sábado, 6 de noviembre de 2010

Hoy te cuento otro cuento: Partícula.





Había una vez una niña especial llamada Partícula.

Partícula vivía en una humilde aldea de un lugar desconocido en el que los vecinos siempre criticaban a los otros vecinos. De Partícula decían que era mala porque pasaba las noches fuera de casa. Aquella noche decidieron vigilarla para saber a donde iba.

Pero, ocupados con sus maldades no vieron que de pronto apareció la hermosa Luna ni de que, uno de sus luminosos rayos de luz,  entró por la ventana abierta de Partícula y delicadamente la llevó consigo.

La niña fue depositada en el área de servicio de la autopista del cielo: la Vía Láctea.

Cuando despertó estaba un poco aturdida y mareada hasta que se dio cuenta de que estaba rodeada de luces de todos los colores: rojo de Marte; azul de la Tierra y muchas más. Partícula quedó encantada porque le parecía que estaba en una feria y a ella le encantaban las ferias, eran tan divertidas...

Comenzó a caminar por la Vía Láctea dando saltitos y canturreando cuando en la lejanía oyó unos alegres ladridos.

- Ya vienen -dijo la niña para sí.

Al momento dos hermosos lebreles se lanzaron sobre ella y brincaron como locos a su alrededor.
Partícula feliz palmoteó con sus manos. Ella también se alegraba de volver verlos.
Y así, ruidosos y alegres, el trío continuo camino adelante por la blanca vía.

No habían caminado mucho cuando se divisó en el horizonte la silueta de un enorme peluche. Ayudaba también para identificarla a la hermosa estrella que lucía en su frente tan reluciente que servía de guía por medio mundo

a los marinos

a los pastores

a los astrónomos.

Partícula se detuvo y, haciendo bocina con las manos la llamó:

- ¡Ursitaaa estamos aquiii!

Ursita, que no era otra que la Osa Menor, aceleró su paso para unirse al grupo.
Se repitió la escena: saltos y ladridos de los lebreles. Abrazos y gritos de Ursita y su amiga.

- ¿Vienes a jugar con nosotros? -dijeron a la osa.
- Claro que si. Pero antes tengo que pedir permiso a mi mamá.

Mamá Osa Mayor estaba revolcándose perezosamente sobre el césped estelar.

- Está bien, podéis ir a jugar, pero no vayáis demasiado lejos y, sobre todo, mucho cuidado con los agujeros negros. Ya sabéis que quien cae en uno de ellos nunca sale -dijo mamá osa estremeciéndose.

- Un momento, señora Ursa. Los niños no pueden ir a jugar solos -dijo una profunda voz varonil.
- ¡Orión, gran cazador, qué ocurre para que así nos alarmes! -dijo la madre osa sobresaltada.
- Señora, ha sido visto merodear por ahí a un peligroso escorpión que tiene muy mala fama y del que nada bueno se puede esperar.
- Pero los niños tienen que jugar. Es preciso que los niños jueguen, les hace mucho bien. ¿ Quieres acompañarlos y protegerlos, gran Orión?
- Pero señora yo... no se de niños... -respondió Orión apurado.
- Lo se, lo se -respondió la Osa Mayor-. Es difícil controlar a estas fierecillas pero si tu no lo haces, nadie lo hará.
- Está bien, señora mía. Será un honor escoltar a su hija, la Osa Menor, y sus amiguitos, con tal de que usted siga descansando.
Y así, el cazador sideral, vencedor de las más horribles fieras, se vio convertido en el niñero de tan peculiar grupo.
Sin embargo, Orión tenía un as: para tenerles distraídos y ocupados Orión cojió unas estrellas blancas para que las usaran como pelotas. Con su nuevo juguete corrieron a lo largo del camino de un santo señor llamado Santiago y, ante la atenta mirada de Orión que les observaba divertido.

De pronto, Partícula oyó la voz suave y seductora de una mujer que la llamaba:

-¡ Partiiculaaa... Ven conmigooo... Acercateee!

Era la hermosa Casiopea. Cada noche la sentaba en en un tocador de oro, frente a un espejo de platino y cepillaba el cabello de Partícula una y otra vez. Conforme la cepilla, el pelo de la niña se volvía

más brillante,

más sedoso,

más dorado.

Cuando ya su pelo era igual a la Cabellera de Berenice, Casiopea la adornó poniendo en su infantil cabeza la Corona Boreal.

- Mírate ahora, pequeña Partícula -dijo Casiopea en un acariciador susurro-. ¿No es cierto que eres la más hermosa entre las niñas y las hadas, semejante sólo a una Diosa Celestial?

Partícula se miraba el precioso espejo y sonreía. Sus ojos emanaban chispitas de luz y su cabello resplandecía como la aurora boreal.
Si. Realmente estaba radiante, fiel reflejo de su madrina, la muy bella Casiopea.

Los amigos de Partícula quedaron asombrados al verla tan bella.

Pero pronto volvieron a sus juegos y el trabajo de Casiopea desapareció en un empujar la pelota y revolcarse en el suelo con los dos lebreles.

Con tanto ejercicio, Partícula y sus amigos tenían sed.
Sin saber de dónde apareció el apuesto Acuario portando una jarra de cristal llena del más fresco y delicioso agua del cielo. Bebieron hasta saciarse.

Una vez saciada su sed sintieron hambre, Partícula quería comer algo delicioso como la ambrosía, nueve veces más dulce que la miel.

Entonces Acuario les indicó: ¿Ves, Partícula, aquellos árboles que están en la lejanía, en la azulada Tierra? Es el Edén, el paraíso terrenal al que tus amiguitos no pueden entrar porque ellos pertenecen al mundo celestial.

Eva, llamada "madre de los hombres", ella misma os ofrecerá las más deliciosas frutas del cielo y de la tierra.
Eva estaba meciéndose en un columpio hecho con lianas y sujeto a las ramas del árbol más importante de su jardín cuando llegó su visitante.
- Toma cuantas frutas desees Partícula. Eres mi invitada.

- Por qué siempre estás bajo ese árbol, madre Eva -preguntó Partícula curiosa.

- Porque es el árbol de la ciencia del bien y del mal. Si alguien comiera de sus frutos sin ser invitado por mí, se volvería tan inteligente y poderoso como yo. Hasta mi compañero Adán tiene prohibido tocar esas frutas. Si lo hiciera le castigaría severamente.

Les sacó de su abstracción el sonido de un carro, tirado por imponentes caballos, que se acercaba.

- Ahí está Faetón, el conductor del carro que porta los rayos del Sol. Ha llegado la hora de que vuelvas a tu hogar, pequeña Partícula. Me despido de ti hasta muy pronto. Cuando el sol duerma volveremos a vernos.

Cuando los primeros rayos del Sol iluminaron primero

la tierra,

después las ciudades,

y después del pueblito de Partícula,

y de su hogar que aún tenía la ventana abierta, 


Faetón ordenó al más suave de ellos que la depositara en su camita cuidadosamente. El rayo de Sol obedeció y, por su cuenta, besó la frente de Partícula.

- Hasta mañana -dijo la niña-. Hoy tengo mucho sueño y no puedo jugar.

Dijo entre bostezos la niña que tiene por nombre Partícula y por apellido

De fantasía.

De sueño.

De ternura.


De bondad


Fin.




No hay comentarios: