sábado, 5 de noviembre de 2011

¿Te cuento un cuento?

¿Te cuento un cuento?
(El primer cuento de la Navidad
escrito en los meses julio-agosto, 011)


EL BELÉN DE MIGUEL





El Belén de Miguel 1.

Erase una vez una madre que trabajaba mucho en casa y también fuera de casa.

Pasaba por la puerta de la salita de estar como una centella, apenas se la veía cuando estaba  trabajando.
El niño, mientras, jugaba con su videoconsola ajeno a todo.

- Miguel, recoge el Belén, por favor.
- Si. Ya voy.

El Belén estaba montado en la mesa del comedor, justo frente a la salita.

- Pero Miguel, te he dicho que quites ya el Belén -dijo la madre enfadada.
- Ya voy ya voy -dijo el Miguel aferrado a su juguete.

Y entre habitación y habitación el pasillo. Vuelve a pasar la mamá: - Miguel, si dentro de diez minutos no has quitado el Belén lo quito yo y lo tiro al contenedor de la basura.
- Ya vale, si sólo me queda un momento. ¡Qué pesada!.

A la madre le molestaba mucho que su hijo no le obedeciera sabiendo que ella, la mamá, siempre tenía razón y acertaba cuando decía algo.

Se acerca a la salita y Miguel no está.

Se asoma al comedor y el Belén sigue ahí.

Ha llegado el momento de cumplir lo que anunció: tirar el Belén.

Rápidamente se dirige a la cocina y toma una gran bolsa de plástico azul, vuelve al comedor y comienza a echar en la bolsa las figuras del Belén: Herodes, el soldado romano, la lavandera, los Reyes Magos, la posada... Nada se salvó excepto el Niño Jesús. Mamá sintió pena por él, además  hacía tanto frío en la calle...
A paso ligero fue a la esquina y arrojó la bolsa en el contenedor que aún estaba vacío.

Al instante la madre se arrepintió

El Belén de Miguel 2.

Desde niña había deseado tener un Belén. Cuando se acercaban las fiestas navideñas miraba los escaparates de las tiendas adornadas con belenes, iba todos los días a verlos. Lo primero que buscaba era al niño con su padre y con su madre junto al pesebre.
Su mamá también la llevaba cuando era pequeña, abrigadita con guantes de lana, gorro y abrigo, a ver los belenes de las iglesias y el de la residencia de mayores que había en el pueblo.
Era el más bonito de todos. En el Belén de la residencia corría el agua del río, las aspas de los molinos giraban y había luces de colores por todas partes. Además, el Niño Jesús era el más guapo de todos.

Pero sus padres eran muy pobres y no podían comprarle un Belén.

- Cuando sea mayor tendré una casa bonita y dinero para comprarme un Belén con muchas figuras -solía decir a sus amiguitas.

Otras niñas querían  muñecas que caminaran y cerraran y abrieran los ojos. La mamá de Miguel no: ella quería un Belén.

Pero la mamá de Miguel creció y sólo pensaba en los chicos, en ropa bonita, en ser la más guapa de su grupo de amigas... Se casó y nació Miguel, redondito, de piel blanquita y un aterciopelado pelo rubio en la cabecita. Era un niño precioso.

Aun así, la madre de la casa seguía adorando los Belenes.

Un día cercano a la Navidad, cuando ya las luces hacían dibujos de colores y los villancicos sonaban por todas las casas y todas las calles, estando mamá haciendo una bonita labor y Miguel jugando con su tren de "hojalata", tuvo una idea:

- Cariño. ¿Quieres que vayamos a comprar un Belén?
- Siii mamá, siii -dijo Miguel dando brincos de alegría.
Entre mamá y él eligieron los personajes: el castillo de Herodes, con sus soldados haciendo guardia en la puerta del castillo, los Reyes Magos que poco a poco se acercaban al Niño Jesús y, el resto de personajes. En una papelería compraron cartulina azul oscuro, para hacer el cielo de noche, y papel de plata para que en el cielo hubiera estrellas y la luna. Como si no fuera suficiente para estar contentos, en la papelería les regalaron una bolsa de nieve y otra de musgo. Fue una tarde redonda y madre e hijo estaban encantados.
Regresaron a casa deseando poner su Belén y ponerlo rápidamente para dar a papá un sorpresa cuando regresara del trabajo.
Quedó precioso.
El Belén más bonito del mundo.
Mucho más bonito que los belenes de los escaparates y de las residencias.

El Belén de Miguel 3.

A Miguel le ocurrió lo mismo que a su mamá: le gustaban muchísimo los belenes, tanto que incluso en verano lo ponía con gusto de su madre.
Y ahora, cuando Miguel era mayorcito y podía colocar las figuras a su gusto sin ayuda, su madre acaba de arrojar el Belén a la basura. ¡Qué horror!
La madre de Miguel se puso muy triste. - ¡Cómo habré podido decir eso "si no lo recoges lo tiro" con lo que yo quiero al Belén de mi niño! -se dijo desolada-. Como el contenedor está vacío y limpio puedo pedir ayuda alguien que pase por la calle y sacar el Belén del fondo pero... Si lo saco Miguel me perderá el respeto, pensará que no cumplo lo  que digo y nunca volverá a obedecerme... Prefiero dejarlo donde está a desdecirme ante mi hijo. Ya compraremos otro cuando este Belén se haya olvidado.
Aún así, estuvo triste durante muchos días. Arrepentida por no haber escondido el Belén en lugar de tirarlo, había sido demasiado dura. Sintió los ojos húmedos, como a punto de soltar un río de lágrimas.
Pero poco a poco fue olvidando lo ocurrido. Tenía demasiadas ocupaciones y no quería pensar en figuritas. La vida continuó tranquila y monótona, sin ocurrir nada extraordinario. La mamá así lo prefería porque era señal de que nada malo ocurría en la familia.

Pero se equivocaba.
Algo inquietante estaba a punto de suceder.

El Belén de Miguel 4.

Un día, mamá entra en su dormitorio en busca de algo que tenía en su mesita de noche y, entre sus cosas, al fondo como escondido, ve un reflejo color salmón. -Qué es esto -se preguntó sorprendida. Hace pinza con los dedos pulgar e índice y extrae... No podía creer lo que veía:

- ¡Es la lavandera del Belén! ¡Cómo es posible... Mi figura preferida...!
Estoy segura de haberla tirado junto al resto de figuras aunque... puede ser que inconscientemente la salvara. Y es que es tan bonita, tan esbelta con su túnica salmón y su cesto de ropa en la cabeza en dirección al río... Seguro que también me dio pena tirarla. Si fue así me alegro mucho.
Y mamá, delicadamente, coloca a la bella lavandera en el cajón primero de su mesita de noche con una sonrisa en los labios.

No lo comentó con su familia.
En realidad la madre había mentido. Como se sentía culpable por haber tirado el Belén de Miguel, dijo que papá se lo llevó a la casa de campo, donde guardaban los trastos.

La madre cada vez que se hablaba del Belén en casa se sentía más culpable: no sólo había arrojado el Belén, es que además había mentido a su hijo y, peor aún, culpó a papá de la desaparición del Belén.
Y todo para nada, porque no se atrevió a decir a su hijo que el castigo se había cumplido. Pensó en la carita de su niño, triste y apenada por haber perdido su querido Belén. Puede que nunca se lo hubiera perdonado.
Pero mamá era muy lista. Como también compartía con su hijo el amor por los animales, para compensar lo del Belén hizo una propuesta:
- Cariño. ¿Quieres que vayamos a la protectora de animales y adoptemos un perrito?
Y Miguel cayó en la trampa. Él mismo eligió un perro pequeñito, con el pelo rizado y de color negro al que pusieron de nombre Sancho. Era muy cariñoso y travieso, siempre estaba jugando y haciendo gracias. Todos se enamoraron de él.
Una noche, cuando la familia estaba viendo la "tele", Sancho salió de debajo de la butaca preferida de mamá con algo en la boca. No había forma de sacársela, tuvo que intervenir papá y ponerse serio con él. Al instante arrojó al suelo su presa.
!La madre se asustó¡

El Belén de Miguel 5.

¡Porque, lo que Sancho había atrapado era... uno de los soldado que hacen guardia en el castillo de Herodes!
Esta vez la madre estaba segura, no tenía duda alguna de que el soldado fue a parar a la bolsa que fue arrojada al contenedor de la basura.
Algo raro estaba ocurriendo. Debía buscar por toda la casa.
Y así lo hizo. Se puso unos viejos pantalones y de rodillas recorrió todo el suelo mirado bajo los muebles, en los cajones de los armarios, de las cajoneras y de la mesita de noche, pero nada. En la habitación de Miguel también miró.
Nada. No encontró nada.
Estaba nerviosa y tenía la boca seca. Era muy extraño todo aquello, pero no, no creía en lo paranormal, alguna explicación tenía que haber pero... cual.
Pensó en acudir a la consulta de un psicólogo o, mejor aún, a un psiquiatra, porque estaba claro que sufría alucinaciones porque era imposible que las figuras hubieran vuelto a casa, el camión lo tritura todo.
Pero seguramente se reirían de ella "una mujer hecha y derecha viendo figuras de Belén por su casa. A usted lo que le pasa es que se aburre, póngase a trabajar y ya verá cómo desaparecen los "belenes" JAJAJAJAJ".
- Eso ocurriría. Se burlarían de mi y yo haría el ridículo -se dijo la madre desolada.
Habló con su marido. Le propuso salir a divertirse más a menudo. Ir al cine. Ir de excursión. Porque se encontraba mal. Se sentía muy sola.
Papá estuvo de acuerdo, sería bonito ir los tres juntos a pasárselo bien.
Fue una etapa muy feliz. Ellos se querían mucho y gracias a pasar más tiempo juntos, se habían convertido en amigos. Mamá estaba encantada y procuraba no pensar en las figuritas del Belén.
El pequeño Miguel aprovechó la bonanza del momento para pedir a sus padres un hermano. Le hacía ilusión tener un recién nacido en casa. Los padres se miraron risueños y prometieron a Miguel que hablarían de ello. El niño dio por hecho que dentro de unos meses tendría en sus brazos un hermanito o hermanita preciosa.

Ya venía el verano y había que guardar la ropa de invierno. El armario era muy bonito y olía muy bien. Tenía de todo: perchero, zapateros, varios estantes... La madre estaba agachada, con las piernas flexionadas guardando los calcetines en el cajón de abajo y, sin saber por qué, levantó la cara y justo en ese momento algo cayó del estante más alto. Mamá lo cogió al vuelo y lo miró.
Lo que vio le hizo gritar: "Paz en las alturas", así decía el ángel del pesebre.

 Las figuras habían vuelto.

El Belén de miguel 6.

No importaba si las cosas iban mal o bien. Si se sentía sola o no.
No eran alucinaciones, realmente las figuras la perseguían, la castigaban por haberlas tirado a la basura. Y lo peor era que mamá pensaba que se lo merecía, que era justo que las figuras del Belén la torturaran. Su hijo y su esposo También debían despreciarla por ser mentirosa.
No podía más. Los nervios de la madre estaban a punto de romperse, de estallar, y estallaron: mamá cayó al suelo agitándose, dando gritos, tirándose del cabello...
Miguel corrió en su auxilio, la llamaba a voces y le acariciaba la cara para reanimarla.
Le costó mucho trabajo.
Mamá, al fin, abrió los ojos. Vio a su hijo inclinado sobre ella con cara de susto.
- Qué pasa. A qué viene esa cara. A qué esos gritos -dijo la madre sorprendida-.
- Has sido tu quien gritaba, mamá -dijo Miguel aliviado-. Has tenido una pesadilla. Mientras yo guardaba el Belén te has quedado dormida en el sofá de la salita de estar.
- ¡Cómo! ¿Que todo ha sido un sueño? No me lo creo -dijo la madre levantándose apresuradamente del sofá-. Quiero verlo, tengo que verlo.
Sacó del trastero la enorme caja en la que estaban guardadas las cosas de Navidad y las volcó en el suelo extendiéndolo todo para encontrar las figuras de su sueño guardadas por su hijo mientras la ella dormía.
Era cierto, nada faltaba. Todo estaba allí guardado. Mamá se dejó caer sobre el suelo de madera respirando hondamente.
- Cariño, perdóname por haber deshecho tu trabajo de recoger el Belén como te indiqué. Sabes, como premio hablaré con papá de traerte el hermano o hermana que tanto deseas... ¿qué te parece? -la madre titubeó, tuvo la sensación de haber dicho antes esas palabras... Pero su hijo tenía razón, sólo había sido un sueño con traza de pesadilla - ¿Qué te parece tesoro?
- ¡ Genial, fenómeno, increíble, estupendo... ! -dijo Miguel dando saltos por toda la casa.



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