jueves, 17 de marzo de 2011

La muñeca y el tuareg.


Ella vivía en la primer estantería.

Era una chica de espectacular melena caoba, en la que lucía un bonito lazo color marfil,
de ojos de chispeante azul y de boca maravillosa con sensuales y perfectos labios
pintados de color granate.
Su vestido tenía el color del rojo carmín mezclado con blanco. Se adornaba con un
volante alrededor del cuello y un gran lazo en la espalda. Todo ello color marfil,
haciendo juego con el lazo de la cabeza.

Cuando supo en qué consistía su cometido se puso cómoda y descansó su pierna
derecha sobre su rodilla izquierda, sujetando tobillo y zapato con ambas manos.

Debajo, muy abajo, había un armarito y sobre el armarito habitaban el DVD y una caja
de madera decorada con alegres flores rosa y amarillo. También estaban allí las
películas, una tras otra, en perfecta formación.
Pero a ella le gustaba más su estantería. Porque en su estantería los libros tenían los
lomos más bonitos: tenían colores alegres y algunos tenían adornos dorados.
Preciosos. Eran preciosos sus libros.

Por eso le encantó que su dueña, la colocara entre medias de aquellos libros. Éstos
parecían su guardia de corps, o su guardia pretoriana, que suena más culto.

En el segundo estante estaban los libros serios (historia, ciencias políticas y naturales,
filosofía) escritos por antiguos personajes (Séneca, Tito Livio, Averroes ).
Allí vivía él. ¡Aunque él, estaba allí de servicio. Nada de ser un adorno ¡

Protegía con su vida la integridad de aquellos libros. Por eso su alfanje siempre estaba
presto, firmemente sujeto con sus manos morenas.
Nadie conocía su rostro. Su gran túnica azul protegía su cuerpo de las tormentas de
arena, del enorme frío de las noches del desierto, del sol justiciero del día.
También con él cubría cabeza y cara dejando sólo a la vista sus intensos ojos
rasgados de mirada penetrante.
Como la pelirroja permanecía sentado. Él sobre el suelo, con las piernas cruzadas y los
pies descalzos.
Como buen guardián, su paciencia era infinita y el tiempo algo inexistente.

Conoció a la pelirroja un día de esos en los que la dueña se vuelve loca, lo trae de aquí
para allá y arroja los libros al sofá para luego volverlos a poner donde estaban. Qué
absurdo quehacer.

El caso fue que provisionalmente lo colocó junto a ella. Le sorprendió el batir de su
corazón de escayola. Nunca le había ocurrido algo semejante.
Desde ese día no había podido dejar de pensar en ella.
Imaginaba que algún día ella estaría en peligro y él se lanzaría desde la segunda
estantería a defenderla esgrimiendo su temible alfanje. Él la tomaría en sus brazos y
entonces si, descubriría su rostro para darle un apasionado beso en esa boca de locura.

Pero ella le ignoraba. Ella no tenía más razón de ser que contemplar a su dueña.

La quería porque siempre le quitaba el odioso polvo con muchísimo cariño.
También porque la miraba con una mezcla de orgullo y cariño.
Su dueña siempre estaba justo frente a ella. En la butaca, tras la mesita, pasaba su
tiempo. Allí en frente, lloraba, reía, se enfadaba, se calmaba y se dormía viendo la tele
cuando llegaba a casa muy cansada.
Se llenaba la casa cuando la dueña llegaba. Le bastaba oír el ritmo de sus pasos para
saber cuál era su estado de ánimo.
A veces le hubiera gustado hablarle. Preguntarle "qué tal el trabajo hoy". Decirle “ha
llamado el chico del otro día cuando no estabas en casa”. Rogarle que no llorase
nunca, porque se le partía el alma al verla triste.
En alguna ocasión, incluso, la dueña había estado a punto de "pillarla" mirándola.
Apresuradamente había tenido que poner en su cara la expresión de siempre. La
expresión de muñeca que no se entera de nada.

Pero también pensaba con frecuencia en su vecino de arriba. Ése al que la dueña pintó la túnica con un azul precioso que ella misma inventó.
Le gustaría tanto tener alguien con quien hablar cuando la dueña se va y la casa se
queda silenciosa, vacía...
Pensaba que sería estupendo tener amistad con alguien semejante a ella... como el
tuareg.
Además, su vecino de arriba le gustaba mucho.
Estaba tan atractivo con esos ojos impresionantes, esos brazos musculosos de piel
morena... Daría cualquier cosa porque algún día le ocurriera algo malo y él tuviera que
defenderla y tomarla entre sus brazos...

“! Oh! Ahí viene. Bien. Viene bien. Hoy camina ligera por el pasillo. Está contenta.
Seguro que se ha encontrado con el chico que la llama.
Por favor, dime qué tal te ha ido hoy en el trabajo y si por fin te has visto a ese chico que está loco por ti.

Pero no me mires mientras me lo dices”.

2 comentarios:

Verdial dijo...

Me ha encantado Maribel, lo has narrado tan bien que he podido sentir tal y como sentía la muñeca, he visto por sus ojos y también me he enamorado del tuareg, con su ropaje azul inventado.

Un abrazo

laisaestapia@gmail.com dijo...

Ya está totalmente claro que tu y yo somos almas gemelas, amiga mía.

Me encanta que te guste. Me encanta que entiendas mis historias.

Un fuerte abrazo.