miércoles, 7 de diciembre de 2011

Un árbol de quinientos años.







Capítulo I.
Desde la terraza la vista era maravillosa.  Muchos kilómetros de mar azul, Mar Mediterráneo, se extendían ante ellos.
Ellos estaban desayunando en la espectacular terraza que se elevaba como un puente sobre la magnífica piscina en la que ella, cada mañana, se hacía unos largos nada más levantarse de la cama.
Vestía una ligera batita de seda transparente que dejaba a la vista gran parte de sus espléndidos senos  y la totalidad de sus largas piernas.
Frente  a ella, un hombre maduro de pasado turbio que disfrutaba de una gran fortuna conseguida con métodos no muy claros. En su rostro, de piel tostada, destacaban unos  ojos verdes de mirada gélida y paralizante.
Bien por la costumbre de tener ante sí tanta belleza o por ser un hombre que sabía controlar sus impulsos,  él hojeaba un periódico con actitud de total indiferencia.
También su compañera tenía un pasado no ejemplar. Desde jovencita practicaba el oficio más antiguo en el que, gracias a su belleza y habilidades, prosperó hasta alcanzar la cumbre de su oficio. 
Así fue como conoció a su actual compañero que la “fichó” para su uso exclusivo y la internó en la jaula de oro en la que vivía. 
La jaula era una casa ostentosamente decorada para que cuando llegara una visita o amigos se dieran cuenta de lo muy ricos que eran.
El problema era que ellos no recibían visitas ni tenían amigos.

Eso si, la casa disfrutaba de una ubicación magnífica en la ladera de un monte frente a la costa. Y lo mejor: para ver la casa más cercana debían mirar a través de los prismáticos ya que aquella urbanización las casas o chalé había mucha distancia.
De pronto ella  gritó:  - No puede ser… no puedo creerlo…no puede ser ella. Dámela. Dámela ahora mismo… -dijo Paula alterada.
Él, sorprendido, preguntó: - Pero qué te pasa. Qué tengo que darte…
- El periódico… dame la hoja del periódico… la última…-dijo ella nerviosa, agitando las manos en el aire.
Álvaro apresuradamente le entregó el periódico y esperó intrigado por tanta expectación.
- Mírala… es ella… es mi hermana… es que me parece mentira estar viéndola en la prensa.
- A ver. Deja que lo vea. 

Lo que vio fue una foto a tres columnas en la que aparecía una mujer joven flanqueada por dos señores mayores.
En el texto se informaba que aquella señorita había ganado el premio literario “Narrativa de hoy”. 

Miró interrogante a su compañera.
- ¿Esta es tu hermana? No sabía que tuvieras una hermana.
- Pues como si no la tuviera. Hace años que no sabemos de ella… ni queremos saber.
- Y eso por qué. ¿Quienes no quieren  saber de ella además de ti? –preguntó distraídamente mientras continuaba leyendo la noticia que les ocupaba.
- No importa. Son cosas de familia.
- Qué cosas. Dos hijas tan distintas, una escritora y la otra…
-  ¿Me vas a hacer de menos por mi antiguo trabajo?
- No mujer… diría lo mismo si fueras enfermera  –dijo él para calmar su ira-. Pero sabes qué, tu hermana además del premio se ha llevado un buen pellizco. Y encima es guapa… no se le puede pedir más…
- ¡Serás cabrón! –dijo ella arrojándole una servilleta y marchándose muy enojada.

Capítulo 2.

En una casa de estilo árabe: fachada blanca con ventanucos cerca del tejado. Puerta de madera estrecha y fea que terminaba en un escalón de puro cemento sin pulir. 
Al traspasar la poco agraciada puerta se accedía a un verdadero vergel: gran patio con árboles, plantas verdes, plantas con flor y una susurrante fuente en el centro. Una galería en el piso alto rodeaba el patio y en la galería estaban situadas puertas de habitaciones y grandes ventanales.
El suelo y el zócalo estaban decorados con azulejos con motivos diseñados por la propia dueña.
En el exterior reinaba la vegetación autóctona y una viña que cada año proporcionaba un delicioso vino.
En el interior de la casa reinaba la actividad y el alboroto.   La dueña, Laura, metía prisas a un equipo de trabajadores.
- Vamos, vamos. Que la prensa está al llegar. Escuchadme un momento, en cuanto aparezca la prensa vosotros os marchais. Maite, la encargada, os entregará vuestros sobres... a los que he añadido una propina...
Aquellas palabras fueron acogidas con vivas y aplausos.
Alguien divisó desde una ventana la caravana de la prensa y dio la alarma pero, extrañamente, los trabajadores no se iban.
- Pero bueno, qué os he dicho...
- Perdone -dijo alguien del grupo- es que nos gustaría hacernos unas fotos con usted. Y que nos firmara el libro, si no le importa...
La Dueña de la casa sonrió complacida: - De acuerdo, vengan las fotos. En cuanto a los libros, gracias, muchas gracias por comprarlos. Espero que disfrutéis leyéndolo.
En ese momento aparecieron los reporteros, técnicos, iluminadores... Recorrieron la casa para buscar el fondo adecuado. 
En la planta baja estaba situada una magnífica biblioteca, en la que entraba la luz por una vidriera que daba al patio. Un estudio donde la escritora trabajaba. El comedor y la cocina. Amén de los baños.
Se decidió que la biblioteca, con sus butacones y mesitas, era el marco adecuado, porque el piso de arriba estaban las estancias personales.
Algo que llamó la atención de los expertos fue una especie de torre o alminar circular, parecido a un molino de viento que sobresalía de los tejados. Era el observatorio. Desde allí la propietaria observaba las estrellas y, con frecuencia, invitaba a hacer lo propio a sus compañeros de afición. Aquel también era un buen lugar para hacer fotos.  
El domingo siguiente, la escritora fue portada del dominical de un importante periódico, y protagonista de una extenso reportaje ilustrado con hermosas fotografías.

Las dos hermanas. Capítulo 3.
 
Álvaro agitó el dominical ante la cara de su compañera mientras le preguntaba:
-¿Sabes donde vive tu hermana? Coge los prismáticos y ven -dijo mientras se dirigía a las escaleras que llevaban al piso más alto de la casa.
- Sabes que a veces comentábamos que la casa parecía un refugio blanco. ¿verdad? Pues mírala. Mírala de nuevo. Ahí, exactamente ahí, vive tu hermana. Resulta que sois vecinas.
Cuando la mujer miró la revista y vio los interiores de la casa árabe se demudó. Apretó la boca y comenzó a caminar de espaldas como quien quiere huir de algo que va a hacerle daño, que le da miedo.
- Vámonos de aquí. Vende la casa. Por favor te lo pido... vayámonos de aquí.
Su compañero, sorprendido y alarmado, no entendía nada. Por qué aquella reacción casi de pánico.
- Pero qué te pasa con tu hermana. Hay algo que yo que yo no se -preguntó entre  preocupado -dímelo, por favor.
-No quiero hablar de aquello, pero como estoy segura que no pararás hasta que te lo cuente, te lo contaré. Vayamos a la salita de estar.
La salita de estar era un pequeño salón en el que transcurrían las horas de intimidad hogareña: el televisor, unas revistas y un par de libros. Una mullida alfombra y unos confortables butacones. A la derecha, un gran ventanal en cuya parte superior se veía el cielo y en la inferior las imponentes copas de los árboles.
 
" Pues verás. Mi madre cumple los años en verano. En casa siempre se celebró mucho el cumpleaños de mamá. El convite tenía lugar en el patio, bajo una gran parra que había plantado un bisabuelo o tatarabuelo, no se muy bien. De pequeñas mi hermana y yo adornábamos el patio con papeles de seda de colores y poniendo cintas en las ramas de la parra. Era un día de fiesta para toda la familia: el día del cumpleaños de mamá.
Bajo la parra poníamos dos mesas. En una estaban los pasteles, las golosinas, los aperitivos y los refrescos. En la otra los invitados dejaban sus regalos.
Los invitados eran pocos. Sólo venían las amigas de mamá, algún familiar al que nosotras veíamos muy viejo, y alguna buena vecina.
Y nosotros tres, claro: mi hermano, que es el mayor. Mi hermana, que era la pequeña, y yo.
Aquel año ya no estábamos en la casa. Mi hermano se había casado. La escritora estaba estudiando y yo... pues ya había comenzado mi, llamemosle carrera... Pero siempre acudíamos al "cumple" de nuestra madre.
Recuerdo que mis padres estaban sentados a la mesa y yo llevaba y traía vasos limpios, jarritas con agua de limón cuando llegó la niña como la llamábamos por ser la menor.
Venía exultante. Loca de alegría. Se arrojó a los brazos de mi padre y besó a mi madre. Traía una cajita en la mano. El regalo, seguro.
- Mi regalo mamá. Ábrelo, a ver si te gusta.
Mi madre abrió la cajita y en su interior, protegido pon un soporte transparente, había algo poco mayor que un garbanzo entre marrón y negro, con pintas... una cosa asquerosa. Sin embargo mi madre se quedó de piedra al verlo. -! Hija, esto es lo que pienso!- respondió boquiabierta.
- ¿Qué te parece que es, mamá? -dijo mi hermana exitadísima, dando saltitos y palmas como una niña.
- ¿Es un meteorito? No me digas que es un meteorito.
A ellas les encantaban esas tonterías, siempre viendo cosas en el cielo mientras yo sólo veía puntitos brillantes.
- Siiii  mamá, es el fragmento de un meteorito ¿No es increíble? Deja que lo destape.
Mi hermana abrió el soporte y se puso en la palma de la mano el garbanzo aquel.
- Toma mamá. Tócalo. Es un viajero del espacio, un visitante de otro mundo. A saber de dónde vendrá y cuantos años luz habrá recorrido hasta llegar aquí, a nuestro patio -dijo mi hermana hablando como en una novela antigua. Mi madre más que tocarlo lo acaricio. !Te quieres creer que terminaron emocionándose, el par de tontas! Por fin devolvieron aquella cosa fea a su cajita.
Mi hermana preguntó. - Dónde lo vas a poner en el salón o en tu alcoba.
Mi madre respondió. - Ponlo ahí, en la mesita, para que lo vean los amigos.
Y justo entonces comenzó todo.
Mi hermanita se acercó a la mesita, colocó la cajita y se puso a ver los regalos.
- A ver que te han regalado, mamá... Tu nuera otra vez flores... pero mamá, todos los años lo mismo... por qué no le dices de una vez que no te regale flor cortada. Una flor cortada es una flor asesinada... y además con tallo largo... en este tallo podían haber nacido muchas rosas más. Por favor, dile que te regale plantas, que están vivas y crecen. A ver esto... Ah, un fular blanco pintado a mano, es precioso... de tus amigas ¿verdad? qué manos tienen...
-Entonces se dirigió a mi regalo. Mis padres y yo nos miramos. Qué diría cuando lo viera:
 -¿Y este estuche?- 
Lo abrió y la furia transfiguró su cara. Yo le había comprado a mi madre un juego de gargantilla pendientes y anillo de oro con rubíes. Elegí rubíes porque mi madre es de tez muy blanquita y el rojo le favorecía mucho. Aportaba luz y color a su hermosa cara.
- Tan hermosa como la tuya, pero, qué pasó con tu hermana.
Como te decía se puso como una fiera. - Pero mamá, cómo puedes aceptar este tipo de regalo. ¿Tu sabes la cantidad de dinero que cuesta este conjunto ? ¿Tu sabes de donde procede el dinero de tu hija, mis padres lo sabían pero fingian no saberlo, y qué tiene que hacer para ganarlo...? Me avergüenzo de esta familia... ella es una zorra y vosotros se lo aplaudís y os beneficiáis de su trabajo, por decirlo de un modo audible.
- Pero hija, si es de fantasía... si no es bueno -dijo mi madre a punto de llorar.
- ¿Me tomas por tonta? ¿crees que no soy capaz de distinguir un mineral del plástico?
Al oír el tono en que mi hermana se dirigió a mi madre, papá se puso en pie y le dijo muy enfadado: -Ya está bien. Estábamos contentos. Lo estábamos pasando bien y ha bastado que llegaras tu para que todo se estropeara...
Entonces a mi hermana se le puso la cara intensamente roja, se tambaleó como si hubiera sufrido un mareo y le contestó a papá, algo que nunca había ocurrido en casa. - ¿Ah sí ? Pues quédate tranquilo, nunca más estropearé vuestras fiestas.
Mamá, adivinando su intención le dijo suplicante: - No cariño. Papá no piensa lo que dice. Sólo ha sido un arrebato -pero mi hermana ya se marchaba.
Como último recurso mi madre la llamó y le dijo - !Si te vas tiro tu regalo a la basura! - Ella respondió: haz lo que quieras. Es tuyo- Un portazo y después el silencio.
Y desde ese día en casa no se celebra nada. Ni cumpleaños ni Navidades, ningún tipo de fiesta.
Ella no volvió nunca. No sabíamos donde estaba. Tampoco llamó por teléfono.
Yo ofrecí a mis padres contratar un detective privado, para que la buscara. Me
dijeron que no, que preferían que volviera por su voluntad.
Mis padres envejecieron años en unas semanas. Después enfermaron. Nada fue igual para nosotros desde aquella tarde de cumpleaños". 

Las dos hermanas. Capítulo 4.

Quedaron ambos en silencio. Es increíble las cosas que pueden ocurrir en el interior de las casas sin que traspasen la puerta de la calle: enfrentamientos, traiciones e incluso, dramas.
Álvaro suspiró. Su pareja estaba destrozada por la vívida evocación de aquel día que nació feliz y terminó triste y dolorido. Pensó que debía intervenir para consolarla. Pero no, no era suficiente. Él debía intentarlo. Quería reconciliar a las dos hermanas y, por qué no, a la familia entera.
Carraspeó y habló: -Ejem... pero esto que ha ocurrido... la aparición de tu hermana en los medios de comunicación y el hecho de que viva ahí mismo,  al lado, ¿no te parece que podría ser un señal? ¿No crees que es demasiada casualidad?
- Pues no. Yo no creo en esas tonterías. Ha sido una puta casualidad y nada más. Casualidad que vamos a remediar marchándonos de aquí.
- Por qué no llamas a tus padres y se lo comentas. Puede que necesiten hablar de este asunto.
- Mis padres no ven la tele ni ven la prensa. Están retirados del mundo. Es como si vivieran en un monasterio -dijo ella en tono desairado.
- Pues entonces mejor... si no se han enterado de nada, dales tu la noticia... es más, invítalos a pasar con nosotros una temporada, aquí, cerca de su hija pequeña. También podríamos invitar a tu hermano y su familia... sería genial... todos aquí reunidos, yo me ocuparé de tu hermana pequeña. Te prometo que en poco tiempo todo se habrá olvidado. ¿Te gusta la idea, mi amor?
- ¡¡ No me gusta. No me gusta para nada. No se qué perra te ha entrado con mi gente. Olvídalo. Pasa del tema. Al fin y al cabo no es asunto tuyo !!.
Álvaro se sintió molesto. No entendía la negativa actitud de su compañera. Él preocupándose por sus cosas para que estuviera contenta y ella le respondía con una bofetada verbal.
- De verdad que no te entiendo. Si yo tuviera una familia me dejaría la piel trabajando por mantenerla unida. Por encima de problemas y avatares, seguiría siendo lo más importante para mi. Y tu que la tienes...
- Pero bueno, a qué viene todo esto. Me estas hartando con tu insistencia.
- Mi madre murió de SIDA. A mi padre lo mataron en la cárcel. A mi me llevaron a un centro. Una noche me escapé. He vivido en la calle. Toda mi vida ha transcurrido en la calle. Hasta que alguien me ofreció trabajo y un techo. Ya sabes qué clase de trabajo y qué clase de techo. Discúlpame, no volveré a molestarte con el tema de tu familia.
Álvaro dió media vuelta y, apesadumbrado, salió de la casa.

Capitulo 5.

Álvaro caminaba entre los árboles. Había resuelto intervenir y lo haría a pesar de la oposición de su novia. - Algún día se me dará la gracias - dijo para sí.
Él sabía como actuar. Sabía muchas cosas de su "cuñada" y no cometería error alguno.
- ¿Cuñada? ¿He dicho cuñada? -sonrió complacido-. Si, me encantaría ser cuñado de una mujer y más aun si es importante. Claro que para eso tendría que casarme con la hermana y... por qué no... le pediría que se casara conmigo, aceptaría y organizaríamos una boda de cine, de lujo, sin escatimar gastos. Y vendrían a la boda la cuñada, los suegros y toda la familia. Yo reuniré a esa familia y la reconciliaré. Además tendremos hijos. Hermosos hijos que cautivaran a sus tíos que se volverán locos por ellos y será el toque definitivo para que todos sean felices y vuelvan a unirse...
Sin darse cuenta, Álvaro, un hombre al que nunca le tembló la mano a la hora de apretar el gatillo, que siempre había eludido la cárcel porque el sabía que todos tenemos un precio ya sea dinero, poder o cariño... estaba fabulando con bodas y familias felices como si fuera la lechera del cuento.
Súbitamente giró sobre sí, desando lo andado y entró de nuevo en su casa. Cogió su todo terreno y, sin despedirse ni dar explicaciones, comenzó a bajar el monte tomando las numerosas curvas a gran velocidad como si algo urgente lo apremiara. Mientras musitaba: "no le gusta la flor cortada... prefiere las plantas porque están vivas..." 
Lo bueno de trabajar como autónoma o, como dicen los cursis, como "free lance" era que podías organizarte como quieras. En el caso de la escritora su semana terminaba el jueves al mediodía. Así lo estipuló cuando una editorial la contrató como columnista y después redactora de un periódico. Exactamente el que publicó la noticia de su premio.
Así pues, todos los jueves se marchaba a su casa conduciendo su coche, un coche de calidad y dotado con los últimos adelantos electrónicos, pero no llamativo. Una vez en casa, al mismo tiempo descansaba y trabajaba escribiendo borradores para sus próximas publicaciones y organizaba su trabajo para la semana siguiente.
Le encantaba su casa y el lugar donde estaba situada. Cuando estaba en la ciudad vivía en un pequeño apartamento que compró cuando sus escritos comenzaron a tener resonancia.
En aquel momento sonó la musiquilla del teléfono movíl + GPS + manos libres o a la inversa. Se "descolgó" al oír su voz.
- Dígame, Antonio.
- Señora. Es que hay aquí algo y no sabemos qué hacer. Perdone que la moleste mientras conduce -dijo el empleado con tono de estar apurado.
- Cómo que hay algo, dígame que pasa.
- ¡Es que han traído un árbol !  
- Pero quién ha ordenado eso...
- El camionero dice que trae un sobre para usted. Por cierto, está diciendo que tiene que descargar el árbol, que no puede gastar tanto tiempo.
- Pásemelo Antonio, dígale que se ponga.
- Ahora mismo señora.
Se pone el camionero de mal humor: - Vamos a ver señora, que a mi me han pagado para que transporte el árbol. No para que me esté aquí sin hacer nada, que me está costando dinero.
- Vamos a ver. En primer lugar tranquilicese, de dinero ya hablaremos. Ahora explíqueme que pasa.
- No pasa nada. A mi me han llamado de un vivero y me han dicho que tenía que traer aquí un árbol y eso es lo que he hecho. Al de la grúa también lo han mandado porque el árbol pesa un montón.
- Bueno. Yo no he pedido ni comprado ningún árbol, asi que si le ordeno que se den la vuelta, el de la grúa y usted, estoy en mi derecho y el viaje de vuelta y demás tendría que pagárselo el remitente. Pero, yo estoy cerca de ahí y quiero saber de qué va todo esto, de modo que ustedes esperan a que llegue y el tiempo de espera yo se lo abonaré. ¿De acuerdo?
- Lo que usted diga. Usted manda.
- Vale, pues en eso quedamos.
No quería hacerlo pero la curiosidad y el presentimiento de que algo no bueno ocurría la impulsaron a apretar el acelerador.
- Un árbol muy grande... malo ...me parece que vamos a tener bronca... 
Capítulo 6.
A pesar de la imprudente velocidad con la que conducía, el tiempo que tardó en llegar se le hizo muy largo.
Cuando enfiló el camino que terminaba en la puerta ya vio el árbol y la grúa. Pasó ante la puerta de la vivienda a toda velocidad en dirección al lugar de los hechos. Antonio dirigió a los dos camiones hacia un ángulo de la finca donde no estorbaran.
Cuando salió del coche dio dos pasos, se detuvo y se llevó las manos a la cabeza
 - ¡Madre del amor hermoso! ¡Quien habrá hecho esta barbaridad! ¡ Es un olivo ¡ Y por las trazas, (tronco grueso y retorcido, gran copa de prietas hojas verdes) tendrá más de quinientos años … esto es un crimen… un delito ecológico…- dijo en voz alta con el corazón en la boca.
El camionero, al verle la cara, se aproximó a ella mostrándole el recibo y diciéndole: - Yo no tengo nada que ver, que yo sólo lo he transportado…
- Quien le he mandado transportarlo –preguntó sin poder dejar de mirar al árbol.
- Un vivero. Me llamaron de un vivero para que hiciera el porte –dijo el transportista.
- ¿Y la grúa? ¿Pensaban tratar a un ser vivo como si fuera una columna de cemento?
- Pregúntele al gruísta. Mírelo ahí con los huevos pegaos al asiento. Por cierto, que me dieron para usted un sobre, casi se me olvida –dijo el transportista entregándole un sobre azul.
- Démelo por favor.
Del sobre azul extrajo una nota escrita en papel de alta calidad, también azul, que decía así: 
“Estimada señora. Soy un gran admirador suyo. He leído todo lo que ha publicado y soy fiel lector de sus artículos. Se que esto se lo dirá mucha gente, la diferencia es que en mi caso es cierto.
Permítame felicitarla por el importante premio que ha ganado y ofrecerle un regalo que se de buena tinta le gustará, puesto que me consta que no le gusta la flor cortada.
Sin más reciba un saludo”. 
- Vaya por Dios. Un anónimo en toda la regla. Y cómo sabrá lo de la flor cortada… en fin, a lo que importa. Bueno, señor camionero, lléveme a ese vivero que le ha encargado el traslado del olivo. Dígale, por favor, a su compañero de la grúa que nos siga.
- Pero eso tiene un coste, señora.
- Ya le he dicho que les pagaré lo que haga falta. Y vamos rápido que el árbol está sufriendo.
- ¿Va a venir conmigo en la cabina?
- No será necesario –dijo mientras con la mirada buscaba a su empleado- Antonio, cámbiese y póngase al volante, que yo estoy demasiado cansada para conducir. Dígale a Maritere que lo cierre todo y no abra a nadie cuando nos vayamos.
Y así lo hicieron.  Por la carretera formaban una curiosa caravana: el coche de Laura primero. Después la grúa. Y el último el camión con el árbol.
Mientras hacía el viaje de vuelta la escritora no perdía el tiempo. Como empresa que era, contaba con la ayuda de un contable y un abogado. Era partidaria del “zapatero a tus zapatos”: ella escribía, el contable contaba y el abogado la asesoraba y representaba.
- Alfredo, hola soy yo. Pues mira, acabo de llegar y ya estoy de vuelta. Quiero preguntarte algo ¿tu conoces a alguien especializado en el delito ecológico? ¿Ah si? ¿Crees que estará disponible ahora? Vale, localízalo y si lo encuentras acercaos a un vivero que se llama “Los encinares” que está situado en el 12 de la N6.  Por favor, localízame a ese muchacho, es importante.
En el vivero se organizó un gran revuelo cuando vieron de vuelta al olivo. El dueño lanzaba imprecaciones gritando que el olivo estaba vendido y punto. Que él sólo había atendido el pedido de un cliente.
- Si, pero usted se lo tendría que comprar a alguien ¿no? Pues eso es lo que quiero saber: a quién se lo compró y a quién se lo vendió. Sólo eso, no hace falta que se altere.
- Yo no puedo darle esos datos, son confidenciales. Tengo que preservar la privacidad de mis clientes –dijo el dueño del vivero con expresión de triunfo.
- Claro que tiene que proteger la identidad de sus clientes y proveedores. Sobre todo si se trata de algo ilegal, como comprar y vender un árbol centenario… pero bueno, no hay problema, yo avisaré al SEPRONA y ya se encargarán ellos.
Al oír nombrar al SERVICIO DE PROTECCIÓN DE LA NATURALEZA la actitud del propietario dio un giro de total .
– Está bien. No pienso cargar con las consecuencias yo solo –dijo invitándoles a entrar en su oficina-. Hay que hacer un trato. Yo le doy los datos y ustedes no me denuncian ¿de acuerdo?
- En principio si. Pero cuando llegue mi abogado el tendrá la última palabra.
- Entonces no hay trato. Si hay abogados de por medio no hay trato…
-¡Pero hombre de Dios! No se da cuenta de que no tiene otro remedio… Si colabora será beneficioso para usted…
El dueño del vivero estaba al borde del infarto. Bruscamente se levantó de su mesa de oficina y abrió con malas maneras un archivador extrayendo los papeles correspondientes al asunto. Ella, apresuradamente, alcanzó la nota de la venta, donde estaban los datos del comprador:
Nombre del cliente: Álvaro Domínguez Martín.
Dirección del cliente: Urbanización “La gaviota”. Residencia “La bella Paula”.
- Pero… Que casualidad, esta es mi urbanización... Entonces el comprador es vecino mío… y Paula… Paula se llama mi hermana…
Recordó un párrafo de la nota que el admirador le había enviado “se de buena tinta me consta que no le gusta la flor cortada”.
- No puede ser… es imposible…Perdone. ¿Puedo sentarme un momento…?
Capítulo 7.

El viaje de vuelta fue tenso y pesado. En su mente se repetían incesante mente las palabras escritas: "Urbanización La gaviota”, Residencia "La bella Paula". No podía ser cierto. No era verdad que el mundo fuese un pañuelo. Pero ¿y si realmente lo es? ¿Y si esa tal "bella Paula" fuese es mi hermana? Qué haría. ¿Vender mi casa y alejarme? ¿Ignorarla, fingir que no lo se? Y Álvaro quien será, su proxeneta, su marido tal vez.
Justo en ese instante sonó el teléfono. Que alivio fuera quien fuese quien llamaba. Era su abogado.
-Hola Alfredo. Dime.
- Qué tal Laura. Pues te digo que, a través de mis colegas he encontrado al especialista que buscábamos. Me han dado muy buenos informes de él. El problema es que está en Bruselas y no viene hasta el domingo por la noche.
- Dónde está el problema. Podemos ir adelantando trabajo. Mañana pones las denuncias.
- Ya, pero antes tendré que averiguar la identidad de los denunciados,¿no? Eso necesita un tiempo.
- La identidad de esos señores te la envío yo por fax en cuanto llegue a mi casa.
- No jodas que tienes todos los datos.
- Si jodo.
- No me extraña. Una mujer tan guapa como tu...
- Alfredo, no te pases ni un pelo. No olvides quien te paga. Conseguí que me entregaran los papeles, facturas y recibos, como garantía de que no destruirían el árbol apenas saliéramos de allí.
- Bueno, perdona por lo de antes. Sólo era una broma. Pero de verdad crees que serían capaces de hacer astillas al pobre árbol.
- ¿Tu no lo harías en su caso? Porque yo si. Por eso tomé medidas.
- Pues nada. Mañana sin falta ponemos las denuncias.
- Ponemos no. Las pones tu y a mi me dejas al margen. Yo firmaré lo que hay que firmar y, al final, me informas del resultado y nada más.
- Como tu digas. ¿Te encuentras bien Laura? Te noto como decaída.
- Estoy un poco cansada . Esto se arregla con una buena ducha. Bueno, cierro ya. Adiós.
 
Álvaro estaba desconcertado. No entendía por qué su espectacular regalo no estaba ya plantado en la finca de la hermana de su compañera. Había pasado por allí varias veces y nada. Había observado la casa con sus enorme prismáticos pero el árbol no estaba allí. Aquel atardecer ella estaba allí. Se veía el resplandor de las luces en la temprana oscuridad siempre que la reina de la casa estaba en su castillo.
Tendría que llamar al vivero y preguntar por qué no se habían hecho las cosas como él había ordenado. Le irritaba que sus planes no se cumplieran puntualmente. Tras llegar el árbol él llamaría presentándose e invitando a cenar a la homenajeada sin que su novia lo supiera. El toque maestro sería el encuentro de las dos hermanas en su presencia.  !Qúe podría haber salido mal. Qué cuadrilla de ineptos!
Como si fuera la respuesta a su pregunta sonó el timbre del portero automático instalado en la lejana puerta de la valla. Quién podría ser a tales horas.
- La Guardia Civil. Abran por favor.
El primer impulso de Álvaro fue correr en busca de su pistola guardada con otras armas en una caja fuerte. Pero se contuvo.
- Calma Álvaro -se dijo-. Esos hombres no te conocen. Tu documentación está perfectamente falsificada y tu cara no es la misma tras la operación. Así que cálmate Álvaro.
Decidió salir al encuentro de tan ilustre visita. Los agentes ya subían por la larga escalera de madera.
Él los recibió en el último rellano. Le identificaron. El mostró su documentación y le entregaron una citación.
- Tiene que personarse en el cuartel para responder a unas preguntas.
- Sobre qué.
- No lo sabemos. Nosotros sólo entregamos la citación.
La mano de Álvaro tembló levemente al tomar el sobre de membrete oficial. Qué sería aquello. Tenía un mal pálpito.
Los guardias se despidieron de él tocándose la gorra con la punta de los dedos de la mano derecha y comenzaron a bajar la escalera.
Alfonso les vio bajar con mirada torva. Pensó que si esta visita se hubiera producido un tiempo atrás, en aquellos momentos esos hombres estarían muertos.
 
Capítulo 8.
Álvaro les siguió con la mirada hasta que los dos puntos rojos de la parte trasera del coche patrulla se perdieron en la lejanía. Suspiró hondamente. Entonces se dio cuenta de que Paula le llamaba. Apareció al instante.
- Pero bueno, dónde te has metido.
- Pues aquí tomando el fresco.
- Me ha parecido que hablabas. Quién era.
- Una llamada errónea en el móvil.
- Claro. Con esta vida que haces, siempre encerrado en casa quién te va a llamar. Oye, por qué no te buscas un trabajo, así tratarás con la gente y hasta te puedes echar amigos.
- Tu me ves compitiendo con esos fieras que saben varios idiomas, que tienen ingenierías, mansters... noo, me pilla un poco viejo para eso.
- Pues pon un negocio. O pónmelo a mi. Por ejemplo una floristería, eso es un negocio con mucha demanda. Empezando por las coronas de muerto y terminando por las bodas, todo el año vendiendo flores.
Él se aproximó y la tomó por la cintura para hacerle cosquillas. Ella se retorcía y lanzaba grandes carcajadas... - Déjate de trabajos, de negocios y sobre todo de las flores. Pero si mira, qué te parece si mañana nos vamos a la ciudad y nos divertimos un poco.
Ella respondió alborozada: - A divertirnos y a comprar ¿vale?
- Vale lo que tu quieras.
- Ooh, he debido hacer algo bueno en una vida anterior.
- Lo mejor que tu has hecho ha sido nacer tan hermosa.
- Pues voy a darme un largo, cálido y perfumado baño... ¿te animas?
- Ahora no. Haré la cena mientras.
- Mmmm ya no me deseas, me estoy haciendo vieja yo también- Dijo ella con un provocativo mohín mientras se echaba el vestido hacia los hombros ofreciéndole su hermoso cuello.
Alfonso la atrajo hacia sí y besó el cuello dejándole una llamativa señal roja. - No. Ya no te deseo. Ahora solamente me vuelves loco.
Una vez que Paula se retiró Álvaro se dirigió con paso decidido al piso superior. Allí abrió una pequeña puerta metálica y entró. Se trataba de una habitación blindada. Allí guardaba sus armas, documentos comprometedores para algunas personas importante y un teléfono que sólo llamaba a un número. Descolgó y una chillona voz femenina descolgó.
- Dígameee... quién es por favor...
- Un cliente -respondió él escuetamente.
- Un momento por favor...
Al instante se oyó la voz de un hombre. - !Cliente! Qué has hecho ahora.
- He recibido la visita de dos visitantes.
- Creíamos que te habías retirado. Qué ha pasado.
- Si supiera lo que ha pasado no estaría aquí hablando por teléfono. Estaría poniendo remedio al mal.
- Si claro, conociéndote estoy seguro de ello. Entonces qué quieres.
- Que hagáis un sondeo a ver que encontráis, si petróleo o la tumba de Tutankamon.
- La tumba de ese señor ya se encontró.
- Bueno pues de su hermano gemelo. Cuanto tiempo necesitaréis.
- Depende del asunto. Una media hora más o menos.
- !Media hora! Os estáis volviendo lentos. Vale. Dentro de media hora aquí.
Volvió a la azotea. Estaba nervioso. ¿Sería aquello el fin de una etapa? ¿Tendría que volver a ser un fugitivo? Noo, si hubiera algo serio contra él se lo hubieran llevado los guardias
 por delante con las manos juntas.
- Cliente- dijo de nuevo ante al teléfono.
- Ya lo tenemos.
- ¿ Y ?
- Una mujer te ha denunciado.
- ¿Quée? Una mujer... qué mujer...De qué me acusa.
- Poco menos que de asesinar un árbol.
- !Ah, es eso! -exclamó Álvaro aliviado.
- Cuéntame qué clase de parida es esa.
Hizo un resumen lo más resumido posible para restarle importancia. Pero fue en vano. La voz del otro lado de la línea le increpó acremente.
- Cómo has sido tan imbécil. Atraer la atención sobre ti y atraerla por semejante estupidez. Te comprometes y nos comprometes.
- Vale vale. Es verdad, ha sido una tontería. Pero cómo iba a suponer que hacer un regalo conllevara tanto riesgo.
- Es que hay regalos y regalos. ¿Necesitarás un abogado?
- Espero que no. Llegado el caso contrataría uno cualquiera como un ciudadano cualquiera.
- Eso está bien. Cuanto menos uses esta línea mejor para todos. Lo tienes claro ¿verdad?
- Claro y diáfano.
- Más te vale.
Capítulo 9.
Álvaro volvió a la terraza absolutamente desconcertado. Le turbaba la idea de que la hermana de su novia le hubiera denunciado por regalarle un árbol. Pensó que su compañera tenía razón: su hermana era un bicho.
- Mira que hacerle un regalo estupendo y reaccionar así... Esa mujer debe estar loca, no cabe duda.
Sin embargo, lo importante era pensar qué actitud debía tomar al día siguiente, cuando tuviese que personarse en el cuartel. Decidió que lo mejor era "diseccionar" los hechos: envía un regalo magnífico a la hermana de su novia y le denuncia, por qué. ¿Por que es un árbol? Un árbol puede considerarse lo más en el mundo de las plantas ¿entonces? Algo raro hay en ése árbol. Algo que yo ignoro y que me han ocultado. Me extrañó que un simple olivo fuese tan caro. Y ahora que caigo... ni siquiera lo he visto... !Ay Álvaro! De verdad que estás viejo. Alguien te ha metido un gol y tu ni enterarte... Lo mismo te han vendido una especie de árbol protegida. Entonces tendré que decir que yo lo compré sin verlo. Aceptar las consecuencias. Abonad la sanción económica, si la hay, y tampoco estaría mal ofrecer una cantidad de dinero para alguna ONG de esas que protegen la naturaleza. Si. Será lo mejor. De ese modo las cosas iran más rápido y será mejor para mi.
A primera hora salieron en dirección a la gran ciudad. Paula estaba muy excitada pensando en la ropa que iba a comprarse. Por supuesto, antes de comprar tendría que verlo todo. - Así que te doy la mañana libre, cariño, porque tu en las tiendas te pones insoportable ¿de acuerdo?
- Qué remedio -respondió Álvaro con falsa resignación. En realidad le venía muy bien quedarse solo para solventar el asunto que llevaba en entre manos.
Al llegar al cuartel se encontró con que no era el único citado. Además de él esperaban allí otros dos hombres. Uno de ellos el individuo que le vendió el olivo.
Al verle estuvo a punto de lanzarse sobre él para arrancarle la cabeza. 
-Calma -se dijo otra vez- no debes llamar la atención más de lo necesario.
Se acercó al señor del vivero y, con diplomática sonrisa le preguntó: - ¿Usted también aquí? No será por el mismo asunto que yo.
- Pues si señor. Creo que todos estamos aquí por culpa de la bruja esa. La que le regaló usted el olivo centenario... en mala hora se presentó usted en mi casa... ¿No podía haberle regalado unos bombones o unos pendientes? -respondió añadiendo varias palabras mal sonantes.
- !Pero qué me está diciendo! ¿Un olivo centenario? Yo no le pedí un olivo centenario, le pedí un árbol cualquiera y usted me ofreció un olivo, pero no mencionó lo de los  cien años -dijo Álvaro furioso.
- Es igual. De todos modos ya no tiene remedio -dijo encongiéndose de hombros el floricultor.
- Pero cómo que no tiene remedio... Por un árbol de ese calibre nos puede caer cárcel, porque esto es como matar a un oso. Y sobre todo a usted que me engañó.
-!A mí en la cárcel por cuatro ramas y cuatro hojas viejas! Entonces también tendrán que meter a éste que fue el que lo arrancó de su olivar. Y que no es la primera vez que lo hace -señalando el floricultor al tercer hombre que hasta entonces no había abierto la boca.
- Aquí todos estamos pringaos. Si vamos uno vamos todos. Yo lo arranqué. Éste lo vendió. Usted lo compró. Todos por igual -dijo el tercer hombre con aire de suficiencia.
- Nada de eso. Yo tengo una factura en la que se dice "que compro un árbol" sin especificar. Ni siquiera menciona al olivar -dijo Álvaro esgrimiendo la factura de compra.
- Nos ha jodio... como que lo iba a poner en la factura si hubiera tenido intención de comprarlo... Eso de "árbol sin especificar" despertará sospechas... pensarán que debajo estaba el viejo de los quinientos años. Está usted tan pillao como nosotros, amigo.
Álvaro, desolado, se dejó caer en un asiento. No lo había visto así. Naturalmente. Nadie que mate un a oso para adornar su casa con la piel lo declara en un documento. Nadie que compra un árbol protegido lo especifica en la factura. Realmente estaba metido en un gran lío.
Sus peores temores se materializaron. Los tres fueron acusados de haber cometido un delito ecológico y, en consecuencia, fueron trasladados a la cárcel en prisión preventiva pero, afortunadamente para Álvaro, con fianza.
Cuando Álvaro volvió a verse en la cárcel estuvo a punto de sufrir un ataque de ansiedad. No podía entender cómo se las había arreglado para volver a la cárcel. Tal vez estaba en sus genes. Quizás era su destino ser por siempre un presidiario. Pensó en su novia. Qué le diría. Ella ignoraba por completo aquel asunto. Qué pensaría cuando supiera que en el fondo del asunto estaba su afán por reconciliarla con su hermana.
Nuevamente su férreo dominio sobre sí le salvó. Pensó tranquilamente. No quedaba otro remedio que llamar a Paula y decirle lo que ocurría.

Capítulo 10.

Paula sollozaba tumbada sobre la cama de la habitación del hotel.
- Parece que no te das cuenta. Puede que te investiguen y descubran tu verdadera personalidad -dijo aterrada-. Tenemos que buscar un buen abogado. El mejor, aunque sea en el extranjero.
Álvaro mientras fumaba sentado en una butaca. Parecía perdido.
La leve cortina del gran ventanal era levantada por el viento y dejaba ver una hermosa plaza llena de niños, mamás y abuelas. El griterío entraba libremente en la habitación.
Era horrible oír el sonido de la felicidad cuando se está triste. Pensó Álvaro.
- Ya te dije que mi hermana está endemoniada. En cuanto te acercas a ella empiezan a ocurrir cosas malas. Vámonos a otro país que esté en el otro lado del mundo, por favor te lo pido.
- Hay otra solución -dijo él de repente. Tan de repente que Paula se levantó de golpe-. Hablar con tu hermana. 
-¿Quién yo? Cualquier cosa antes que verle la cara -gritó desquiciada.
-Escucha Paula- dijo él con voz extremadamente pausada, como hablaría alguien que está muy cansado-. Ya va siendo hora de que olvides aquello. Sólo erais un par de jovencitas. Han pasado años. Seguro que tu hermana ya no es la misma persona... Además, no me engañas Paula, tu llevaste a tu madre aquel regalo con la idea de provocar a tu hermana y que quede tu hermana quedara mal.

Paula se ruborizó intensamentes dando a entender que si, que  ese y no otro era su intención.

- Así que olvida y dale una oportunidad. Y no. Tú no hablarás con tu hermana: lo haré yo.
 
Elegantemente vestido con un traje clasico azul marino, camisa azul clarita y corbata a rayas Álvaro contemplaba la moderna fachada del edificio del periódico. Un guarda jurado le observaba tras la vidriera del vestíbulo. Se decidió a entrar.
-Buenos días. ¿Que quería?
-Quería hablar con Laura, le escritora.
- Entonces diríjase a conserjería.
- Muchas gracias.
La conserjería era un  mostrador tras el que un hombre uniformado atendía a los visitantes.
- Quería hablar con Laura, la escritora -repitió de nuevo.
- ¿Tiene cita?
- Pues no. No tengo cita.
- Entonces tendré que dársela -dijo el conserje levantando  un teléfono de los varios que allí había.
- No, verá... es que se trata de un asunto familiar... Soy el cuñado de Laura, el marido de su hermana.
- Aahh -dijo el conserje sorprendió-. Entonces espere un momento.
El timbre del teléfono interrumpió a la escritora en pleno trabajo. Grababa un artículo mientras paseaba por la habitación, como hacía siempre. Fue su secretario quien descolgó.
- Dime Jaime. Ah. Vale, ahora mismo se lo digo.
Hizo señas con la mano para que su voz no estropeara el trabajo al grabarse su voz. Ella, apretó la tecla malhumorada.
- Quee... qué pasa... no te tengo dicho que no me interrumpas por nada
- Es un asunto familiar. Quiere verte alguien por un asunto familiar.
- Pídele el nombre, no sea algún listillo...
- Álvaro, un tal Álvaro nosequé Arias...
Lucía entornó los ojos y frunció el ceño. Qué puñetas querrá ese tío ahora. - Di que no puedo atenderlo. Que estoy muy ocupada.
Miró al secretario mientras daba su recado. Pero ella pensaba rápido y cambió de idea a tiempo. - No. Dile que bajo yo. Que espere unos momentos. Dile también a Jaime que prepare la sala pequeña de abajo.
Para tener libertad de movimientos para se ponía ropa ligera e informal. Pero, para recibir se ponía ropa formal.
Entró en el cuarto de baño y salió al momento con un elegante vestido azul y zapatos de tacón.
- Cómo estoy -preguntó al secretario.
- Estas divina. Como siempre.
- Pelota -dijo en broma al compañero. Ambos se rieron.
Bajó lentamente los tres pisos que la separaban del vestíbulo por las escaleras. Álvaro oyó el sonido de los tacones golpeando los peldaños de la escalera.
Por fin apareció. Ella le miró. Era la primera vez que se encontraban cara a cara.
Era una mujer hermosa de grandes ojos castaños y perfectos labios rosados. No llevaba maquillaje.
Era distinta a Paula pero ambas tenían ese algo que hace a las personas especiales.
Cuando salió de sus pensamientos Laura le esperaba con la mano tendida.
- Oh, perdone. Encantado de conocerla. Laura.
- Igualmente, Álvaro. Por favor, acompáñeme -dijo Laura caminando delante de él.
 
Capítulo XI.
La sala pequeña era una pequeña sala de juntas: mesa rectangular, butaquitas alrededor, pantalla para presentaciones, etc.
Laura retiró una butaca para que tomara asiento Álvaro. En la siguiente se sentó ella. Ambos giraron los respectivos asientos y se quedaron frente a frente.
- Y bien. Usted dirá, Álvaro.
- Pues verá... yo... -titubeó sin saber cómo empezar ni como enfocar su argumento.
- Por el principio, Álvaro. Por el principio -dijo ella para tranquilizarle.
Le gustaba cómo sonaba su nombre en labios de aquella mujer y, sobre todo, le encantaba que lo pronunciara en tono casi familiar.
- Pues verá, Laura. Se trata de el fastidioso asunto de mi regalo. No se si sabe que estoy libre bajo fianza y que he pasado más de 24 horas en un calabozo.
- No. No lo sabía. Créame que lo siento aunque yo esté detrás de todo esto. Pero... ¿Cómo se lo ocurrió semejante barbaridad? ¿No comprende que arrancar de la tierra un árbol centenario es como ir al Prado, cojer un Goya y ponerlo en su salón? -dijo un tanto furiosa.
- Yo se que usted, Laura, ha examinado toda la documentación. Si se fijó en la nota de pedido, se daría cuenta de que yo pedí UN ÁRBOL. Un árbol cualquiera, sin especificar. Fueron los otros señores los que actuaron en mi nombre. Ellos tramaron lo del olivo. Dice su abogado que es una treta la imprecisión, el no decir claramente qué tipo de árbol quería. Pero yo digo que, si se le da la vuelta, también quiere decir que me era indiferente uno que otro... Yo soy un hombre de ciudad. No se distinguir un árbol de otro. Sólo se que unos son grandes y otros pequeños. Por eso no especifiqué. Únicamente quería una planta viva para regalársela a usted...
Laura le miraba atentamente, a veces asintiendo, a veces entornando los ojos para mejor comprender el razonamiento de su visitante.
- Dígame una cosa ¿de verdad ha leído todos mis escritos?
- La verdad es que no.
- Entonces con qué fin el regalo...
- El fin era que mi novia y usted se reconciliaran. Lo del regalo fue un pretexto para acercarme a usted.
Laura desvió la mirada. No quería que ese hombre, ese desconocido, viera la emoción en su mirada
- Dígame qué opina de cuanto le he dicho -preguntó Álvaro volviendo al tema y poniendo su libertad, casi su vida, en manos de la mujer que tenía delante.
- Pues le digo que su explicación me parece lógica y que seguramente será cierta. Una vez que usted no especifica, es imposible atribuirle la intencionalidad del hecho, porque nadie es capaz de leer sus pensamientos. Igualmente podría estar pensando en una maceta de geranios o en una encina que vio llegar a los romanos. Todo es pura especulación. Algo imposible de demostrar.
Álvaro respiró aliviado. Su excitación fue tan grande que tuvo que aflojarse el nudo de la corbata porque le faltaba aire.
- Gracias Laura. Me ha devuelto usted la vida -dijo tomando las manos de la hermana de su pareja.
- No. Soy yo quien le debe una disculpa. Sin duda actué precipitadamente. Créame que lamento que haya tenido que pasar por semejante trance. Inmediatamente le diré a mi abogado que retire la denuncia contra usted.
- ¿Y a los otros? -preguntó Álvaro furioso.
- A los otros no. Es probable que lo que han hecho con usted, lo hayan hecho con otras personas solo para sacarles mucho dinero aprovechándose  de la ignorandia de los compradores... Bueno, tengo que dejarle, el trabajo me llama -dijo Laura poniéndose en pie-. Una última cosa. Le ruego, que cuando quiera regalarme algo, haga lo que todo el mundo: regalar un perfume.
Tras las acostumbradas palabras de despedida, Laura comenzó a subir las escaleras de vuelta a su oficina.
Álvaro, sin embargo, permaneció en el vestíbulo contemplándola.
- Laura -dijo de repente-.
Ella giró sobre  sorprendida. - ¿Si? -respondió.
- ¿No me pregunta por su hermana?
Si antes se sorprendió ahora Laura quedó perpleja. Vaciló. No supo qué actitud tomar...
- Estoo... si, claro que si... ¿cómo está esa cabeza loca?
- Pues está muy bien, gracias. Y de la cabeza mucho mejor.
- Ah. Me alegra mucho. Adiós, buenos días -se disponía a seguir subiendo cuando...
- Laura. ¿No me da recuerdos para su hermana?
Nuevamente se giró. En esta ocasión su rostro reflejaba seriedad y un tanto de fastidio. Respondió secamente.
- No creo que a mi hermana le agraden mis recuerdos. Seguramente los tiraría a la basura...
- Por eso no se preocupe. Yo protegeré  sus recuerdos.
Le hizo gracia. No había duda de que él no se rendía fácilmente.
- En ese caso si. De muchos recuerdos a mi hermana. Y ahora, definitivamente, adiós Álvaro.
Reanudó su camino escaleras arriba pausadamente. Álvaro continuó mirándola encantado con su porte, con su elegancia.
Al llegar al primer rellano y antes de desaparecer escaleras arriba, Laura alargó el brazo derecho y agitó la mano en el aire en señal de despedida y como mensaje que decía "se que me estas mirando".
El conserje le abrió la puerta. - Que tenga un buen día, señor.
- Gracias. Creo que si. Que hoy será un día excelente para mi.

Fin.





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