiendo aquel miembro debajo de mi.
Abrazada a su cuello y musitando palabras a su oído, como en
furiosa carrera, cabalgamos en el paroxismo del placer hasta
caer agotados tras un simultáneo orgasmo cósmico.
No se cuanto duró pero me pareció delicioso. De las mejores
cosas que me habían pasado.
El coche estaba muy bien equipado. No se a que se dedicaría
aquel chico, pero era evidente que manejaba mucho dinero.
Todo en su entorno denotaba calidad y clase.
Me ofreció una bebida del bien equipado minibar. Tomé un
pequeño botellín de Martini rojo despacito, con un solo cubito.
No fumé tras el primero. Nunca fumo.
Conversamos distendidos. Parecíamos un par de amigos en
lugar de cliente y... ¿prostituta? Pues si, según mis actos así era:
una prostituta.
Parecía que el encanto ya se había roto y ninguno pensaba en
el sexo en aquellos momentos. Al menos yo no.
Deseaba irme. Volver a mi hotel, darme una ducha, cambiarme
de ropa y salir de nuevo a caminar por el paseo marítimo...
sola.
No me atreví. Pensé que tal vez la suma que había recibido
como pago por mis "servicios" me obligaba a permanecer allí
hasta que aquel atractivo demandante me despidiera.
De pronto, sin esperarlo, volvió el deseo. Bastó una intensa
mirada.
Esta vez las manos tomaron la iniciativa. Los dedos exploraron
nuestros cuerpos descubriendo recónditos lugares, suaves
desniveles, lugares de increíble suavidad…
Una vez recuperados de aquel éxtasis, nos vestimos, salimos del
choche y caminamos por la acera en silencio. Ya tenía claro lo
que debía hacer en aquella circunstancia: extraje de mi bolsito
el dinero recibido y se lo devolví asegurándome de que mi
tarjeta de visita ocupara un lugar de preferencia en su
billetero.
Breve fue mi experiencia como puta. Breve pero intensamente
placentera.
¡Qué bien sienta hacer una locura de vez en cuando!
Y todo tuvo su comienzo una calurosa mañana de primavera…
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